Según el último censo en el país, el 42,5 por ciento de nuestra población afrodescendiente vive en la provincia de Buenos Aires. Son 302.936 personas que reconocieron ese origen, el 0,7 por ciento del total de la población nacional. Las ciudades bonaerenses con mayor población afrodescendiente son La Plata, Avellaneda, General Pueyrredón, La Matanza, en una relación de ciento quince mujeres por cada cien varones.
En 2013 se sancionó la ley 26.852 estableciendo el ocho de noviembre como Día nacional de los y las afroargentinas y de la cultura afro. Fue en conmemoración de María Remedios del Valle, a quien el general Manuel Belgrano le confirió el grado de capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla. La mujer que acompañó al ejército del Norte en su cruzada hacia el Alto Perú, con su hazaña se convirtió en un símbolo de lucha.
Hoy, las comunidades continúan reivindicando su origen y la literatura argentina acompaña a esas mujeres que lograron la emancipación, las que militaron para que sus derechos sean respetados. Una de ellas fue la norteamericana Sojourner Truth, la mujer que rompió todas las reglas de su época y se animó a expresar sus ideas, en la Convención de los Derechos de la Mujer en el siglo XIX. La escritora Magalí Isaguirre acaba de dedicarle una biografía que lleva su nombre.
Desde el siglo XVIII poco importaba inscribir a los hijos de los esclavos. Se estima que ella nació en 1797 y su nombre fue Isabella Baumfree. Su madre era propiedad de alguien en el Condado de Ulster, Nueva York, Estados Unidos. El paisaje que la cobijó fue un valle verde, con laderas repletas de flores silvestres, el viento tan libre como no lo eran ellos y una tierra fértil, que los colonos holandeses les habían comprado a precio irrisorio a las Primeras Naciones en el siglo XVII.
A los nueve años, Isabella fue subastada por cien dólares junto con un rebaño. El hombre que la compró fue John Neely. Según cuenta Isaguirre, fue el comienzo de una vida oscura por los maltratos y abusos. Algo que quedaría marcado en ella como una pluma de acero ardiente.
Pero Isabella nunca se rindió, pidió a su dios, le habló al cielo implorando salir de esa convivencia tortuosa. Pensó en su padre e imploró que alguien la rescatara de aquel infierno. Entonces ocurrió el milagro, cuando llegó un pescador llamado Scriver que la compró a buen precio y la tuvo hasta que cumplió los trece años. Luego pasó a ser propiedad del inglés John J. Dumont, un hombre de mal carácter y tan celoso que no permitió que ella se casara con otro esclavo llamado Robert, de quien Isabella se había enamorado perdidamente. Enfurecido, Dumont mandó a golpear ferozmente al pretendiente y lo obligó a tomar como esposa a otra esclava. Isabella fue obligada a casarse con un esclavo mucho mayor que ella, de su misma granja, llamado Thomas. En aquel tiempo casamientos y divorcios eran manipulados a conveniencia de los esclavistas para reservarse el derecho de venderlos y separarlos a su antojo. Para ellos no había forma legal de matrimonio en Nueva York.
En ese cautiverio dio a luz a dos hijos, uno de los cuales le fue arrebatado. Sólo la pequeña pudo estar al lado de su madre. En 1799 el gobernador John Jay, primer presidente de la corte suprema de Estados Unidos, había firmado una ley para abolir la esclavitud de forma gradual. No se aplicaba inmediatamente, sino a los hijos de madres esclavas, que hubieran nacido después de la ley. Finalmente, en 1827 el Estado de Nueva York puso fin oficialmente a la esclavitud.
Isabella, según esa ley, debió ser libre el 4 de julio de 1826, pero Dumont puso excusas y le negó lo que ella tanto anhelaba. La esclava huyó de la finca llevándose a su hija, con provisiones necesarias para un viaje sin regreso. Luego de caminar y atravesar las colinas del valle, se refugió en el hogar de Isaac y María Van Wagenen, dos abolicionistas. Allí pudo enterarse que su hijo de cinco años había sido vendido en Alabama y su amor de madre la hizo partir en su búsqueda y rescate.
Los Van Wagenen la llevaron a Kingston, la capital del condado, y la guiaron hasta el Palacio de Justicia para que presentara una denuncia. Le llevó más tiempo de lo esperado porque si bien pudo presentar sus argumentos, le faltaba un abogado que quisiera acompañar la causa. Hasta que apareció Herman Romeym, quien por cinco dólares le prometió devolverle a su hijo en tan solo 24 horas.
Nadie más que Isabella caminó tanto por el condado para poder reunir el dinero que le pidió Romeym. No fue fácil, siendo analfabeta, tener que lidiar con los trámites y para colmo tener que pagar para que se haga justicia. Ella no solo pensaba en su hijo, sino en todas las mujeres que, como ella, habían vivido bajo la opresión de los esclavistas.
Fue un hecho histórico, por primera vez una mujer negra demandó con éxito y le ganó el juicio al tirano Salomon Gedney, quien tenía a su hijo bajo la tortura. Cuando pudo rescatar a su hijo Peter, se radicaron en Nueva York. Pero él quería rebelarse, vengarse del maltrato, y en varias oportunidades fue a parar a la cárcel por delinquir. Finalmente se embarcó en un ballenero y su madre sólo supo de él a través de pocas cartas.
