Cuando oyó por primera vez a Friedrich Gulda, Martha Argerich sintió una enorme bocanada de aire fresco. ¡Entonces era posible vivir la música clásica manteniendo un espíritu libre y abierto, siendo joven e insolente! Ella no fue la única en conmocionarse por esa nueva estética. Era una unión tan ideal de virtuosismo e inteligencia, que, en comparación, todo lo demás parecía sentimentaloide, vetus