NOSFERATU 7 puntos
(Estados Unidos/Reino Unido/Hungría, 2024)
Dirección: Robert Eggers.
Duración: 132 minutos.
Intérpretes: Nicholas Hoult, Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin.
Estreno en salas de cine.
Hace casi 103 años el realizador alemán F. W. Murnau estrenaba Nosferatu, una sinfonía del horror, primera traslación a la pantalla de la novela Drácula, de Bram Stoker, aunque sin pagar ni un papiermark por los derechos de adaptación, razón por la cual el film fue legalmente perseguido. Es una verdadera suerte que la obligación de quemar todas las copias existentes no llegara a consumarse: el paso de las décadas transformó al film de Murnau en un auténtico tótem de la historia del cine, prolegómeno del cine de terror que estallaría diez años más tarde precisamente con la versión de los estudios Universal de Drácula. Respetando escena por escena el original, el también germano Werner Herzog llevó adelante su propia versión de la historia en 1979, y ahora le llega el turno a la segunda remake oficial, cortesía del estadounidense Robert Eggers, amante irrestricto de la historia, cineasta consciente del estatus de la película seminal.
La pregunta puede rondar por la cabeza del espectador: ¿por qué no dejar a los clásicos en paz? Lo cierto es que el vampirismo en el cine y el relato de Stoker en particular –el padre de todos los vampiros modernos– imita el carácter inmortal del personaje chupasangre, y ninguna estaca física o inmaterial parece capaz de terminar con su ciclo de muertes y resurrecciones.
Este Nosferatu cosecha 2024 es fiel al guion de Henrik Galeen de 1922 pero le inyecta elementos presentes en la novela de Stoker. La trama es por demás familiar: corre el año 1838 y Thomas Hutter (el ubicuo Nicholas Hoult), empleado de una pequeña casa de bienes raíces de una ciudad alemana, es enviado a un poblado rumano para cerrar un contrato inmobiliario con un tal Orlok (irreconocible Bill Skarsgård), un noble de “estirpe rancia”, según se lo define en un diálogo. Thomas deja en el seno de su hogar, al cuidado de una pareja amiga, a su esposa Ellen (Lily-Rose Depp), quien a poco de despedirse de su esposo comienza a tener una serie de episodios de sonambulismo y los más terribles sueños, que parecía haber enterrado en el pasado adolescente.
Desde luego, la histeria femenina diagnosticada velozmente no es otra cosa que el llamado del vampiro, que raudamente pone rumbo a la ciudad llevando consigo la peste, las ratas y su ominosa presencia. Romántica y gótica, como las versiones previas, Nosferatu según Eggers apuesta a reforzar y potenciar el vínculo espiritual y carnal entre la bella y la bestia, con todas las posibles aristas emocionales y sexuales a flor de piel. A diferencia de las versiones más fálicas de los dráculas de Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman, y sus múltiples derivados, aquí la estaca no puede competir con el poder del deseo, lección que Eggers toma directamente del film original y es sostenida hasta el último plano. Tira más un cabello de Ellen que las salidas de caza de Thomas y el especialista en lo oculto Albin Eberhart von Franz, interpretado con autoconsciencia irónica por Willem Dafoe, viejo conocido de Eggers que, curiosamente, supo encarnar al actor Max Schreck, el intérprete original de Orlok en 1922, en La marca del vampiro, falso racconto del rodaje de Nosferatu.
El Orlok de Skarsgård se aleja del aspecto abiertamente repulsivo del de Schreck y Kinksi en la versión de Herzog. Entre las sombras, los rasgos afilados y el profuso mostacho recuerdan a la imagen del principie rumano Vlad Tepes que le sirvió a Stoker como una de sus inspiraciones directas, aunque el detalle de la cabeza y espalda regalan un talante putrefacto y no precisamente seductor. El resto es estilo, puro e intenso: claroscuros que en alguna escena evocan y replican la pintura expresionista de comienzos del siglo XX, actuaciones de alto perfil alejadas del naturalismo, el fantástico y el horror como reflejo de ansias, miedos y represiones ciento por ciento humanas. Eggers sigue siendo uno de los cultores más personales y ambiciosos del cine de terror “elevado” o autoral de los últimos tiempos.