En 1832 conoció a Robert Matthews, conocido como el profeta Matías, un estafador que la convenció para que Isabella formara parte de su secta. Ella trabajaba día y noche como sirvienta para mantenerse pero Matías la estafó dejándola en la ruina total. Otra vez debía salir con lo puesto y huir a donde nadie más le mintiera, nadie más la maltratara ni pudiera arrebatarle lo único que tenía, su fuerza y su dignidad.
Se convirtió en una gran oradora en grupos reducidos de mujeres, donde les hablaba sobre cambiar las cosas desde su femineidad, exigir derecho al sufragio, la posibilidad de emanciparse, ser dueñas de sí mismas y decidir sobre sus cuerpos. Son varios años los que la toman como una precursora del feminismo. Su misión predicadora e itinerante fue tomando relevancia y así como tenía adeptos, también se ganó enemigos.
En 1844 Isabella se unió al movimiento adventista, pasando a formar parte de la Northampton Association (Asociación de Northampton), una fundación que apoyaba el abolicionismo, los derechos de la mujer, la tolerancia religiosa y el pacifismo. Allí comenzó a dar conferencias donde cada vez eran más las mujeres que se acercaban a escucharla. Es en ese momento cuando se cambia el nombre y pasa a ser Sojourner Truth, "la verdad peregrina". En ese peregrinar se estableció finalmente en la ciudad de Northampton, Massachussetts.
En 1850, dado que era analfabeta, le pidió a su amiga Olive Gilbert que le escriba la historia de su vida. Ella le dictó su autobiografía que fue publicada en 1850. Ese año se realizó allí la Primera Convención Nacional de Derechos de la Mujer. Al año siguiente, en la segunda convención, Sojourner pidió autorización para hablarle al mundo. Su discurso marcó un hito que la convirtió en una figura mítica.
Sojourner comenzó diciendo “¿Acaso no soy una mujer?” “Yo soy los derechos de una mujer. Tengo en mis brazos tanto músculo como cualquier hombre y puedo hacer tanto trabajo como cualquier hombre. He arado y segado y descascarillado el grano ¿y puede algún hombre hacer más que eso? He oído mucho sobre la igualdad de los sexos; puedo cargar tanto como cualquier hombre, y también puedo comer tanto como él”.
También abordó el derecho de las mujeres al voto, la esclavitud que ella misma había vivido por cuarenta años. Fue aplaudida, ovacionada no solo por sus ideas claras y su propuesta de cambiar el mundo. Truth sorprendió con su canto, su voz potente de la que también salieron melodías que reclamaron, salieron de su alma las letras más hermosas que pudo entonar una mujer libre. “Nos vamos a casa; pronto estaremos, donde el cielo es claro y la tierra es libre; donde la canción victoriosa se eleva desde la meseta, y los cantos de serafines y sus gloriosos sones; donde los rayos de sol nos inundan con su brillo, como vigas de un mundo que es justo y bueno”.
En 1861 se desató en Estados Unidos la Guerra de Secesión, una guerra civil entre el Norte y el Sur que duró hasta 1865. El conflicto bélico ligado a las controversias sobre la esclavitud, enfrentó a los abolicionistas que apoyaban al presidente Abraham Lincoln, contra los estados esclavistas del Sur, que querían mantener la esclavitud y extenderla a otros territorios. Once estados esclavistas del sur declararon su secesión de los Estados Unidos, para formar los Estados Confederados de América. Por la otra parte, los estados que permanecieron leales al gobierno del país se conocían como la Unión o el Norte.
El activismo de Sojourner fue notorio. Reclutó voluntarios negros para enlistarse en las filas del Ejército de la Unión. No pasó desapercibida por el Presidente Abraham Lincoln, quien la invitó a la Casa Blanca.
Luego de que la Unión venciera, la situación de los negros liberados fue de extrema vulnerabilidad y abandono. Nuevamente, ella se puso al hombro la tarea de tender redes para que esos hombres pudieran encontrar trabajo, y salir de la miseria en la que habían quedado. En 1870 realizó una petición formal al gobierno de los Estados Unidos, solicitando que se le concedieran tierras a los esclavos liberados, tierras en las que habían morado desde siempre pero nunca habían sido suyas.
En las elecciones presidenciales de 1872, hizo algo muy valiente de su parte, que fue presentarse e intentar votar. Su voto fue declarado nulo. Hay muchos interrogantes sobre su vida, vacíos de su historia que no se han podido conocer. Luchó hasta donde le dieron las fuerzas, la salud, la edad, su voz potente y su pensamiento claro. Murió el 26 de noviembre de 1883, a los 86 años y su historia, hasta donde ella misma pudo contar la puso en un lugar preponderante a la hora de hablar de feminismo. El libro publicado por Ediciones Carminalusis es una biografía sobre una mujer que pudo hablar sobre la discriminación racial y de género. Que inquietó a muchos, despertó a tantas y, como dice Izaguirre, “su vida concluye, dejando un mundo que hoy la conmemora, la celebra y se hace eco de su palabra”.
“Yo no sé leer, pero puedo escuchar. He escuchado la Biblia y he aprendido que Eva hizo que el hombre pecara. Bueno, si una mujer ha puesto de cabeza al mundo, denle la oportunidad de volver a colocarlo boca arriba”.