Los arquitectos de la UNR Juan Manuel Pachué y Marco Zampieron ganaron el concurso para exponer su obra en la Bienal de Venecia 2025. La propuesta, que se instalará en el Pabellón argentino de la XIX Exposición Internacional de Arquitectura, de mayo a noviembre, consiste en un Siestario. La idea surgió porque la siesta forma parte del folklore nacional, es habitual en las pequeñas ciudades y a la vez, se contrapone con el ritmo acelerado actual. Como en las Bienales hay mucho por mirar en poco tiempo, lo autores pretenden generar una pausa, que los visitantes tengan un lugar para detenerse, reflexionar y pensar.
Egresados de la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario, Pachué y Zamperón fundaron "Cooperativa", un espacio destinado a la realización de concursos de arquitectura con el cual obtuvieron numerosos premios. También fundaron “La Arquitectura como excusa”, un proyecto independiente que editó el libro Casa Yapeyú.
“Es una alegría haber ganado porque es un concurso de relevancia pero también es una responsabilidad representar al país en esta Bienal a nivel internacional, poder ejecutar el proyecto en veinte días y que se logre la atmósfera, esa experiencia de la siesta y los sueños”, dice Juan Manuel Pachué quien actualmente es docente en las carreras de Arquitectura y Diseño Gráfico de la UNR.
“Para la presentación de esta obra, que fue seleccionada entre 44 de todo el país, era necesario conocer la arquitectura argentina y presentar una idea atractiva y que tenga un sentido, por lo que no se trata de un concurso de arquitectura pura, sino que tiene en cuenta el contexto local y global”, afirma Marco Zamperón quien también es miembro del colectivo Fuga y editor del libro Cien Edificios.
La siesta colectiva
Según explican los arquitectos, “al entrar en el Pabellón Argentino, el tiempo no avanza ni se detiene. El aire refresca, la luz se vuelve sutil, distante. El espacio invita a la pausa, a la detención. El silencio es denso, pesado, y en él se diluye el tiempo o, mejor dicho, el tiempo parece quedarse allí, atrapado en un instante. Una interrupción del devenir dentro del ritmo de la Bienal, un espacio donde el cuerpo se desliza hacia la somnolencia. La siesta, ruptura momentánea de la rutina, se resignifica como acto de suspensión, no es la quietud del cuerpo; es la quietud toda, una oposición al ritmo acelerado y a las demandas productivas. El pabellón como una experiencia colectiva de ocio: un refugio”.
Para lograr esta atmósfera, a lo largo de la sala, se instala un silo bolsa inflado y extendido. “Cuando uno sale a la ruta argentina, aparece este material que viene a resolver el almacenamiento de la producción del territorio y es algo que está instaurado desde los 90 con la soja”, cuentan. Luego, este mismo material se reutiliza como un techo o como pileta y adquiere otro significado. “Ahí aparece el ingenio local”, destacan. De esta forma pensaron que el silo bolsa podía funcionar como un gran sillón o colchón donde la gente descanse.
“Su presencia evoca un resto de otra realidad, un vestigio de la economía argentina y se convierte en soporte para el sueño, un colchón de plástico blando, inmóvil, donde los cuerpos se hunden”, explican. “En el mismo acto de descansar, comienza un tránsito hacia el sueño, hacía un tiempo otro, indefinido. En ese estado, lo onírico impregna el espacio: los deseos ocupan las paredes, se filtran entre los cuerpos, se suspenden en el aire. La atmósfera se transforma en paisaje, lo posible y lo incierto coexisten en lo indeterminado”.
Además, hay proyectores que cuelgan del techo, dispersos en la oscuridad, proyectando imágenes difusas, como una niebla que se desliza sobre el lugar. No se percibe una lógica exacta, no hay un orden obvio que rija su secuencia. Son destellos fugaces, apenas perceptibles, que se mezclan; susurros frágiles sucediéndose. Son sueños: recuerdos, ambiciones, deseos de algo que no ocurrió, de algo que siempre está por suceder.
Dibujos, maquetas, renders o fotografías conversan en un flujo aleatorio: “Lo que somos, lo que deseamos ser o lo que no somos. Dispersos, erráticos y acumulados, no responden a un tiempo lineal, son huellas de ideales y ambiciones de una memoria en construcción, dentro de una base de datos atemporal, fragmentada. Lo individual se desvanece: los arquitectos y artistas han sido absorbidos por el conjunto, diluidos en lo colectivo”.
Segunda casa
Sobre su formación en la Universidad, los arquitectos cuentan que les llevó varios años hacer la carrera pero que paralelamente trabajaban en estudios y participaban en concursos. Como en la Facultad hay muchas miradas de la arquitectura, a lo largo de sus recorridos académicos fueron concientes de esto y se inclinaron hacia lo que más les interesaba: el perfil de proyectistas. “Tuvimos la suerte que en los primeros años los docentes nos entusiasmaron, nos contagiaron la pasión por la arquitectura”.
Uno de los proyectos que ganaron mientras eran estudiantes y que más los enorgullece es el de la Plaza Sustentable de la Facultad porque se pudo ejecutar, el espíritu del proyecto siguió vigente y fue un punto de partida para construir sus equipos de trabajo.
También reconocen como algo característico de la Universidad Pública, las actividades más allá de las clases: charlas, eventos, workshop y la interacción con los profesores y expositores que venían de afuera. “Esa comunidad nos enriqueció”. Asimismo, ponderan la actitud de ir a buscar otras posibilidades por fuera de las convencionales.
“La Facultad fue nuestro primer lugar donde nos juntábamos para hacer los proyectos, la presentaciones a concursos, donde empezamos a trabajar. Nos quedábamos todo el día en la Biblioteca, era como nuestra casa, lo sentíamos así”, confiesan.