Eran las 7:42 de la mañana del lunes en Rosario. Primeros días del mes de diciembre, con lo explosivo y caluroso de cada diciembre en esta ciudad, y el caos se desató cuando el sistema de transporte público, ya estético de mala frecuencia y precios ridículos, quedó paralizado sin aviso previo.

En la esquina de Córdoba y Corrientes, donde los colectivos suelen convertirse en cápsulas de gente transpirada y resignada, algo insólito estaba por ocurrir.

El colectivo, un viejo 103. Con ruidos rarísimos al frenar, y una mugre inexplicable, quedó detenido frente a una masa de pasajeros furiosos. Adentro, los pasajeros alteradísimos discutían con el chofer, un hombre pelado y hosco conocido como Tito, que gritaba: No nos van a pagar el aguinaldo. Afuera, los que no habían podido subir gritaban y golpeaban los cuatro lados del bondi, muy sacados, fuera de sí mismos.

De repente, un hombre de traje gris, que llevaba una bolsa con empanadas frías, se puso de pie dentro del colectivo y gritó:

—¡Basta! Quizás sea un exagerado, pero nos van a matar y… ¡Si nos van a matar que sea con dignidad!

Y comenzó a desnudarse.

Una señora con delantal blanco y un bolso de feria grito:

—¡Con el calor de mierda que hace, yo también me saco todo!

Empezó a accionar inmediatamente la definición de “El hombre masa” de Ortega y Gasset, los individuos que habitaban el interior del colectivo se empezaron a diluir en la acción de la multitud y el espacio se convirtió de a poco en un recinto nudista espontáneamente.

En el asiento de adelante iba una chica no vidente que inmediatamente comenzó también a abandonar las prendas, luego de hacerlo le dijo al chofer, el servicio es una cagada, pero tu gremio tampoco tiene don de gente, jamás se acercan al cordón, jamás se detienen hasta que una se siente, porque no se van ustedes también a la reputisima madre que los reparió. Y se tomó un trago de agua bendita que llevaba en una botella con la cara del padre Ignacio.

Un hombre de unos cincuenta años que iba parado atras de todo con pantalones de jogging y una gorra con el logo de un equipo de fútbol, se levantó del asiento al fondo del colectivo. Antes de quitarse la ropa, levantó los brazos con furia y gritó:

—¡Anoche estuve esperando dos horas un colectivo después de haber llevado a mi nietito a ver el arbolito de Navidad! ¡Dos horas! Con una criatura de 2 años, que aun no habia cenado ¡Lo picaron veinte mosquitos! ¡No me callo más! Y más vale que no nos hayamos agarrado dengue. Mientras terminaba su discurso, empezó a quitarse la ropa de manera teatral, arrojando cada prenda como si fuera un spripper. Cuando quedó en calzoncillos, se subió al pasamanos del colectivo y, tambaleándose, gritó:

—¡Si no nos escuchan vestidos, nos van a escuchar desnudos! — y lanzó su gorra al parabrisas con gesto dramático.

La escena comenzó a viralizarse en segundos gracias a un pibe de secundaria que grababa todo con su celular y comenzó a transmitir en vivo a los inspirados por el hombre del traje.

Afuera, los que esperaban comenzaron a agolparse alrededor del colectivo, fascinados por la escena. Entre ellos estaba Coti, una agente de la Guardia Urbana que no sabía cómo manejar la situación. Por protocolo, intentó razonar con los pasajeros:

-¡Por favor, vístanse! ¡Esto no es un sauna!

A los minutos golpeaba el parabrisas, gritando que se vistan, como a los alaridos. La multitud la ignoró y una de las mujeres que estaba abajo se le acercó a la espalda y pinchandola con un palito chino que tenía de hebilla le dijo:

-O te desvestis o te mato, pedazo de cómplice, ñoqui del estado.

Y pronto Coti sin mirar hacia atrás se desvistió.

Mientras tanto, en el Palacio Municipal, “El intendente” miraba las imágenes en vivo desde su teléfono. La situación era insólita y, para colmo, los medios nacionales ya la apodaban “la Revolución 103.”

-No queda otra -murmuró “El intendente”

-Si no podes contra ellos, unite.

Vestido con una camisa de lino y bermudas (por poco tiempo), “El intendente” llegó al lugar con un megáfono en la mano y una influencer que podía tener 14 o 38 años de pelo corto teñido de gris a su lado. Pidió subir al colectivo sacándose la camisa, con el megáfono a todo volumen gritaba:

-Rosario es libre, somos vanguardia en cuidar los humedales, no queremos humo, gracias por no quemar gomas mi gente, gracias por no cortar la calle a mis conciudadanos que trabajan, el 103 es y será nuestro estandarte, como cada linea que así lo desee ¡Abranme carajo!.

En el rincón de una vidriera , una madre intentaba taparle los ojos a su hijo de cinco años.

-¿Qué hacen, mami? -preguntó el nene.

-Eh… están practicando para una obra de teatro. Es una versión de “Adán y Eva”.

-¿Puedo ir?

-¡No! ¡Mirame a mí! ¿Querés un heladito?

Un grupo de docentes se unió al desnudo masivo, cargando carteles improvisados que decían “Sin transporte no hay clases”. De pronto, una profesora de un colegio Particular reconoció al dueño del establecimiento entre los pasajeros desnudos.

-¿A vos no te da vergüenza, hambreador? -le gritó.

-Estoy en horario no laboral, Sandra, dejame de romper las pelotas.

Un hombre con una riñonera apareció vendiendo carteles y pañuelos para cubrirse “estratégicamente”. Nadie entendía cómo había llegado tan rápido, pero su negocio prosperaba, le convenia mas que estar gritando: compro, vendo, cambio.

Aparecieron los pibitos de la técnica n°5 y comenzaron a desnudarse para unirse al movimiento, los padres se enfrentaron en una batalla campal. Algunos intentaban detenerlos, otros gritanban que iba a venir minoridad, mientras otros los animaban a “experimentar la libertad”.

“El intendente” ya completamente desnudo, subió al techo de 103 no soltaba el megáfono y sentenciaba:

-¡No más tarifas abusivas! ¡No más espera eterna! ¡Desde hoy el 103 es el emblema de vuestra resistencia, el transporte público de la ciudad será ejemplo en todo el territorio NA-CIO-NAL!

La multitud estalló, algunos lo trataban de imbécil, de incompetente, otro grupo de cantaba

-INTENDENTE COMPADRE LA (piiiiii)

La Guardia Urbana decidió no intervenir más, y los medios hablaban de otro Rosariazo. El 103, pintado con frases como “intendente Cagador” “los barrios también existen” es aun conservado como un monumento al brote nudista del pueblo rosarigasino.

“El intendente” al otro dia volvió a su vestuario habitual de empresario de la política sin tintes empáticos, ni siquiera por quienes lo han votado.

Desde aquel día todo sigue igual.