Megalópolis: Una fábula
(Megalopolis)
EE.UU., 2024
Dirección y guion: Francis Ford Coppola.
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Música: Osvaldo Golijov.
Montaje: Cam McLauchlin, Glen Scantlebury, Robert Schafer.
Intérpretes: Adam Driver, Nathalie Emmanuel, Giancarlo Esposito, Dustin Hoffman, Laurence Fishburne, Jon Voight, Shia LaBeouf, Aubrey Plaza.
Distribuidora: Maco Cine
Duración: 138 minutos.
7 (siete) puntos
Megalópolis está hecha de cine. Así es su progenie. ¿“Buena” o “mala” película? Poco importa. (Tampoco es “mala”). Megalópolis, antes bien, es un diálogo consciente con otros mundos afines. Entre ellos, los de Intolerancia (1916, David W. Griffith), Manhatta (1921, Charles Sheeler, Paul Strand), Berlín: Sinfonía de una gran ciudad (1927, Walter Ruttmann), Metrópolis (Fritz Lang), Y el mundo marcha (1928, King Vidor), El hombre de la cámara (1929, Dziga Vertov); la estela es larga. Llega (llegaba) a Blade Runner (1982, Ridley Scott). En ese diálogo fílmico, de épocas variables y unidas por una misma semántica -cuando el cine era celuloide-, el cine narró futuros.
Con cualquiera de las películas mencionadas, Megalópolis entabla vínculos; distinguirlos obedece a algo más que un ejercicio cinéfilo. Por ejemplo, pueden mencionarse rasgos concomitantes, como la organización geométrica de El mundo marcha, el concepto bipartito de Metrópolis, el pasado fastuoso y caído de Intolerancia, el futuro eléctrico de El hombre de la cámara, la cimiente poética de Manhatta. Cada una de estas marcas, estuvo orientada a un horizonte de reunión filial. Una utopía: cuando el cine prometía un espectáculo más grande que la vida. Así como esas mismas ciudades “del futuro”, que la pantalla invitaba a habitar. A todos por igual. Si esa promesa pudo cumplirse, o no, no viene a cuento.
Lo que nos queda, en todo caso -y si se permite el juego ambivalente del término- es el cuento: un arquitecto sueña con hacer de la ciudad de Nueva Roma –anclada en su declive- algo diferente. De esta manera, Cesar Catilina (Adam Driver) visiona su proyecto, en contraste con el status quo que personifica el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito). La hija de éste, Julia (Nathalie Emmanuel), se enamora de Cesar; ella sabrá oficiar como la bisagra entre dos mundos: el del cielo que promete Catilina y el del suelo terreno de su padre.
Habrá pactos siniestros y traiciones; por los corredores del film se entretejen cizañas, para que brillen el arribista Clodio Pulcher (Shia LaBeouf) y la periodista sensacionalista Wow Platinum (Aubrey Plaza). Cada uno, la dosis de carroña justa para enmohecer lo que tocan; pero también, condición necesaria del juego, para que las partes que deban encontrarse lo hagan. Así como en la Metrópolis de Fritz Lang: el corazón y el cerebro tendrán que ir de la mano si lo que se quiere es pensar un después. El mundo está decadente. ¿El cine también?
Como Megalópolis es una película sobre el cine, Catilina debiera ser entendido como un director de cine. Es un director de cine porque está obsesionado con el tiempo, materia prima del cine. Y lo primero que le vemos hacer en el film, y no otra cosa, es detenerlo. Como si manipulara una vieja moviola o un moderno software, Catilina pausa la imagen en un frame. Analiza lo que mira desde el techo del mundo (el punto alto del rascacielos donde vive), y lo que ve es el deseo de cualquiera: ser la victoria sobre el tiempo. Él se mueve, y el entorno queda detenido. A su merced. Catilina, maestro relojero, es un montajista que detiene y piensa la mejor sucesión posible de imágenes. Aplicarlo a la propia vida sería el sueño consumado.
Con este gesto, metafórico, Coppola detiene la habitual y contemporánea sucesión atropellada de imágenes; y al hacerlo, actualiza el viejo sueño del cine. En París que duerme (1924, René Clair) un genio malvado detenía el movimiento de la ciudad parisina; Coppola, a su manera, retoma la premisa de Clair, y se pregunta si todavía, en este vértigo, es posible aquel sueño. Si el estatuto de la imagen cambió, ¿puede Catilina (o ese viejo director de cine, de nombre Coppola) pensar todavía en cómo construir una ciudad (una película)?
En este sentido, y curiosamente, Megalópolis funciona como una película “serie B”, más allá del significado original de este rótulo, dedicado a las películas de poco presupuesto del Hollywood clásico. Megalópolis se propone fastuosa pero un tanto a destiempo (valga la paradoja con el término). Si el cine del celuloide, el viejo cine, no pudo cumplir su proyecto de cohesión filial, tal vez pueda hacerlo el cine digital. Tal vez no. Como sea, Coppola le adosa la responsabilidad. Además, la película misma está realizada en gran medida con tecnología digital (Coppola nunca fue reacio a las nuevas tecnologías); tampoco cuenta con un despliegue técnico similar a Marvel o algo así, sino con un presupuesto que viene del bolsillo del director: no deja de ser millonaria, pero no alcanza las cotas del mainstream. Y no es algo que resulte desacertado, sino consecuente.
En otras palabras, Coppola comenzó con el bajo presupuesto en Dementia 13 (1963) y volvió a él con Youth Without Youth (2007), Tetro (2009) y Twixt (2011). Megalópolis, a su modo, funciona como una superproducción “low budget”. Y en este afán, parece intentar decir, de manera desmesurada o desesperada, que el paraíso (el cine) todavía es posible. Pensar que el cine, aún, puede hacerse cargo de esta tarea, la de soñar un mañana, es algo que Coppola endilga a quienes filman hoy. En este presente decadente. Les recuerda, en todo caso, la pregunta esencial: ¿para qué el cine? Depositar tamaña responsabilidad en quienes le relevan, parece que no ha sido tomado de buen grado. La película está siendo atacada de maneras, cuanto menos, injustas.
Pero no es algo desconocido para el director de El Padrino. Además, Coppola no necesita demostrar nada. En todo caso, está en un precioso período otoñal, en donde elige el cine por encima de todo. Y empeña sus viñedos para hacer otra película que no es cualquiera, sino la película de su vida. La que contiene, dentro suyo, The Godfather, Rumble Fish, Apocalypse Now, Tucker, Dracula. Todas. Toda una vida.
¿Cuántos, quiénes, lograron algo así?