El Archivo de la Memoria Trans nació en 2012 como grupo de Facebook. Invitaba a toda aquella que quisiera a compartir fotos, videos, recortes de diarios y revistas. Materiales que durante mucho tiempo estuvieron, en el mejor de los casos, guardados en un cajón. Desde entonces, junto a los relatos de exiliadas y sobrevivientes de la violencia institucional, empezaron a producirse reencuentros inesperados y el archivo se profesionalizó: hoy un equipo se reúne semanalmente para digitalizar los materiales que llegan de todas partes del país -y el mundo-  y se dedica a catalogarlos. Una memoria trans hecha de imágenes y relatos. De crónicas policiales, de copeteos y lágrimas. Una selección de este trabajo se podrá ver desde mañana en el Centro Cultural Haroldo Conti, en una muestra que dieron en llamar “Esta se fue, a esta la mataron, esta murió”, título inspirado en los sentimientos encontrados que generan los álbumes, donde la alegría y el carnaval conviven con el fantasma de la pérdida.

 

¡A catalogar! 

Ivana cataloga un sobre de papel madera que tiene estampado, en cursiva rimbombante, un nombre guerrero: la Mery Popin. Adentro, una pila de fotos con los colores apastelados por el tiempo guarda recuerdos de cumpleaños, carnavales y otros momentos alegres; que lejos están de la estética que cargan las selfies millennials. “Paredes, siempre entre cuatro paredes. Antes de los 90 así era la vida que podíamos fotografiar, porque si salíamos a la calle nos llevaban presas por el delito de ropa contraria al sexo. Por eso las escenografías se repiten: muchas fueron sacadas en pequeñas piezas de hotel donde se hacía lo que se podía. Correr la cama, amontonarnos y flash”, explica Ivana Bordei, la mirada con delineado correctísimo, iluminada por los ventanales del Centro Cultural Haroldo Conti. Y es cierto: las paredes y las sonrisas son una constante en las fotos que el Archivo de la Memoria Trans expondrá en su primera, gran, muestra; en la que los sentimientos curatoriales son una mezcla permanente: de la alegría al recuerdo lagrimeado hay un paso. Pero no es un paso como el que se da en las escaleras, que de forma progresiva hace subir o bajar. Mejor dicho, más que paso, hay saltos. “Nosotras las travestis somos reciclables, creo que el noventa por ciento sabemos vivir en lo alto como sabemos vivir en lo bajo. Nos amoldamos y dentro de eso hay una fortaleza que nos hace seguir”, justifica Carla Pericles, la mayor, orgullosamente, en años del Archivo: “Sí, tengo 64 años, así como me ven”. Y se la ve muy bien, con un turbante de raso que le adorna la cabeza mientras repasa el material de la Mery Popin, donde aparece incluso una foto en sepia intervenida con plumas rojas. 

Las archivistas recién terminaron la clase de escritura -están entrenando una primerísima persona que raja la tierra- y los sentimientos quedaron sacudidos en el mesón, donde hay diapositivas, fotos ajadas por los años y bocetos de sus textos. “Una mezcla”, otra vez, es la respuesta. Como la vida en sí: “No es una sola sensación la que sentimos al abrir los álbumes de fotos. Porque, de a ratos, te acordás de los momentos de alegría compartiendo un cumpleaños o arregladísimas para salir. Pero das vuelta la página, ves otra foto y te das cuenta que ya no están. La que no murió por una cosa murió por otra, y eso te duele”, dice Carolina Figueredo, que se incorporó al Archivo hace un mes junto a Magalí Muñiz, después de ir a un encuentro nacional de archivistas en Chapadmalal en el que todos quedaron con la boca abierta por el trabajo del equipo. A su lado, Magalí habla poco pero coincide, “no es un solo sentimiento”, y en ese punto coincidirán todas (y a la vez).

