Mientras España celebra avances decisivos contra el modelo de falsos autónomos, en la mayoría de los países del mundo se hace cada vez más evidente el riesgo que trae consigo la “gig economy” y el trabajo a través de plataformas digitales.

El Reino Unido puede ser citado como ejemplo. En medio de las ventas navideñas, se supo que grandes cadenas como Urban Outfitters, Lush y Gymshark, que venden indumentaria, artículos personales o tecnología a lo largo del país, están promocionando empleos vía social media como TIK TOK y recurriendo a aplicaciones para contratar "trabajadores freelance" sin derechos laborales como forma de complementar el personal en sus tiendas durante los días y semanas de mayor demanda, una práctica que muestra los avances en la extensión del modelo de precariedad de las compañías de plataformas más allá del reparto a domicilio y el taxi.

Esta expansión hacia el comercio minorista indica que, cuando se permite operar por fuera de la legislación del trabajo, se pone en riesgo a todo el mercado laboral, degradando las condiciones generales y debilitando las protecciones conquistadas a expensas de una mayor expansión de la precariedad.

"Plataformización"

El mundo del trabajo está experimentando transformaciones profundas, marcadas por el uso expansivo de la Inteligencia Artificial (IA) y las tecnologías digitales en los lugares de trabajo, el aumento del monitoreo y la creciente dependencia de algoritmos para organizar y gestionar tanto el trabajo como a las y los trabajadores. 

La plataformización se vio primero en los servicios de transporte y delivery pero es hoy un fenómeno generalizado incluyendo, pero no limitándose a, servicios profesionales y educación, trabajo doméstico y de cuidados, transporte y entrega, trabajo creativo y de conocimiento intensivo, y servicios de tecnología de la información y técnicos.

Hasta ahora, y en la mayor parte de los casos, las plataformas digitales no han sido un motor significativo de creación de empleo, sino que fundamentalmente redistribuyen y reorganizan trabajos ya existentes (como podemos pensar lo hace Uber, Rappi o Zolvers). Quizás por eso el proceso está produciendo un sismo en los mercados laborales del norte y del sur, pues pone a prueba los sistemas de relaciones laborales y las normas nacionales e internacionales construidas durante más de un siglo.

La transformación opera en dos niveles: primero, mediante la fragmentación de empleos existentes en tareas discretas ("taskificación"), lo que modifica dónde y cómo se realiza el trabajo y donde se genera valor. En segundo lugar, a través de la implementación de una serie de mecanismos que redefinen la relación de empleo.

Estos permiten a los empleadores gestionar “vía algoritmos” sin ser vistos (por medio de las “apps”) y producir cambios de fondo en los acuerdos laborales, transfiriendo los riesgos a las y los trabajadores y produciendo un retorno de los sistemas de pago “por pieza” o “tarea” a cambio de ciertas formas de flexibilidad y fácil acceso al trabajo.

Aunque la proporción de personas que trabajan en o por “las apps” actualmente representa una modesta proporción del empleo total global, su creciente influencia alerta sobre la necesidad de discutir una estrategia que vaya más allá de los casos paradigmáticos (la regulación del servicio de delivery o el taxi vía plataformas) y que busque garantizar los derechos sociales y laborales a quienes trabajan para o vía compañías que promueven este modelo de negocios.

Estrategias y respuestas

La expansión de estas prácticas al comercio minorista plantea serias preocupaciones y pone -una vez más- en evidencia la capacidad de las empresas para eludir las protecciones laborales básicas presentándose como “innovadoras” y “excepcionales” en todos los sectores. 

La experiencia española demuestra que una combinación de presión desde abajo (que incluyó acciones individuales y colectivas de trabajadores), acción sindical, regulación efectiva y consecuencias legales significativas puede frenar estas prácticas. 

La provincia de Buenos Aires dio pasos en ese sentido cuando después de realizar inspecciones laborales, multó a las compañías de reparto y obtuvo no una sino tres confirmaciones en los tribunales del trabajo que fueron apeladas y se encuentran aún a la espera de resolución.

Los datos sobre el riesgo de “no hacer nada” son contundentes: según la OIT, las plataformas digitales han multiplicado por cinco su presencia desde 2010, movilizando inversiones globales por 119 mil millones de dólares, mostrando que la excepción puede convertirse en regla.

El proceso iniciado por la OIT para crear una nueva norma internacional para el trabajo de plataformas (que culminará en 2026) ofrece una oportunidad sobre todo para pensar en el problema con los sindicatos como voces relevantes. Nuestro desafío no se debe limitar a establecer estándares “mínimos” sino a construir una estrategia que cuestione y direccione como podemos usar la tecnología digital para que sea una herramienta al servicio del bien común y no de los intereses corporativos.

Como señalaron hace poco desde la coalición por la Soberanía Digital Democrática y Ecológica, tenemos que disputar el potencial de la IA y otras tecnologías para dignificar el trabajo, mejorar la educación, la salud y la vida de las generaciones presentes y futuras. Que la tecnología sirva para expandir capacidades humanas y fortalecer derechos, en lugar de precarizar y fragmentarlos aún más.

* Profesora en Relaciones Laborales e investigadora en el Observatorio de Políticas sobre Inteligencia Artificial para el Mundo del Trabajo de la Universidad de Essex, Inglaterra. [email protected]">[email protected]