La poeta mística que murió “plácidamente” a los 104 años, el pasado 29 de diciembre, tenía una filosofía de vida que no se la recomendaba a nadie. Perla Rotzait, que fue amiga de Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar, estaba convencida de que no tenía que salir a buscar nada; que si los poemas que escribía y publicaba tenían algún valor, alguien lo sabría y descubriría sus libros. Nunca perteneció a ningún círculo, grupo o movimiento literario; era una solitaria, una outsider reticente a exhibirse en la hoguera de las vanidades poéticas donde se incendian tantos egos insoportables. Pero esta actitud de mantenerse silenciosa, en los márgenes de las vidrieras literarias, no era una pose “aristocrática”, sino que expresaba un arraigado pudor por mostrarse. Escribió y publicó más de una docena de libros con una poesía “casi mistagógica”, como la definió Raúl H. Castagnino, porque necesitaba que sus lectoras y lectores se dieran cuenta de que ella existía.
Perla admitía que convivía muy bien con el misterio, que no era de esa estirpe de personas que busca racionalizar todo. Había nacido un 8 de octubre de 1920 y se recibió de abogada en 1954. A los abogados no les decía que era poeta --creía que la mayoría no hubiera entendido nada de lo que escribía--, y a los poetas no les decía que ejercía la abogacía. Siempre recordaba una de sus primeras audiencias en Tribunales. Tenía plena conciencia de que iba a poder ganarle al contrincante porque leía literatura. Sabía que el poder de la palabra y del ingenio, que venían de la literatura, no estaban en el Código Civil. La joven abogada era bastante tímida y no le mostraba a nadie sus poemas. En el hogar que compartió junto a su esposo, el arquitecto polaco Enrique Rotzait (1915-2006), organizó tertulias literarias en las que participaron María Teresa de León, Aurora Bernárdez, Julio Cortázar, Olga Orozco, Rafael Alberti, Alberto Girri, María Granata, Ernesto Schoo, Italo Calvino, Miguel Ángel Asturias, Alejandra Pizarnik y Arnaldo Orfila Reynal, entre otros.
Cuando visitaba la casa de Rafael Alberti, se ponía en un rincón para escuchar a los demás y observar lo que hacían. En una ocasión alguien empezó a hablar mal de Albert Camus. La indignación que le agarró acentuó tanto su belleza distinguida como su oratoria. Empezó a defender a Camus; no la paraba nadie. Alberti tomó registro de ese entusiasmo y en otra visita le preguntó si escribía. Ella le confirmó que sí y le llevó su primer poemario, Cuando las sombras, que salió en 1962 porque el poeta español le pidió a Losada que lo publicara. Después fueron llegando El temerario (1965), La postergación (1966), Premio Nacional de las Artes; El otro río (1970), finalista del concurso Sudamericana; La seducción (1975), Quieras que no (1975), Es un largo camino (1991), que incluye un poema a Goya que ganó por unanimidad el primer premio otorgado por la Oficina Cultural de España; Puertas que se abren (1996), Tu cabello de ceniza Sulamita (1996), Dos poemas inexorables, largos y con argumento (2001), Todo se ha dicho (2002), Alguien leía mis poemas (2002), El cuerpo (2006) y Ella ríe sin embargo (2009), su obra reunida que incluyó los poemarios inéditos Y tendrá tus ojos y Siete veces cero/Siete veces noche.
La poeta Mirta Rosenberg planteó que desde un verso despojado, casi aforístico, “la poesía de Rotzait puede crecer sin desbordes hasta hacerse extensa y conquistar de punta a punta el blanco de la página sin volverse prosa, sin sucumbir a la voluntad de narrar in extenso. Puede arder en la fogata lírica y volverse puro pensamiento o cosa a secas prescindiendo de adjetivos, abrirse al centelleo áureo de los universales o concentrarse en la árida materia empobrecida del lenguaje cotidiano de una sociedad que ha olvidado los nombres que dan vida a las cosas”. Jamás cometía el pecado del exceso de énfasis en sus modales. Más bien prefería extender un manto de dudas, lanzar un “no sé”, “no estoy segura”, como si prolongara en el plano existencial esa poesía en estado de interrogación. Sus libros deberían reeditarse para que vuelvan a circular y la amenaza del olvido no logre eclipsar esos poemas que son como piedras preciosas destinadas a la posteridad.