Por ahora es imposible demostrar que la psilocibina sea una tecnología para hackear la mente o un dispositivo biológico que permita acceder a una red de conocimiento que se expresa verbal y visualmente o un sistema de comunicación interplanetario. Sin embargo, sí es una sustancia que actúa en varias fases o pasos para cumplir una función extremadamente específica y compleja. Es un recurso para derribar la barrera del ego, que impide abrirse a experiencias trascendentales en un esfuerzo por proteger la individualidad. Al ingerir alucinógenos usualmente se pasa por una fase de euforia y vitalidad; esos estímulos en ocasiones conducen a un punto en que el ego se colapsa y es entonces cuando se tiene acceso a una red inacabable de sensaciones, información y quizá sabiduría. En un primer nivel, los alucinógenos pueden mejorar los sentidos, afinar la vista, el oído, el tacto y el olfato. De esa manera mejoran nuestras destrezas de supervivencia, y esa podría ser la razón por la que nuestros ancestros los consumían. Pero, en un nivel más alto, los hongos parecen abrir puertas de percepción, hacer legibles señales, patrones y lenguajes que normalmente están fuera de lo que podemos entender o siquiera registrar.

No hay duda que en cierta forma mis amigos y yo, conocidos y compañeros de viajes, fuimos parte de la resaca del fenómeno psicodélico, nos apropiamos de los hongos y de sustancias que para otros tuvieron sentido ritual y mágico para usarlos por diversión, sin el menor respeto. Fuimos herederos de una generación que perseguía frenéticamente estímulos y experiencias límite. Como impacientes y caóticos exploradores de la psique nos enfrentamos a estados alterados sin tener idea de lo que representaban. Pero es importante preguntarnos contra qué o quién fuimos transgresores e irreverentes: ¿contra las culturas tradicionales, contra seres divinos, contra el propio hongo, contra nuestra consciencia? Eso no lo puedo responder.

El autor mexicano Nayef Yehya (Foto: Isabel Yehya)

¿Aprendimos algo en estos viajes? Creo que sí. A muchos, como he dicho antes, nos cambió la vida. Tuvimos revelaciones, o por lo menos eso creímos, y en algunos casos los efectos se extendieron por muchos años. Ahora bien, mis malos viajes fueron contundentes y los interpreté como una señal de que no debía volver a intentarlo. Por supuesto que eso responde a una visión animista, que implica que el hongo me dio una señal con un mensaje que significaba: “La tercera es la vencida”. Y al creer en esto hay dos posibilidades: asumir que el hongo no solo es inteligente sino que tiene una identidad, consciencia, voluntad, filosofía y un plan, es decir que el hongo “es habla”, como dicen los mazatecos y otros pueblos; o bien que la intensidad de la experiencia hace que nuestro cuerpo se proteja y nos haga rechazar otra dosis. La pregunta es si estamos hablando del lenguaje de la bioquímica y su respuesta sensorial o bien de un vínculo con un ser extraño a nivel emotivo, sentimental y quizá moral. Muchos han querido entender en los efectos del hongo y otros psicotrópicos mensajes ecologistas y por tanto de una responsabilidad hacia la tierra. Ahora que sabemos mucho más que hace un par de décadas acerca de la función de los hongos como sistema de información, protección y distribución de nutrientes en los bosques, este mensaje se hace un poco más creíble.

En un viaje de hongos en la selva de Palenque vi como las plantas y la naturaleza que me rodeaban eran los residuos vivientes de una civilización anterior a la humana, escombros de un universo desaparecido a partir del cual habíamos surgido nosotros y que permitía nuestra existencia. Al desaparecer la especie humana dejaremos algo equivalente: un mundo vivo de sustancias químicas y plásticos, una nueva “naturaleza” tóxica para nosotros pero ideal para nuestros sucesores. Es un lugar común pensar que después del apocalipsis nuclear y/o climático, cuando la humanidad sea borrada de la superficie del planeta, las cucarachas dominarán la tierra y las aguas malas serán los amos de los grises y pestilentes océanos. Hoy creo que en ese escenario los hongos seguirán existiendo, casi como si nada hubiera pasado, transformando sustancias, limpiando el mundo de toxinas, venenos y materiales radioactivos que irán aprendiendo a procesar y eliminar. La función de los hongos es reciclar los desechos tanto en la tierra como en las mentes. Se multiplicarán caprichosamente los imperturbables micelios y seguirán produciendo psilocibina y otras sustancias psicotrópicas para los seres que lleguen a ocupar nuestro lugar. Es difícil cuestionar la certeza de que este es el planeta de los hongos y nosotros tan solo somos visitantes.

Portada del libro de Naief Yehya 

Este texto forma parte del libro El planeta de los hongos: una historia cultural de los hongos psicodélicos, publicado por Anagrama en su colección Argumentos.