Esta semana cumplo treinta y nueve años de vida, los últimos dos los festejé en otoño y sin jazmines, viviendo en otro país. En muchas cosas volví a ser una niña de dos años. El ejemplo más evidente es el del idioma: solo puedo decir “perro”, “buen día”, “buenas noches”, “hasta mañana” y “hola”. El danés es un idioma imposible, pero por suerte existen algunos atajos para entender la idiosincrasia de un país nuevo: el arte, la música y las películas.
Antes de conocer Copenhague, sólo sabía que la oscuridad en invierno deprime a las personas, que la gente va en bicicleta a todos lados, y que acá nacieron Thomas Vinterberg y Lars Von Trier. Idealicé una oportunidad: acá hay plata, el estado financia películas de las cuales una plataforma no se atrevería jamás; se pueden hacer cosas como The Act of Killing, que desafía la ética y la función del cine, y que recibió fondos de Dinamarca para hacerlo.
De la cultura danesa sabía poco, pero admiraba a una persona: Lars Von Trier. En su momento, me había impactado el Dogma 95, fundado con su amigo Vinterberg, algo que ya no podría hacerse nunca más, que perdió sentido, pero que iba en busca de una verdad. Me encantan las cosas que tienen sentido en un momento histórico determinado, que no están hechas para perdurar sino para romper.
Aprendí de él en la universidad. Me tocó estudiar durante la transición de lo analógico a lo digital. Vi morir la casetera de VHS mientras no estábamos seguros, pero intuíamos que el cine iba a cambiar para siempre. Lars Von Trier se rebeló contra todo eso y de las normas de Hollywood, se puso una productora en unas antiguas barracas militares y empezaron a hacer películas con cámara en mano, sin luces, que lucían completamente caseras y lo cuestionaban todo. Su nombre no tiene los mejores atributos: se portó muy mal en varios sets de filmación y todavía sostiene que para hacer arte hacen falta algunas habilidades dictatoriales, por no decir todas. No estoy tan de acuerdo, tampoco vi todas sus películas, un poco por vaga, otro poco porque me da miedo decepcionarme; además de que para oscuridad y disgusto, ahora existen las redes sociales. Pero cuando vi Contra viento y marea me obsesioné.
Llegué tarde. Salíamos de un recital de Anohni que nos había hecho llorar. En la puerta, nos quedamos hablando con una amiga de Riga, que había ido con otro amigo de Helsinki. Todos los demás espectadores se fueron y nosotros seguíamos ahí, intoxicados por la voz de Anohni. Cuando nos dimos cuenta de que éramos los únicos que seguíamos en la puerta del teatro, empezamos a fantasear con la idea de cruzarnos con ella. A ninguno se le ocurría muy bien qué decirle. El chico de Helsinki contó el día que sacó a pasear al perro de los Rolling Stones. Tenía nueve años, sus padres tenían unos amigos managers trabajando para la banda, que estaba de gira por Helsinki. Le propusieron ir a pasear al perro de los Rolling. A él no le gustaba la banda, pero le encantaban los perros así que aceptó. Dijo que la mascota tenía el nombre de una canción, pero no se acordaba cuál era. “Creo que Bloody Monday”, dijo. No existe ninguna canción de los Stones que se llame “Bloody Monday”, pensamos que quizás el nombre correcto podría ser “Ruby Tuesday”.
Esa noche hablamos mucho de ser fans y pudimos reivindicar su mala fama. Yo confesé que admiraba a Lars Von Trier, en especial por sus películas en donde hay escenas de casamientos, y que a veces me da vergüenza decirlo porque nadie lo quiere y sigue haciendo cosas polémicas, como la publicación en twitter de hace un año buscando novia. La mañana siguiente, mi amiga de Riga se fue a una tienda de usados, encontró el guión de Contra viento y marea, y me lo regaló. En el libro está la nota del director, en donde Lars Von Trier explica que por mucho tiempo “quería concebir una película en la que todas las fuerzas impulsoras sean 'buenas'." Incluso la hermana de Emily Watson en la película, que trabaja de enfermera y es la que pone límites en el amor entre ella y el personaje de Stellan Skarsgard, es un personaje bueno.
A las semanas vino a visitarme mi amigo Manuel, otro fanático de Lars Von Trier. Hablamos de Contra viento y marea, que trata de una mujer que no conoce el mal y quiere hacer el bien, y se enamora de un hombre. Se casan, son felices por un rato, él tiene un accidente y el amor se convierte en algo muy peligroso para ella. Esa película tiene todo: religión, romance, casamiento, música de T.Rex y Leonard Cohen. Es un melodrama filmado con una cámara sucia, desprolija. Se filmó antes del Dogma así que no pertenece a esa lista, pero comparte varios puntos en común. En la película, todo lo ridículo del amor se sostiene en los personajes, no hay otra forma de manipulación en la imagen para remarcarlo. La intensidad surge de ellos, y de algunas metáforas propias de la literatura, como una iglesia que no tiene campanas, pero que suenan en el cielo del final. Hay una entrevista, en donde Lars Von Trier confiesa arrepentirse de ese último juego. Manuel sostiene que eso es mentira, o imposible, que la película sin esas campanas no funciona. Quizás ese comentario de Von Trier tenga que ver con la dificultad de tolerar tanta ridiculez en el amor, tanta ceguera, la razón por la que la película me gusta tanto.
Después de obsesionarme, leer el guión, buscar sus menciones en entrevistas y verla varias veces en una semana, con Manuel decidimos pedalear hasta su casa. Es una ciudad chiquita y nadie puede esconderse. Queríamos ver cómo vive, dónde escribe, esperarlo en la puerta. Si lo encontrábamos, sabíamos perfectamente lo que le íbamos a decir: pedirle de escribir algo juntos ese mismo día. Una ilusión más ridícula que el amor, pero igual de exquisita. Sabíamos que tiene un perro al que saca a pasear por el bosque y confiamos en que, quizás, íbamos a tener la suerte de encontrarlo justo ahí. Barajamos la posibilidad de llevar a mis perros para ver si era más fácil que nos diera bola, pero después terminamos optando por ir en bicicleta. En algunos países esto es ilegal, pero no sé por qué estábamos convencidos de que Lars Von Trier iba a entendernos, apañados por una humilde arrogancia de saber demasiado acerca de su obra, de apreciarla mucho como para que nos rechace. Es lindo que te vean, que entiendan lo que hacés. Esperamos varias horas en la calle, sentados en un muelle, apreciando la vista del lago que tiene enfrente, comiendo papas fritas de paquete. Era tarde hermosa, sin viento, el sol parecía dispuesto a no irse nunca más. La puerta trasera de su casa estaba abierta y esperamos. Nos sacamos una selfie en la puerta, se la mandamos al papá de Manu, y entonces nos dimos cuenta de que pretendíamos llevarnos algo, como si Lars Von Trier no nos hubiera dado ya lo que podíamos esperar de él. De la basura salían dos papelitos de colores: los agarramos y corrimos hacia el bosque.
Majo Moirón nació en 1985, y es escritora y guionista. Publicó los libros de relatos Lobo rojo (2013) y Los lugares equivocados (2020). Su último libro es La lengua rota (2024).