Me acuerdo de esto. Era mi cumpleaños de veinte y la juntada se armó en el departamento donde vivía en la calle Armenia, a dos calles del Botánico. Año 1993. Empezaron a llegar las compañeras y había dos que no aparecían, cuando al rato nos enteramos que habían caído presas. El cumpleaños se transformó. “Bueno, tenemos que hacer el bagayo”. Un tupper con comida, la frazada, cigarrillos; preparamos todo para que pudieran pasar esa noche adentro. Uno de los chicos gay que estaba en la fiesta fue el encargado de llevar las cosas y para nosotras la conversación volvió al tema recurrente: “Esto es lo de siempre, todos los días igual, ¡no se puede seguir así!”. Del grupo la única que había conocido la libertad había sido Pía, Claudia Pía Baudracco, que había estado en Italia. Ella nos contaba: “Allá vamos a un restaurante de a cuatro, podemos ir al cine, caminamos y nos sacamos fotos”, cosa que en ese momento, en Argentina, era totalmente imposible, ya que caminar por el obelisco o viajar en subte significaba ir presa.
Yo me había venido a los diecisiete años de Luján a Capital Federal y ahí me meto en una agencia de trabajo sexual y conozco a la que sería mi madre trans, Brigitte Gorosito, que se venía escapando de la Panamericana. En ese tiempo las agencias o los privados eran un refugio, porque le pagaban a la policía y tenías una cobertura que la agencia te daba, que era por el porcentaje de lo que vos trabajabas. Se pasaban la herencia: “En esta zona tenés 45 travestis, 30 mujeres y cuatro prostíbulos”, así le sosteníamos la caja a la Federal.
Esa noche de mi cumpleaños se nos ocurrió armar un sindicato, que era lo que se estaba haciendo en Europa. Al rato, entre risas -porque nos parecía gracioso estar pensando algo así-, dijimos de ponernos como nos había dicho un policía. Y esa es otra historia: habíamos tenido una situación con un policía de la 23, que quedaba a la vuelta de casa, cuando estábamos entrando al departamento con Pía y Alejandra, otra compañera. En medio de la discusión nos decía “adentro”, y nosotras “estamos en pantalón, tenemos DNI”, y él “qué importa”. En un momento dice: “¿Pero ustedes quiénes son, de la asociación de travestis argentinas? Vamos, ¡adentro del calabozo!”. Así fue que nos apropiamos de la burla del policía y nos empezamos a llamar Asociación de Travestis Argentinas, que por entonces era con una sola T (después pasaría a ser ATTTA, sumando a transexuales y trangéneros). Hasta ese momento eran todas activistas solitarias que peleaban por sus derechos, pero con ATTTA nace el primer movimiento organizado. Recuerdo que nuestra primera manifestación fue en 1995, una sentada en la Casa Rosada con el lema: “Nos sentamos para poder caminar”, porque era una constante que nos llevaran detenidas por los edictos policiales.
Pasaron los años y cuando se muere Pía, en 2012, recibo una herencia de ella que me dio la familia: sus cenizas, su colgante clásico que llevo conmigo y una caja llena de fotos. Resulta que a Pía le encantaba tener fotos de todas. Ella te decía “qué linda, ¿me la regalás?”. “No”. “Ah, ¿no?”, y al rato se la guardaba sin que te dieras cuenta. Lo supe cuando abrí esa caja, porque habían fotos que ni me imaginaba, en las que estaba con mi familia. Y así lo hacía con todas, era una forma de tenernos con ella. Entonces me dije ¿qué hago con toda esta colección? Así apareció la idea de crear el grupo de Facebook e ir contactando. Había cinco en España, ocho en París, tres en Italia y con el boca a boca fue creciendo. Hoy ese grupo se transformó en el archivo, nuestro archivo, y es un atajo para estar acompañadas. Estamos construyendo nuestra memoria para lograr verdad, para llegar a la justicia.