El actor chileno Benjamín Vicuña es tan conocido en su país como en la Argentina: desde su participación en la telenovela Piel canela construyó una importante carrera en la televisión. Basta recordar algunos de sus trabajos como Farsantes –donde interpretó a un abogado homosexual que se enamoraba de su jefe (Julio Chávez)– y Entre caníbales, la serie dirigida por Juan José Campanella, donde Vicuña compartió el elenco con Natalia Oreiro y Joaquín Furriel. Ahora, en el cine, le tocó hablar de la muerte. O, mejor dicho, personificar el sufrimiento, atravesar el dolor, pero sintiendo un profundo amor: es que el dolor es el mellizo del amor. Esto es lo que hace Vicuña en El silencio de Marcos Tremmer, el film del español Miguel Angel García de la Calera, donde Vicuña compone a Marcos, un exitoso publicista uruguayo que vive en Madrid, y que está locamente enamorado de su mujer, Lucía (Adriana Ugarte). Un día, Marcos se entera que una enfermedad terminal acabará con su vida en pocos meses. Para proteger a Lucía del que, por seguro, será un inmenso sufrimiento, toma una decisión arriesgada: ocultar la situación y alejarla. La película se estrena el jueves 2 de enero. Y promete debates.
"Si no fue el más difícil, fue un personaje que me exigió una entrega completa. Me exigió un año de mi vida entre Uruguay, España y Santo Domingo. Y por supuesto que involucró también mi capital humano, mis vivencias, mi vínculo también con los dolores más profundos. Y desde ese punto de vista es el papel más exigente de mi vida", confiesa Vicuña. El actor explica que el personaje lo interpeló "de la misma manera que lo hace con el público: haciéndonos preguntas, como hasta dónde podemos decidir por los otros, por la voluntad de los otros, hasta dónde es sano amar con locura, porque no deja de ser un drama romántico, en donde todas las cosas que se cometen es por amor, equivocaciones, errores. Y finalmente, quizá, lo más lo más trascendental que tiene que ver con las decisiones sobre la propia vida, las decisiones de la finitud, sobre la vida, la muerte, la enfermedad".
"Lo que plantea, en el caso del personaje, es si es correcto o no mentir así ocultando una enfermedad con el fin de cuidar a los otros -continúa Vicuña-. Ese es el dilema, eso es lo que presenta la película y ahí eso puede generar mucho debate. Hasta el momento, con su itinerancia de festivales de La Habana y Mar del Plata me ha permitido ver que es de esas películas que la gente sale del cine, y no solo disfruta y se emociona con un nudo en la garganta, sino que también da para charlar, para pensar, para debatir sobre algo tan delicado, que muchas veces no queremos hablar ni mencionar, como es la muerte, la enfermedad, como son los derechos y deberes de nuestra propia vida".
-Un personaje de este tipo puede generar paralelismos con situaciones límites y muy dolorosas de la vida de cada uno. En ese sentido, ¿te despertó la reacción emocional?
-Por supuesto. Es inevitable no caer ni utilizar tu propio capital humano y de vivencia, tu biografía. Y, en ese sentido, hay un vértigo de poder trabajar emociones que son dolorosas. Ya con tantos años de oficio creo que podemos entrar y salir de esas zonas, pero yo pongo al servicio mis propios dolores, mi vida, mis vivencias, sobre todo cuando abordo temas tan delicados como éste.
-Dijiste hace un rato "un drama romántico". En el fondo es una película sobre el amor, ¿no?
-Es así. Un drama romántico con un pretexto y un telón de fondo que tiene que ver con las decisiones y una enfermedad, pero finalmente es una película de amor, una gran historia de amor de esas que uno cree que no existen. Trascienden a la vida, a la muerte, a la enfermedad. Y eso es muy lindo, es algo que nos rescata, que nos hace sentir orgullosos de la condición humana.
-¿En qué te identificas y en qué te diferencias del concepto que tiene tu personaje del amor?
-Creo que es el motor de nuestras vidas. Este personaje no tiene hijos; hay un tema también ahí con la paternidad, con el no poder ser padre, y por lo mismo destina todo el caudal amoroso en su pareja. Y, por ahí, quizá puede ser un desborde. Soy una persona que le doy al amor un lugar muy importante en mi vida; sin embargo, a diferencia del personaje, sí tengo hijos, y a la hora de tomar decisiones, de pensar en el otro, es inevitable que ponga a mis hijos por delante de cualquier otra situación, circunstancia o pareja. Creo que ahí tengo una gran diferencia con el personaje.
-La película aborda no solo el deterioro físico y psicológico de alguien que padece cáncer sino también otro tema muy importante: lo que supone el silencio acerca de las enfermedades.