-Se te mezcla porque ves una foto y decís: “¡Ay!, ¡qué lindo este momento!”. Y después ves otra: “¡Mi amiga!, pobrecita que ya no está”, y después “¡Ay, y pensar que íbamos tan juntas las tres para todos lados!”. Y la otra: “¿Te acordás de esta loca?, ¡las cosas que hacía!” Qué sé yo, se te mezcla. Muchos sentimientos encontrados, mucha memoria colectiva.

En la planta baja del Conti, María Belén Correa, fundadora del Archivo, cuenta que entre las de su generación tener una cámara de fotos no era algo excepcional, sino que la mayoría llevaba una en la cartera, lista para la toma espontánea. A falta de la inmediatez digital y la posibilidad del toma y borre, las fotos de cámara de rollo solían pensarse diferente: “Nuestro lugar de encuentro era un carnaval, un cumpleaños, un calabozo o un velorio. El velorio era muy triste: no hay fotos. El calabozo también era muy triste: no hay fotos. Pero los cumpleaños y los carnavales son lo que más aparece en los archivos. Eran nuestros momentos de alegría y por eso sentíamos una necesidad de documentarlos”.

Mery Popin

Encontrarse en el archivo 

Si bien la galería tiene un contenido estético marcado, el Archivo deviene en la función de unir cabos y sanar. Para ilustrar lo que esto significa, Ivana recuerda las reuniones que se hacen en su casa: “‘Mostrame algún álbum”, dicen las chicas. A veces parecen un cementerio los álbumes, llenos de cruces por todos lados: una que no sabemos dónde está, la otra que se fue para Europa y le perdimos el rastro, la que se volvió a su provincia y nadie sabe qué es de su vida. Cuando empecé con esto y a revivir las historias recordando anécdotas, era una cosa que me levantaba de noche llorando y no sabía por qué, andaba como ahogada, a los llantos mientras dormía. Después, cuando fui compartiendo las historias en el grupo del Archivo, para mí fue muy sanador”.

Poner lenguaje al duelo, que las palabras pasen al otrx, hace que la existencia se aliviane y la vida continúe. Se sabe que no es magia: la palabra cura. Y esta afirmación acompañada de imágenes, se volvió una catarsis colectiva que también genera reencuentros inesperados. El tema es así: cuando una -o uno, aunque las presencias de varones trans son las menos- ingresa al grupo de Facebook del Archivo, se presenta con su nombre, o nombres de batalla, lugar donde está, y si sube una foto o recorte de diario lo pone en contexto. De esta manera Ivana se dio cuenta que la Kuky López, que no veía hace como treinta años, estaba vivita y coleando: “Quién diría que nos íbamos a encontrar, ¡yo era tan chica en ese momento!, ¡tenía catorce!”.

-Y hace poco ella subió un recorte que decía: “La llevan presa de El Tigre” ¡y estaba yo! que todavía no tenía ni pechos -se prende Carla.

Los reencuentros se multiplican, cruzan fronteras y varios forman parte de la muestra, que titularon “Esta se fue, esta murió, esta ya no está”. Hay muchos exilios a Uruguay, historias de las que migraron para hacer la Europa, de las que guardaron las cartas en folios y de quienes tienen los diarios de cuando salían en la sección de policiales. Por ejemplo Cinthia, la uruguaya, contó una historia de calabozo en la cual la ayudaron a escaparse por el techo. Ella salió corriendo y no supo nada más de la otra, ya que durante décadas las separó el Atlántico. En el Archivo, por sorpresa, se reencontraron. 

-También hay muchas historias de las que se escondieron en las provincias, porque no era fácil irte lejos. Para conseguir el pasaporte tenías que ir con un abogado y comprarte el pasaje, entonces muchas de las que se habían ido a Europa podían salvar a una o dos amigas, pero no eran todas. Había muchas que tuvieron que ir a encerrarse a los cabaret del sur, porque el arreglo policial de las casas era que le pagaban y ellas podían estar dentro. Uruguay era el paraíso. Porque estaba cerca y porque allá por ley te metían presa tres horas, que comparado con las veinticuatro que eran acá estaba genial. Aparte solamente te arrestaban si vos estabas parada trabajando; en tu vida cotidiana no te molestaba la policía. En cambio acá, te sacaban de una peluquería, te arrastraban de un supermercado y te llevaban -dice María Belén, quien hace varios años se radicó en Alemania pero viaja seguido a Buenos Aires para visitar a los afectos. 

