Atención, estimado lector. Está a punto de leer una historia de perros.
Habrá que averiguar qué debilidad lleva a un escritor por lo demás muy exigente a caer en la tentación, en cierto momento de su carrera, de desviar su interés de su modelo eterno y superior, el ser humano, hacia figuras secundarias de la creación. El escritor adopta entonces un aire de condescendencia y, desde lo alto de su pedestal bípedo, contempla con compasión (no exenta de cierta repugnancia benevolente), las esferas inferiores de la existencia, decepcionado, incluso consternado, por el trágico espectáculo que se desarrolla allá abajo, en los últimos peldaños de la escala de las criaturas, desde donde lo mira un pariente lejano, elemental e inofensivo: el animal. “Claro, el perro”, piensa con lástima, y le silba y lo saca a pasear.
Durante el paseo, mientras el amigo de rango inferior corretea de un lado a otro e inspecciona el mundo con el pelo erizado, las orejas en alto, meneando la cola con indescriptible emoción y entusiasmo, y escribe cartas al pie de entrañables troncos y revisa el correo del día en las esquinas, el escritor se pregunta, no sin recelo, si no se siente tentado de dedicar su próxima novela al perro. Un poco afectado por este descubrimiento, el hombre, periodista en la vida civil, que sólo se da a sí mismo el enfático título de escritor en momentos de arrogancia, observa la tentación como algo desagradable y trata de resistirse a ella. “¡Una novela sobre un perro! ¡Por Dios! ¡Hay que estar muy mal para plantearse algo así!”
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“¿Una novela sobre un perro? ¿Por qué no?”, reflexiona con alivio, pues cree reconocer el origen de esa nueva obsesión. Agita su bastón y aspira profundamente el aire acre y húmedo que se adhiere a la superficie del extenso prado. Le vienen a la mente algunas novelas clásicas sobre perros, grandes ejemplos que enfrían un poco su entusiasmo inicial. Después se le ocurre que, tal vez, escribir algo así sea faltar al deber, ¡hay tantas cosas urgentes e inaplazables que decir sobre el hombre! Pero en vez de seguir por ese camino se pone a buscar excusas para la vergonzosa empresa. Quizá, en la carrera de un escritor, escribir una novela sobre un perro sea el equivalente de un domingo, cuando se relaja, se pone las pantuflas y se entrega a diversiones inocuas como escuchar la radio. Un escritor no puede vestir siempre toga y estar haciendo gestos trágicos, ni en su vida personal ni en la profesional. No hay nada más fácil que justificarse. Sin embargo, llegado a ese punto, cuando su cigarrillo está a punto de terminarse y el perro, en la distancia, es poco más que una idea abstracta, la viva imagen del movimiento y la agitación, la ansiedad vuelve a apoderarse de él: “Uno no escribe sobre perros sin razón, con un pretexto banal”, piensa obstinadamente.
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A esa altura, el escritor sabe que hay algo de vergonzoso en su decisión, pero también que esa vergüenza no lo detendrá porque su intención no nace tan sólo de una idea, sino de la curiosidad y la emoción que trae consigo la oportunidad de vislumbrar otro aspecto de la compleja maraña que se oculta detrás de la cotidianeidad como la noche se oculta detrás del día. Limitarse a evocar el idilio entre hombre y perro no es, en efecto, una tarea emocionante, pero tal vez, si observa de cerca al perro, logre averiguar algo sobre el ser humano. Y ya explicarán los profetas lo que tiene de pequeñoburgués que, en un momento histórico en que el hombre lleva una vida de perros, alguien busque averiguar algo sobre la condición humana a través de un can.
Levanta la mano y le hace al perro una señal con gesto decidido: su resolución está tomada. Como consecuencia de esa señal, la extraña compulsión y la fuerza que han transformado al cuadrúpedo doméstico en una masa física de velocidad creciente empiezan a desvanecerse; el animal se frena y obedece al mandato misterioso y magnético. Sudoroso y jadeante, vuelve como si venciera una dolorosa resistencia con cada paso y se detiene agitado a dos pasos del escritor. Luego, como atontado por el ejercicio, se le acerca tambaleándose y él le ata la correa y se encoge de hombros: sí, será una novela de perros.
Fragmentos del primer capítulo de Un perro de carácter, novela de Sándor Marai que permanecía inédita en castellano y acaba de publicar Salamandra.