La ESMA siempre fue un emblema. Como centro clandestino no fue más importante ni más terrorífico que Campo de Mayo, en la zona norte del Gran Buenos Aires, o que La Perla, en Córdoba, o tantos. Pero por diversas razones (el secuestro de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, la visibilidad de sus sobrevivientes, represores y del mismo edificio, por ejemplo) su efecto simbólico es poderoso. Lo mismo ocurrió con sus juicios. En 2011 fueron condenados 16 represores de ese centro clandestino y dos fueron absuletos. Fueron las primeras condenas de El Tigre Acosta y Afredo Astiz. Y a pesar de que desde la reapertura de los juicios había habido fallos ejemplares y personajes importantes condenados, esa sentencia significó, para muchos, la certeza de que los represores estaban efectivamente siendo juzgados. Fue una noticia que recorrió el mundo. Algo similar ocurrió ahora, con este nuevo fallo, con estas nuevas condenas para Astiz y sus compañeros y jefes de la patota de la ESMA. Fue el juicio oral más largo y más grande de la historia argentina: las audiencias duraron cinco años y un día (aunque podría decirse que el juicio comenzó mucho antes) y abarcó a 54 imputados y 789 víctimas. Pese al clima político adverso y antecedentes recientes preocupantes, fueron condenados a prisión perpetua 29 represores, 19 recibieron penas de entre 8 y 25 años y 6 fueron absueltos. Fue, en términos simbólicos, la confirmación de la continuidad de los juicios, aunque, con altibajos, nunca se interrumpieron desde 2005. Fue, en términos reales, la primera vez que recibieron condena en la Argentina tripulantes de los “vuelos de la muerte” (Adolfo Scilingo que habló públicamente de esta metodología a partir de su confesión a Horacio Verbitsky fue juzgado en España). El “vuelo” es un crimen del que no hay testigos, pues consistió, justamente, en hacerlos desaparecer para siempre, aunque algunas víctimas, como las Madres Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce, Angela Aguad y las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, fueron devueltas por el mar a la costa, lo que ayudó al juzgamiento de sus asesinos. En el caso de Mario Arru y Alejandro D´Agostino, además, fue el trabajo de la periodista y sobreviviente de la ESMA Mirian Lewin y de la Unidad Fiscal de Delitos de Lesa Humanidad lo que hizo posible ubicarlos en el lugar preciso: en un avión Sky Van del que, según la acusación, fueron arrojadas al mar las Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas.
La sentencia se siguió en la calle, en Comodoro Py, que como decía Lita Boitano, es también la avenida donde está la capilla de la Armada Stella Maris, donde Madres, Abuelas y Familiares iban a pedir información sobre los desaparecidos y eran atendidos por el capellán Emilio Graselli, quien anotaba la información que recibía en su fichero, pero nunca ayudaba a las víctimas.
Delante de la pantalla gigante que se montó el Comodoro Py se colocó un 30.000 de claveles rojos de papel crepe. Más de mil flores hechas por muchas manos en la Casa de la Miltancia de HIJOS que funciona en lo que fue la ESMA y hoy es un Espacio de Memoria.
Afuera no se escuchó el himno que cantaron los acusados, como si el país, “la patria”, fuera solo de ellos. Afuera se escuchaba “a dónde vayan los iremos a buscar”. En la calle se recordaba que 14 acusados no pudieron ser condenados porque se murieron durante el desarrollo del juicio y que también hay testigos y familiares que no llegaron a escuchar la sentencia. Se recordaba, especialmente, a la Madre Marta Vásquez, que murió la semana pasada.
Una periodista francesa se acercó a un grupo que conversaba un poco alejado del corralito y los gazebos armados frente al edificio de los tribunales federales. ¿Ustedes por qué están aquí hoy?, preguntó, como para romper el hielo y obtener alguna declaración. Rufino Almeida, sobreviviente del centro clandestino El Banco, el padre Paco, de la Isla Maciel y Graciela Daleo, sobreviviente de la ESMA, se miraron entre sorprendidos e irónicos: no sabían por dónde empezar. Daleo es un poco la memoria viva de la ESMA (ella diría que forma una memoria con todos sus compañeros y es cierto): testigo desde el día cero, voz de los que desaparecieron e impulsora de los juicios desde antes de los juicios, desde que estaba secuestrada. Graciela tenía un folio con algunas hojas con datos del juicio que consultaba cuando le hacían alguna pregunta específica, aunque casi toda la información estaba en su cabeza. “Los que fuimos secuestrados pensábamos que nos iban a matar, pero también pensábamos que podíamos sobrevivir y que si sobrevivíamos íbamos a hacer lo necesario para que los criminales pagaran. Pero no somos sólo sobrevivientes, nos desaparecieron porque luchábamos”, le dijo Graciela a la periodista francesa. Y le explicó que los juicios por los crímenes de la última dictadura son parte de una lucha más global, que no hay democracia posible con impunidad y que entonces no se trata de cuestiones del pasado, sino del presente, de cómo se construye una sociedad democrática. Por eso, además, ayer muchos de los que esperaban la sentencia estaban con un pie o una oreja en la Plaza del Congreso, donde una multitud se movilizaba contra el proyecto de reforma laboral impulsado por el Gobierno.
La reparación nunca es completa. Los desaparecidos siguen ausentes y hay lazos rotos para siempre. Hay nietos que siguen secuestrados y personas que saben dónde están y callan. Además, hay penas bajas que causan la indignación de muchos con razón. Con el fallo de ayer, algunos represores podrán salir en libertad porque habrán cumplido parte importante de su pena. Pilotos que confesaron haber participado en los vuelos fueron absueltos, como Julio Poch, que llegó al juicio luego de haber hablado de sus crímenes ante sus compañeros de una aerolínea holandesa y ayer se fue a su casa. Los fundamentos de la sentencia se conocerán más adelante, aunque es posible suponer que el tribunal consideró que no había pruebas suficientes para comprobar la participación puntual de algunos de los pilotos, más allá de convalidar judicialmente la existencia de los vuelos como metodología y eslabón final en la maquinaria del terrorismo de Estado. La justicia siempre es parcial, pero algunas veces mucho más parcial que otras. En los últimos meses, en distintas causas sobre crímenes de la última dictadura hubo fallos inquietantes, casi lindantes con la obediencia debida y en línea con la voluntad del gobierno, expresada por ejemplo por la diputada Elisa Carrió, de diferenciar entre los “torturadores directos” y los “jóvenes militares que no podían comprender” la criminalidad de sus actos “cuando les decían ‘vos vas a un enfrentamiento’”. Más allá de la bronca y de las apelaciones que se concretan oportunamente, las bajas condenas, los “beneficios de la duda” y las absoluciones confirman que estos juicios están lejos de la “venganza” con la que los quieren identificar los represores e incluso funcionarios del Gobierno. Y las condenas, la existencia mismo del juicio, confirma que la perseverancia de las Madres y Abuelas, de todos los familiares y de los sobrevivientes da frutos. También que es crucial el acompañamiento de quienes desde la sociedad civil entienden que no es posible construir una democracia plena sobre la impunidad de los delitos del terrorismo de Estado. Porque sin la movilización contra el 2 x1 del 10 de mayo este final de juicio no hubiera sido posible. Estas condenas también las lograron todos los que marcharon ese día.