Las pinturas de Alfredo Prior atraen inmediatamente por la paleta, tonalidades, brillos, texturas, formatos y también, entre otras cosas, por las escalas de los personajes perdidos en paisajes abstractos, nubes y brumas de colores.

La pintura densa y engañosa de Prior es literalmente un caldo de cultivo visual y cultural. En parte la atracción que ejerce su obra se produce por el gesto que cruza la historia del arte con la literatura y la música, en todos los sentidos y niveles de composición y apreciación.

Sus cuadros y objetos pueden ser vistos como territorios poblados de estilos combinados, citas, homenajes y fino humor, aplicados al mismo tiempo con ironía y ternura, por momentos también con cinismo. Las principales “inspiraciones” del artista son la música, la literatura (especialmente la poesía) y la historia del arte.

Para Prior, toda pintura es anacrónica por contraste con un paisaje cultural en el que todo es instantáneo y la reflexión escasea. Dentro de ese territorio que se percibe y se ofrece como fuera de tiempo, aparece la ensoñación, lo irracional y lo fantástico, la oscilación entre el escepticismo y la convicción, entre la distancia y la subjetividad.

Se trata de la obra de un artista de una gran cultura y una enorme capacidad de invención, como para “traficar” borgeanamente saberes exquisitos y citas apócrifas, poniendo a prueba los lugares comunes.

Puede verse también, en la cuota de orientalismo que muestran sus cuadros, un motor para generar brillos y ficciones visuales basados tanto en el conocimiento como en la especulación, en el saber y en el juego, que a su vez provoca y pone en evidencia el saber, el juego (o las lagunas y desconocimientos) del espectador.

El conjunto de sus pinturas invita a pasar de una obra a otra para ir descubriendo que todo es al mismo tiempo creíble pero también un bello vestido, un orientalismo ficcional, en el que se cruzan el lujo y su imitación.

Hay una enciclopedia detrás de sus obras, sus temas y componentes, que responde a un mecanismo: la entrega absoluta a aquello que se evoca y también la distancia irónica y corrosiva hacia los clichés del género o el tema evocados.

A lo largo de las décadas, es posible recorrer capítulos zoológicos, cósmicos, mitológicos, literarios, musicales, históricos. Y casi siempre aparece algún personaje solitario –sobre todo osos y osas–, abismado por el vértigo que le toca en suerte.

El itinerario es de ida y vuelta: del sueño a la pesadilla y de la pesadilla al sueño, en pos de un pasado perdido en un futuro incierto.


Los personajes de las pinturas de Prior lucen solitarios, enfrascados en una lucha con lo abstracto, risibles y heroicos, también fantasmagóricos, por momentos “divinos” (en el sentido de creadores de mundos), casi siempre entre infantiles y perversos, inmersos en ese caldo de cultivo en que sobresalen los colores y texturas. Por otra parte, la zoología antropomórfica del pintor puede pensarse como una mitología trasnochada en la que los animalitos se han extraviado en un mundo ajeno en el que aparecen como souvenirs nostálgicos.

Entre sus obras hay una serie de long plays –anacrónica fuente de la música que fue una de las principales influencias del artista– utilizados como soporte de la pintura, en un juego literal y metafórico al mismo tiempo, en el que se puede describir, al modo de una postal del romanticismo, una escena vista a través del filtro de la luz de la Luna, en una noche brumosa, cargada de melancólica ensoñación: porque los románticos elegían la noche como momento privilegiado de la jornada y la nocturnidad como predisposición anímica. Los románticos practicaban la sinestesia, la contaminación de los sentidos, gracias a la cual era muy común que una música generara una pintura y una pintura, a su vez, una música.

En los cuadros de Prior la superficie se vuelve profunda porque la vestimenta de los estilos se transforma en un efecto de sentido que impera en todas las obras: la apariencia no es tal y el disfraz supone un modo de presentación, porque genera una manera de decir y mostrar inconfundibles. Toda esa distancia que instauran las capas de cultura queda suspendida en el propio acto de pintar, animado por una convicción absoluta.

En ese mundo ecléctico y anacrónico de un arte combinado con otros siempre hay un guiño. Sus obras parecen ajustarse a un mecanismo estético y, al mismo tiempo, en algún punto lo refutan y sonríen.

El fuera de tiempo que ofrece su obra podría pensarse -siguiendo a Giorgio Agamben-, como de la más estricta contemporaneidad porque, según el pensador italiano, contemporáneo no es aquel que está en precisa sincronía con el presente, sino quien tiene una desconexión y un desfase respecto del tiempo en que vive. Contemporáneo es quien no coincide a la perfección con el presente ni se adecua a sus pretensiones. Esa inactualidad es la que le permite una toma de distancia y un anacronismo que lo hace más capaz que los demás de percibir y aprehender su tiempo. No se trata de ser nostálgico, porque es imposible huir del tiempo propio. Pero contemporáneo no es quien se deja encandilar por las luces de su tiempo, sino quien entorna los ojos para percibir las sombras y oscuridades del presente.

* El artículo se corresponde, casi en su totalidad, con el publicado hace casi una década en estas mismas páginas, con motivo del la gran retrospectiva que Alfredo Prior presentó en el Centro Cultural Recoleta (2015).