-Sí, pero también convengamos que es el silencio activo y pasivo, a la vez, que tiene Marcos como armas. Y de eso se trata la película: que con su silencio, el daño que puede generar, o desde su punto de vista el gran gesto de amor que está haciendo, como ocultar su propia enfermedad para proteger a su círculo más cercano y especialmente a Lucía, que viene de un duelo cercano, y una enfermedad y una situación así. Entonces, por un lado está eso. Este es el segundo, tercer o cuarto proyecto que hago sobre el tema de la enfermedad. Y me parece que es necesario hablar de las enfermedades y de la muerte. Hay gente que trabaja en televisión que dice "No, no, eso genera una incomodidad". Cuando cuando hice El primero de nosotros, que tuvo muchísimo éxito, teníamos que lidiar con ese fantasma de que la gente no quiere ver esas cosas, que a la gente le choca. Y no. Cuando estamos hablando de una sociedad madura, en una sobremesa debemos hablar. No todo es jajaja. También podemos hablar de temas profundos, del miedo de la muerte, de las enfermedades, podemos hablar de qué deseamos nosotros, cómo queremos morir; podemos hablar de la eutanasia, como lo hace Almodóvar en su última película. Y con estas películas pretendemos poder elevar la discusión, pero con amor, con altura, con luz. Pero creo que es necesario hablar de estas cosas.
-¿Cuál es tu posición sobre la decisión de cómo afrontar una enfermedad terminal y de cómo morir?
-Me estás llevando a un territorio difícil. De hecho, vengo saliendo de unas actividades muy lindas que se hicieron a propósito de la Navidad en hospitales, acompañando a niños que están atravesando enfermedades muy duras con sus familias. Y es difícil opinar. Me parece que hay que hablarlo. Pienso que es bastante personal, pero creo que siempre la libertad de acción y de decidir sobre tu cuerpo, sobre tu vida, sobre los procedimientos, me parece que es un derecho o debería serlo. Me ha tocado tener que despedir a personas que quiero mucho. Y, por momentos, te frustra que actualmente, como están las cosas, muchas veces no sea de esa manera, que no sea un derecho de elegir, sino que más bien hay que cumplir ciertos estatutos y reglas. Y por ahí no se cumple el deseo de alguien de poder partir en paz, ¿verdad? Pero insisto en que es algo muy delicado. Muchas veces tienen que ser casos estudiados. Yo hablo a través del arte, como en el caso de la película, pero no soy político ni doctor ni científico, pero sí tengo una noción desde una perspectiva humanista. En ese sentido, voy a preferir siempre el derecho a elegir sobre tu propio cuerpo, sobre tu vida y la libertad.
-¿Crees que es posible enfrentar la muerte con dignidad? Porque a veces es fácil decirlo, pero el miedo es real.
-Es que el miedo no te quita la dignidad. El miedo es muchas veces parte de un proceso de aceptación. En este caso, las cosas que venimos a entender o aprender con la frente en alto, y la enfermedad es algo que nos toca a todos. Por lo mismo, no hay que esconderla. Muchas veces, las personas que están atravesando una enfermedad -y lo ves en la calle- no solo tienen que despertarte la sensación de respeto -no de compasión, de respeto-, y verlas también como un mensaje de una realidad que, por momentos, nosotros escondemos. Pero el dolor, la enfermedad, la muerte están presentes entre nosotros, aunque no queramos verlo. Pero si vas en un colectivo, te aseguro que en ese colectivo hay personas que, por ahí, están llevando un duelo, que vos no sabés porque ya no está la tradición de vestirse de negro, como eran los ritos antiguamente; hay dos, tres personas que están acompañando, y nadie te enseñó cómo acompañar a un enfermo terminal; hay otro que está lidiando con su madre con Alzheimer; pero hay otro que se acaba de casar y está muy feliz; y hay otro al que lo dejaron. Bueno, ¡la vida!. Pero vamos todos en silencio en un colectivo y nadie sabe lo que le pasa al otro. Y ahí es donde la literatura, el arte, y sobre todo las películas, que son un súper vehículo, nos emocionan y logran eso. Una película logra emocionar a una sala repleta de gente porque todos tenemos los mismos miedos. Y todos aspiramos a transitar ese momento de nuestra vida con la frente en alto y con dignidad. Pero el miedo, a propósito de tu pregunta, me parece que es parte de un proceso de aceptación y no nos hace menos personas ni menos valientes.
-En esta historia, la enfermedad es el cáncer, pero podría ser otra. En definitiva, tiene que ver con pensar en el duelo, ¿no?
