Babygirl: deseo prohibido 5 puntos
Babygirl; Estados Unidos, 2024
Dirección y guion: Halina Reijn.
Fotografía: Jasper Wolf.
Música: Cristobal Tapia de Veer.
Intérpretes: Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Sophie Wilde, Esther McGregor, Victor Slezak.
Duración: 114 minutos.
Estreno: en salas únicamente, a partir del jueves 2
Desde su título deliberadamente cursi, Babygirl (“Bebita”) tiene todo para llamar la atención: una estrella de Hollywood premiada por esta película en la Mostra de Venecia como mejor actriz (Nicole Kidman); una guionista y directora neerlandesa (Halina Reijn) desafiando desde el corazón de la industria los cánones del puritanismo estadounidense; y una trama que coquetea a sabiendas con los thrillers eróticos de fines de los ’80 y comienzos de los ’90 como Atracción fatal y Bajos instintos. A eso hay que agregar el condimento polémico de época: ¿es moralmente condenable que una súper CEO de 50 y pico se acueste con un pasante de su empresa un cuarto de siglo menor? ¿Hay abuso de poder? ¿Quién seduce a quién? ¿Será acaso que la jefa inflexible y mandona en la oficina querría recibir órdenes en la cama?
El principal problema de Babygirl como cine es que las respuestas a estas preguntas las entrega a la media hora de película, dejando poco y nada para la hora y media restante. Eso siempre y cuando no se haya visto el tráiler… No se puede decir que la dramaturgia de Halina Reijn sea muy sutil: todo, desde el primer orgasmo –fingido- de Romy (Kidman) hasta el último –real-, ambos con su marido de toda la vida (Antonio Banderas), está explicado de manera casi didáctica, como si se tratara de seguir una línea de puntos. O de reemplazar la lectura de un libro de divulgación sobre sexología.
A favor de Reijn, debe decirse que como guionista nunca hace del pasante (Harris Dickinson) un villano, sino apenas un tipo opaco, ambiguo, manipulador sin duda, pero no mucho más que eso. Babygirl se cuida –y ahí hace una gran diferencia con los erotic thrillers de antaño- de juzgar o condenar a sus personajes. Son como son, con sus fortalezas, debilidades y deseos, sin duda insatisfechos en el caso de Romy. Lo que sí mantiene de la vieja fórmula es la relación entre placer y peligro. Cuanto más riesgosa es la relación, más disfruta Romy, pero también –como Michael Douglas en Fatal Attraction- más tiene para perder: posición, dinero, amor, familia.
Como directora, la holandesa adhiere a la estética entre grasa y suntuosa con la que Hollywood suele aderezar estas historias: grandes mansiones, oficinas vidriadas con vista panorámica a Manhattan, superficies brillantes, todo muy iluminado, como de revista de decoración. La puesta en escena es menos reglada pero más torpe: daría la impresión de que la cámara nunca está en el lugar preciso y que la relación entre los planos es la equivocada: o muy lejos o demasiado cerca, como esos primerísimos primeros planos de Kidman, que la dejan en una situación difícil, porque no es una actriz particularmente expresiva.
Y porque los infinitos retoques que le ha hecho a su rostro le han restado posibilidades. Tantas que la película misma lo reconoce, cuando la hija mayor de Romy mira a su madre luego de una aplicación de bótox y le dice, hiriente: “Parecés un pescado”. Que esa línea de diálogo haya quedado en la versión final de Babygirl dice mucho más de la celebrada valentía de Kidman que todas sus escenas de sexo juntas.