En el mismo orden de unir lazos que cortó la violencia, todas las semanas Ivana visita el archivo de la Biblioteca Nacional con su flamante credencial de investigadora: “Los archivos policiales, por favor”. Y parte de esa búsqueda, también se incluyó en la muestra.

-Me crié con las crónicas de las revistas de casos policiales: “Muerte en Panamericana”, “El asfalto se tiñó de rojo”, “Una travesti descuartizada”, siempre los titulares eran parecidos. Ahora en la hemeroteca me encuentro con esas crónicas que marcaron mi adolescencia y me acuerdo que antes de la militancia organizada de los 90, nuestras manifestaciones se armaban en los velorios. Ponele que había una razzia policial en Madero o una razzia en El Tigre, mataban a una, la velaban, la enterraban y así como se estaba, toda golpeada, se salía a manifestar. De eso tenemos registro, están los recortes periodísticos- datea Ivana.

foto aportada por Silvia Grey
Esta se fue, a esta la mataron, esta murió, se inaugura mañana sábado 2 de diciembre a las 19 en el Centro Cultural Haroldo Cont

Del Facebook al Archivo

La historia de Cecilia Estalles Alcón con Gina Vivanco es el relato de un amor intenso que nace en Florencio Varela, tiene escala en Canadá y sigue hasta hoy en Buenos Aires. En los 80, Gina se había diseñado un traje de tiras negras, unidas por arandelas cromadas, que la volvían cuanto menos una bomba sensual. Cuando Estalles, para un intercambio fotográfico, recibe una lista de mujeres trans que murieron de forma violenta, se decidió por  iluminar la historia de Gina, que fue asesinada por la policía bonaerense -un balazo en el ojo izquierdo- en 1991.

-De ahí le pido a Belén si me podía conseguir fotos sobre Gina y me contacta con Carlos Ibarra (quien tuvo sus épocas transformistas como la gloriosa Carmen y también trabaja en el Archivo), y de ahí llegué a la hermana biológica de Gina, Pocha, que es trans. En la familia eran cuatro hermanas trans y Gina ayudó mucho, porque fue la que pudo viajar a Europa- relata Estalles con un puñado de fotos en la mano.

Después de la muestra sobre Gina, que estuvo en Canadá y también en Buenos Aires, Estalles quedó prendida al trabajo del Archivo Trans y se propuso como brazo profesional para la tarea de salir del Facebook a otro soporte. Al tiempo, se sumó el refuerzo de las fotógrafas Catalina Bartolomé y Florencia Aletta. Y hoy, como todo equipo próspero, tienen muchos planes. “Una idea es sacar un libro comunitario, hecho entre todas, y por otro lado nos gustaría hacer un libro de fotos”, adelanta Estalles. Lo que les resulta urgente es generar un ingreso para que este equipo, apasionado, comience a recibir una remuneración. Por el momento -y a pesar de la falta de acceso laboral de las compañeras travestis y trans- incluso están subvencionando ellas mismas el proyecto, juntando cada peso para comprar desde scanners hasta los tickets de trenes y colectivos que insumen para llegar hasta la Ex Esma.

“Nos aprobaron el Mecenazgo Cultural, que es un  mecanismo para que las empresas deriven parte de sus impuestos a proyectos culturales sin tener que pagar nada. Es decir, eligen financiarnos y no les cuesta ninguna pérdida, sus aportes se deducen. El tema es que todavía no conseguimos ninguna empresa y el plazo se vence a fines del año que entra. Esperamos que se nos dé, porque nos vendría muy bien para que esto pueda seguir creciendo”, pide María Belén y el deseo se replica en las demás compañeras: todas quieren seguir construyendo el Archivo, que con el dime y direte recibe todas las semanas nuevos álbumes para digitalizar. Que ya tiene cinco mil fotos. Que es una boca grande y franca para contar esta historia silenciada.