-Sí. Para no para no estigmatizar una enfermedad, en esta película, de hecho, se habla de una enfermedad sin golpes bajos ni especificaciones porque es el antagonista para contar otra cosa que tiene que ver con qué pasa cuando uno decide, por ejemplo , encaminarse a la muerte en soledad, solo, qué pasa si uno decide que te acompañen o no, si uno decide hacer todo lo posible, científicamente hablando, con todos los médicos del mundo o no. Es algo que también debatimos y tiene que ver con la libertad de las personas. Más allá del nombre de la enfermedad, queremos hablar de cómo alguien decide por amor tomar decisiones por los otros. Como actor trato de no juzgar, pero eso es lo que se debe debatir, ¿no? Si está bueno o malo decidir sobre los otros, sobre las emociones de los otros, y también sobre las decisiones de los otros. En el fondo, lo que debería pasar es que cada uno pueda hacer lo que le dé, lo que lo que esté a su alcance, sin obligar ni manipular ese tipo de decisiones.
-Ahora, la libertad de elección en todo lo que uno hace en la vida tiene que venir de la mano también de bancarse las consecuencias de lo que uno decide, ¿no?
-Sí, efectivamente, es acción-reacción. Esa forma, a veces, es casi karmática, pero tiene mucho sentido. A veces, los católicos hablan de la culpa, pero las cosas que uno hace para bien y para mal tienen una reacción, y tienen una consecuencia. Por lo tanto, nosotros, dentro de la adultez y de la madurez, tenemos que hacernos cargo de nuestras decisiones y también saber cuando nos equivocamos. Pero creo que pocas veces alguien, como en el caso de nuestra película, enfrenta una decisión tan trascendental, tan grande. En general, nosotros nos enfrentamos a decisiones más pequeñas. ¿Cuántas decisiones grandes tomamos en la vida? Tres, cuatro, cinco decisiones trascendentales, potentes. No voy a hablar de mis propias decisiones, pero invito a la gente: debe ser eso, esa cantidad, y no más de las importantes. Y esas decisiones te marcan tu destino, tu futuro. De eso sí somos dueños. Y eso es lo lindo. Y esa es la libertad.
-La historia tiene algo muy humano: nunca se sabe cómo puede reaccionar una personas cuando está en riesgo su vida, ¿no?
-Sí, y por lo mismo es tan polémico y cuesta tanto hablar, por ejemplo, de eutanasia, porque aparentemente alguien que está atravesando un shock emocional o un diagnóstico difícil es como que no estuviera en sus cabales, es como que no estuviera psicológicamente bien para tomar una decisión. Y eso me parece que es subjetivo, eso es confuso. Por lo tanto, es como que, por momentos, se subestimara su decisión. En el caso de nuestro protagonista, el tipo toma una decisión pensada, consensuada, y después veremos si se equivocó o no, pero el tipo lo hace arrastrado por el amor más grande que hay y por principios nobles. Después vemos que, efectivamente, se equivoca, quizás, en lo más elemental, que es ir con la verdad y darle la libertad a los otros de que elijan por sus propios medios, que es lo que hablábamos.
-¿Sos de tenerle miedo a la muerte?
-No, tengo un vínculo ya desarrolladísimo de muchos años. En la ficción me tocó transitarla muchísimas veces; son como pequeños ensayos de la muerte. Y en la vida me ha tocado también estar muy cerca de ella. La pienso como un lugar luminoso, aunque parezca un lugar común, de profunda paz. La imagino, a veces, como un baile cósmico y hoy obviamente que tengo mis obligaciones, mis responsabilidades, y deseos profundos de seguir viviendo una vida generosa, linda, activa, con satisfacciones, con mis hijos, con amor. Y también, por otro lado, tengo el deseo de bailar y disfrutar un abrazo eterno con las personas que ya partieron. Creo que ese es nuestro gran dilema, de todas las personas que vivimos y que también honramos a nuestros muertos, que tenemos esa espalda. Vivo con mis muertos muy presentes. Cada vez que puedo les hago un homenaje, un tributo, agradezco, miro al cielo, los recuerdo con una música. Y ellos también. Siento que es como mi gran banca.
-Es como dice la película Coco: solo muere aquel al que se lo olvida, ¿no?
-Absolutamente. Imagínate, una película animada, de niños, logró instalar casi un paradigma sobre la muerte. No hay cosa mejor dicha en donde lo entendieron los niños y lo entendimos generaciones completas. Es así, y eso viene también de la cultura mexicana: cómo recuerdan a los muertos. Por ejemplo, cuando se dice "No, la eternidad". Yo sí creo también que hay personas que son eternas. Por ejemplo, Maradona va a ser eterno. A nosotros nos van a recordar nuestros hijos, por ahí nuestros nietos, por ahí algún coleccionista de alguna película. Pero es fundamental recordar. Por supuesto que, en instancias, dependiendo de las etapas del duelo, con dolor, con angustia, luego con aceptación, y finalmente con alegría, con orgullo también, y entendiendo que efectivamente es parte de la vida. La muerte es absolutamente parte de la vida.