El historiador Jorge Meza recupera la historia de Marta Enriqueta Pourtalé, madre del nieto 138, en su libro "Heridas del porvenir". Marta nació en Azul en 1946 y se fue a vivir a Buenos Aires entre 1967 y 1968. En ese momento, el pueblo tenía poco más de treinta mil habitantes, todos se conocían y sabían quién era cada uno.
Meza tiene 67 años y, al igual que Pourtalé, es azuleño. Docente e historiador especializado en temas de derechos humanos, en 2022 publicó el libro “Heridas del porvenir". Testimonios de historias que sangran”, que fue prologado y presentado por el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Allí narra, entre otras, la historia de Marta Enriqueta Pourtalé y Juan Carlos Villamayor, padres del nieto 138, cuya restitución fue recientemente comunicada por Abuelas de Plaza de Mayo.
Si en los pueblos el estatus social de las familias se mide por la distancia de la casa respecto de la plaza principal, los Pourtalé Dall Aglio pertenecían a “la crema” azuleña. La residencia familiar estaba a tres cuadras del centro, en dirección a la costa del arroyo que le da nombre al pueblo.
El padre de Marta fue comisario de la policía bonaerense. Tras jubilarse de la fuerza, realizó tareas de gestoría. Su madre era ama de casa, su abuelo materno había fundado la panadería Dall Aglio, la más tradicional, prestigiosa y reconocida del pueblo, que siguió abierta hasta hace unos pocos años.
Todos recuerdan a Marta como una niña particularmente extrovertida, sin problemas para expresar cada una de sus emociones, aún a través del llanto. Po eso, de chiquita le decían "Charco".
Terminada la secundaria, estudió historia en el profesorado local, compartía esa pasión con su padre que, aunque no había estudiado formalmente, “era muy leído” y tenía una importante biblioteca, sobre todo en cuestiones de historia y política argentina. Se sentaban juntos en la mesa familiar para poder charlar sus temas sin aburrir al resto de los comensales.
Cuando Marta decidió partir a Buenos Aires, recién recibida de profesora, fue una pequeña revolución familiar. Pero se trataba de una chica muy decidida y no era aconsejable entrometerse en sus planes.
Una vez instalada en la ciudad, se integró a Montoneros, donde conoció al padre de su hijo mayor, Diego, nacido en 1972. Así comenzó la época más feliz de su vida, enteramente dedicada a la militancia, aunque casi no se la veía por su pueblo natal. En un fin de año, recuerda su hermano menor, la familia lo envió a Buenos Aires para entregarle unos panes dulces.
Marta se separó del papá de Diego y poco después formó pareja con "el Negro" Villamayor, un muchacho criado entre las localidades de Boulogne y José León Suárez, en el conurbano norte, nueve años menor que ella, algo bastante infrecuente en aquel entonces. De esa época son sus fotos con pelo corto.
Marta militaba en villas, pero aún no se pudo reconstruir exactamente en cuáles, a la vez que trabajaba en el entonces Ministerio de Bienestar Social, luego Desarrollo Social, actualmente Capital Humano. Otro testimonio sostiene que en esa militancia conoció a Juan Carlos, padre del nieto 138: "Él era un pibe sobresaliente en ese ámbito, muy trabajador. Eran muy distintos entre ellos, nada que ver, pero los dos estaban muy enamorados".
Juan Carlos, por su parte, era hijo de inmigrantes paraguayos y había perdido a su padre de chico, como consecuencia de una pulmonía. Vivió su infancia y adolescencia en la zona de Boulogne, partido de San Isidro. Dejó la secundaria en tercer año, para trabajar y militar. Uno de sus primeros empleos fue en la zapatería "La Bota" de Boulogne.
Juan Carlos tocaba la guitarra en peñas militantes y era hincha de River. Muy creyente, tenía buena relación con los curas tercermundistas. Tanto que pasó una temporada viviendo en el fondo de una parroquia en Villa Lynch. Es probable que de ahí venga el apodo "Negrolín".
Durante unos años, Marta y Juan Carlos compartieron casa con otra pareja de la organización, una práctica frecuente en Montoneros. Estaba ubicada en el barrio porteño de La Paternal, en Cuenca y Bacacay. Allí regía una organización comunitaria tanto para las tareas domésticas como el manejo del dinero y la crianza de los niños.
"Marta siempre se quejaba de tener que baldear la vereda. Ella sabía que no quedaba otra. Vivíamos en un barrio y en los barrios eran las mujeres las que baldeaban las veredas. Nosotros cuidábamos el detalle. Teníamos que tener cuidado hasta con la basura. Qué tirábamos. Ella sabía que le tocaba la vereda. Pero se enojaba. Decía que había que romper con ese maldito concepto burgués que las mujeres son que las baldean y los hombres no. Nosotros le decíamos seriamente: Hasta que no ganemos, vos tenéis que seguir baldeando", sostiene uno de los testimonios recopilados por Meza.
La última vez que Marta visitó Azul fue para el entierro de su padre, en 1976. Ya desde el golpe, ocurrido en marzo, su madre tenía presentimientos oscuros acerca del destino de Marta.
Cuando reventaron su domicilio para secuestrar a Juan Carlos, Marta vio el operativo policial desde el colectivo y, en vez de bajar, decidió seguir de largo. Su única preocupación, entonces, era Diego. Se calmó cuando supo, llamado a la casa materna mediante, que su hermano Pedro lo había recogido de la comisaría.
Diego fue criado por su abuela y su tío. En aquel momento, el niño de cuatro años dibujaba a su familia con el nuevo integrante, que estaba por nacer.
Marta, su madre y su hermano, acordaron una cita en Luján. Fue la última vez que se vieron. Era visible que le faltaba poco para dar a luz. Los nombres que Marta había elegido eran Soledad o Manuel.
Señales
La titánica tarea de Abuelas de Plaza de Mayo se sostiene también en una militancia capilar, por momentos invisible, pero presente en todos los territorios, de reconstrucción, documentación y sostén de la memoria. Una tarea basada en convicciones, personales y colectivas, a prueba de circunstanciales motosierras y vientos de época desfavorables.
En los últimos tiempos, Jorge y sus compañeros empezaron a encadenar señales de que algo estaba cambiando o por ocurrir. Hace poco más de un mes, lograron colocar en el concejo deliberante local un cuadro con los rostros de los 42 detenidos desaparecidos que tiene la ciudad. Toda una reparación, en una ciudad de tradición conservadora.
El pasado 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos y aniversario del secuestro de Marta por un grupo de tareas de la dictadura, la Cámara de Diputados declaró su libro de interés legislativo. “Un par de semanas atrás estuve con Estela. Le dije que seguimos buscando nietos en Azul”, señaló entonces.
En la actualidad, Meza trabaja en la publicación de otro libro e integra, además, la Comisión de Derechos Humanos del Instituto Superior de Formación Docente Número 2 de Azul. Trabaja junto con esos jóvenes cuyo compromiso reivindica varias veces a lo largo de la charla con Buenos Aires/12 porque “ponen el cuerpo”.