Justo antes de irse para siempre, el 2024 dijo los ganadores del Concurso Provincial de Literatura en el género ensayo: Osvaldo Aguirre y Gustavo Galuppo Alives. Es oportuno celebrar la continuidad del ejemplo de política cultural que constituyen estos concursos organizados por el Ministerio de Innovación y Cultura, junto con el proyecto editorial que los acompaña: la colección Los Premios, de Santa Fe Cultura Ediciones, que permite hacer circular y visibilizar la producción literaria de la provincia.
El año pasado, publicó y presentó en la Feria del Libro de Rosario la obra ganadora en la categoría inéditos del género narrativa en la edición del año anterior. Ese premio, el Alcides Greca, fue para la novela pánica Las jaulas, de Germán Bartizzaghi, nacido en Pilar, Departamento Las Colonias. En obras editadas, lo obtuvo Taxidermia, de Carolina Musa. El jurado, integrado por Lila Gianelloni (Rosario), Patricia Severín (Santa Fe) y Vivian Dragna (Buenos Aires), las eligió de entre un magro envío que entre ambas categorías no llegaba a la centena, premiando con menciones especiales ad honorem a obras editadas recientes de Juan Vitulli, Graciela Prieto Rey, Franco Rosso y Javier Núñez.
Una novela pánica (de Pan, dios griego híbrido) presenta una escritura fragmentaria, a modo de rompecabezas cuyas piezas componen un relato. Las jaulas nos sitúa desde el comienzo ante un salto temporal retrospectivo de varias décadas entre la primera pieza del puzzle y la segunda. Es un salto donde los nombres y los apellidos permiten seguir el hilo de la trama, siempre y cuando se posea una memoria pueblerina capaz de retener nombres propios completos y reconstruir cada saga familiar.
De lo contrario, habrá que volver sobre la lectura. Ya desde la lograda alegoría de su título, Las jaulas transcurre en un pueblo que podría ser cualquiera de Latinoamérica, signado por la pobreza y por una abrumadora carencia de horizontes. Escapar es el deseo de casi todos, y para eso, ¿qué mejor que un circo? Un día, hace muchos años, el circo llegó al pueblo con sus animales enjaulados y exhibidos, metáforas de aquellas vidas humanas sin privacidad ni salida.
Se llevó a Simón, quien con la ilusión de hacerse mago termina sumido en la repugnante tarea de limpiar las jaulas de los animales: una instancia entre muchas de un realismo literalmente sucio, concentrado en la sordidez y las miserias.
La crueldad contra los animales, los prejuicios lesbofóbicos, la debilidad mental como estigma vergonzoso, la explotación descarnada, la traición entre hermanos, el abuso de los débiles, y todo eso naturalizado como parte normal de la vida: tales son los temas que la novela explora sin ahorrarle ningún disgusto al lector. Muestra vidas mediocres, enjauladas.
Ni siquiera la magia (que la hay) opera como alivio: se trata en ocasiones de magia negra hecha para dañar, y en otras, de prestidigitación engañosa. Ni un solo rayo de luz parece rasgar ni embellecer la oscuridad de este pueblo, cuyas voces se van adueñando del texto en diálogos que crecen a expensas de una voz de narrador que termina ahogada por ellos.
No hay aquí realismo mágico, sino realismo a secas. Porque la vida en los pueblos tiene mucho de lo que aquí se cuenta. Y lo que aquí se cuenta encuentra su propia metáfora en la obra pictórica de Alberto Pedrotti (un óleo de 1950 titulado "Suburbio") que ilustra reproducida la tapa del libro: colores opacos, terrosos, sin ningún acento luminoso ni puro; viviendas humildes, representadas mediante formas geométricas rectangulares cerradas, de duros y férreos contornos negros, como las jaulas literales o figuradas que se multiplican en la novela. Están las que trae el circo y también las que usa el "opa" Joaquín para encerrar a las ratas que caza y pretende mantener vivas como mascotas.
Está su hermana Lucía, quien -huyendo de un accidente con él, un perro y una amiga- sigue los pasos de fuga circense de su tío Simón. Pero el aparente escape termina en un encierro aún más asfixiante: su número es plegarse dentro de un botellón y aguantar ahí adentro con un mínimo de aire, el mínimo imprescindible para respirar, mientras dura la exhibición.
Harta de los maltratos de su pareja, deja el circo a su vez, pero al fin vuelve al pueblo a enfrentarse con su pasado y el círculo no se rompe. Lucía, como luz, como Lucifer el ángel rebelde, un nombre bien elegido para la única esperanza en ese infierno, que más que al Macondo de García Márquez o a la Comala de Juan Rulfo nos recuerda una frase del mono narrador en el cuento "Informe para una academia" de Franz Kafka: "Libertad no, sólo una salida". La novela lleva una dedicatoria "a Rosario, para que siempre escapemos". ¿Rosario una mujer o Rosario la ciudad? Quién sabe.