Reírse de la palabra a través de la palabra. En la "capilla ardiente del lenguaje", expresión de la escritora María Negroni, hay pequeñas batallas que se ganan a pura carcajada, como sucede en La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus, que comienza su cuarta temporada en el Teatro Picadilly este domingo 5 de enero, con actuación y dramaturgia de Diego Carreño.
"Si me anoto en un concurso de fotografía, ¿me podrían otorgar un Premio Revelación?", se pregunta el atolondrado Esperanto –ponerle de nombre una lengua artificial es inscribirlo en un origen repleto de sombras–, que hace 24 años que está en un lugar aislado en las sierras, una casa llamada "Mi ilusión", preparando su tesis para recibirse de filólogo, de "hombre de letras", y poder demostrar al mundo el poder transformador de la lengua. "Salgo con mi auto, y choco contra un acantilado, ¿se puede considerar al hecho como un accidente geográfico?", insiste el personaje que está rodeado de papeles alrededor del escritorio y la máquina de escribir, desparramados por el piso o pinchados en las paredes, junto a pilas de libros y el retrato del escritor estadounidense William Burroughs (1914-1997), santo patrono de la Generación Beat.
La ilusión alimenta la verborragia de este personaje que está a punto de finalizar su tesis con la que confirmará aquel planteo de Burroughs de 1966, en el que afirmaba que "el lenguaje es un virus del espacio exterior". La razón de su vida radica en ese trabajo que tipea con una suerte de fervor y perplejidad desembozadas, una tesis en la que desarrollará una gran cantidad de conceptos como la alegoría, el retruécano, el oxímoron, la paradoja, la paronomasia y la metáfora, entre otros.
"Los dos hijos de Plácido Domingo, ¿podrían ser dos ejemplares de un mismo tenor?", añade más capas de interrogantes a esta especie de callejón sin salida que implica combatir la palabra con palabras, desmontar los pliegues fosilizados como un equilibrista que sabe que se mueve por una cuerda floja y en cada movimiento consigue alejar, enrarecer y transmutar los viejos sentidos cristalizados de las palabras y expresiones que somete a un escrutinio desopilante. Por el modo de desarmar las paradojas y vericuetos de lo que decimos y naturalizamos, la obra de Carreño, dirigida por Leandro Aita, dialoga con las propuestas de Les Luthiers y Leo Maslíah.
Esperanto no puede ni quiere salir de su cabeza, que está signada tempranamente por las experiencias con el lenguaje desde la infancia. Hay un episodio inaugural y traumático cuando su padre lo lleva al cine a ver Pájaros de acero, una película sobre aviones. La ilusión del niño se vio quebrada por el simple uso de una metáfora. Para ese niño que deseaba ver literalmente los "pájaros de acero" que le prometía el título del film, la palabra es más real que el objeto que representa. La palabra no representa la realidad; es la realidad.
Cuando se dirige a sus interlocutores, a sus padres (a quienes les escribe una carta) o a Burroughs, aparece en Esperanto la duda sobre qué palabras puede usar. Carreño logra sacarle el jugo a ese estado de vacilación del protagonista, un personaje que tiene más preguntas que respuestas, que tal vez intuya que lo más importante es el asedio de la interrogación que reposar en la comodidad inocua de las certezas.
El momento cumbre de su excepcional interpretación es cuando arremete con el absurdo sermón del Padre Sito –un guiño al Peperino Pómoro de Fabio Alberti–, un sacerdote que tropieza una y otra vez con la lengua, que se equivoca y pronuncia mal las palabras, que las cambia o las confunde, como si operase en esa errata verbal desaforada un remedo beckettiano de la conocida frase "fracasa mejor". El Padre Sito es hilarante y pertinaz en su sistemático naufragio.
El personaje pareciera encarnar la idea de que hay que estar retirado de la vida para entender la vida palpitante de la lengua. A su admirado Burroughs lo llama "pánfilo", expresión que para él suena linda ("Así da gusto que te insulten") y esboza una suerte de inventario arbitrario de palabras que suenan bien y otras que suenan mal o que son feas, como "ortopedia". También se atreve a analizar las frases que se ponen de moda bajo la perspectiva de lo políticamente correcto, como "zona de confort", "fingir demencia" o "remar en dulce de leche".
No usa computadora, aprieta con entusiasmo las teclas de una máquina de escribir y va escuchando en distintos momentos la voz en off de su madre (Edda Díaz) que emerge del contestador del teléfono fijo y también la de Burroughs (Diego Gentile), un mensaje que llega muchos años después, en un futuro que continúa siendo analógico, donde no hay teléfonos celulares ni redes sociales; una respuesta a destiempo que conviene no espoilear, una confesión en la que tiene un papel relevante la heroína, los hongos y el hachís que tomó el autor de Yonqui y El almuerzo desnudo.
La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus se estrenó en 2022 en el Camarín de las Musas con la dramaturgia de Diego Carreño (autor de las comedias Tan sólo un gesto, Digital Mambo y Hombres Delay ) y dirección de Gabriel Wolf, integrante del grupo Los Macocos. La obra está basada en los posteos humorísticos y lingüísticos realizados por Wolf en Facebook desde 2014. En 2024 se sumó Leandro Aita, compañero de Carreño en el dúo humorístico Hermanos Delay, para encargarse de la dirección.
El lenguaje juega a la ambigüedad y la mayor parte del tiempo los que jugamos el juego creemos que sabemos absolutamente lo que decimos. El humor es el mejor atajo para desmantelar las trampas de la lengua. La risa es una forma elevada del pensamiento.
*La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus en el Teatro Picadilly (Av. Corrientes 1524), domingos a las 20.30.