Domingo 19 de noviembre, cerca de las 12 del mediodía. Quedamos en encontrarnos con Ivonne Hernandéz -compañera feminista de origen zapoteca, zona del istmo de Oaxaca y de las Muxes-. Acordamos un lugar, puesto que tiendo a perderme en Puebla, ciudad de calles rectas, planos cartesianos y geografía cuadriculada. La espero en el kiosko, que es una glorieta emplazada en el Paseo Bravo, parque céntrico y zona de cruising en una ciudad que tiene fama de mocha -católica, reaccionaria o conservadora-. Ciudad que, una vez más, sube los decibeles. A lo que va del año se registran 92 feminicidios en el estado de Puebla pero como resonancia de lo que está pasando en la región latinoamericana -vale recordar la quema de la bruja Butler en Brasil-, se lleva a un nuevo extremo: la violencia feminicida no registra nombres, ni biografías, son apenas casos judiciales abandonados, acumulación obscena de cifras y violencias naturalizadas.
Caminamos hasta el reloj del gallito, allí está convocada la 7º Marcha de las Putas que además este año coincide con la marcha final del XI Encuentro Nacional Feminista (ENF). Encuentro autogestivo que alberga a más de 300 participantes de 25 regiones de la federación mexicana. Llegamos a la esquina enfrentada con la iglesia de Guadalupe. Una ronda de tambores, redoblantes y tachos van agitando consignas, batucada de lesbianas feministas, una manada de lobas, con máscaras, pasamontañas, pelucas y colores agitan a viva voz distintos cancioneros: "Lesbianas contra la guerra. Lesbianas contra el capital, lesbianas contra el machismo y el terrorismo heterosexual". Llegan compañeras, curiosxs y periodistas, se escuchan frases y consignas que traman la lengua y tejen conspiraciones. Llega más gente, se van juntando las cuerpas y el ambiente se va cargando, a ritmo calmo pero continuo. Leemos una bandera en el suelo, con letras en mayúsculas y de color rosa que subraya “La revolución de las putas”. A su lado más carteles con imágenes de machos feminicidas y al costado derecho las sexo servidoras, una incipiente organización civil de trabajadoras sexuales que se autoconvocaron, para sorpresa de las organizadoras. Casi una hora después y prestos a marchar, ya en la calle con banderas y megáfonos, llega una nutrida columna del ENF. Con Ivonne ensayamos mapas y coreografías de la marcha: las organizadoras al frente seguidas de la asociación de servidoras sexuales -ellas van detrás de su cartel, con pasamontañas y caras tapadas-. El espacio mixto y de varones al fondo, en donde compartimos lugar con activistas maricas aliados.
La marcha, que son dos marchas y dos historias de alianzas políticas y afectivas, con sus acuerdos y roces internos -el marcado tono abolicionista de algunas agrupaciones, por ejemplo- se dirige en dirección el zócalo hasta la fiscalía general del estado. Una vez llegados al Zócalo, que es también donde se ubica el Palacio Municipal, nos reciben tribunas de gente a los costados, ciudadanos curiosos e impávidos que miran la marcha, en un fin de semana feriado y de descuentos comerciales. Y ahí se vislumbra la punta del ovillo: el Estado y la sociedad civil, de nuevo, dos tiempos y dos energías a donde apuntan estos activismos, tiempos que no se opacan sino que se superponen, suerte de laboratorio político donde trabajar, activar y disputar no solo al narcoestado feminicida sino un modo de subjetividad ciudadana.
En ese registro escénico, en esa caligrafía de la vida cotidiana que se ve interrumpida por cantos, ruidos de bombos y redoblantes, es donde se teje, precisamente, ese campo expansivo de luchas: "mírala que linda viene, mírala que linda va, la revolución lesbiana que no, que no, da ni un paso atrás". Y de nuevo, se canta contra el Estado neoliberal y los estamentos burocráticos: "¡Gobierno, corrupto, por tu culpa estoy de luto!".
Cuerpos agitados y vulnerables que van dibujando una cartografía o mejor un contrarecorrido por la urbe poblana. Después de una hora de marcha, garnachas, comidas al paso y excitación colectiva, llegamos a la Fiscalía General de gobierno en Plaza Dorada. Símbolo vernáculo de la complicidad machirula y la corrupción patriarcal, la Fiscalía de Gobierno es un edificio moderno y espejado que hace gala de su inercia judicial, su pulcritud organizada y como si fuera poco, cuenta con una estatua de un toro rojo en su frente. Cual fuerte abandonado, la fiscalía es ocupada por todos estos cuerpos, tortas, putas y feministas que entran hasta el hall, cantando e interrumpiendo el orden burocrático de las cosas, el aparato legal y sus temporalidades infinitas. En las escaleras va y viene gente. Pasa un tiempo hasta que unos pocos guardias salen a intentar cerrar paso, tiempo suficiente para que los medios registren hiperbólicamente cada instante de esa performance.
La marcha vuelve al zócalo para juntarse en asamblea, con Ivonne nos vamos a comer al restaurantero anarquista en el Carmen. Algunas sexo servidoras vuelven al yire y al laburo, otras siguen detrás de su cartel. Charlas entre cortadas marcan el pulso de una red que se va construyendo, en una atmosfera que no por afectiva deja de estar cargada y espesa. Así todo, ante la ley, ante el Estado y los medios de comunicación, va emergiendo un modo de lucha -una máquina de guerra sensible- tan espontánea como organizada, una verdadera resistencia colectiva y feminista ante la democracia de la precariedad generalizada.
PUCHA CON PUCHA
La presencia de compañeras y activistas lesbianas es decisiva. Activismo lesbiano feminista que durante diez años organizó la Marcha Lésbica en CDMX que convocó a multitudes amazónicas, punkies y tortillas nacionales hasta su última edición en 2013.
Pero volvamos a Puebla. En una ciudad que este año no celebró su marcha del orgullo y la diversidad (luego de 15 años), la presencia de activistas trans es algo que me incomoda y me interpela. "Está gacho que no estén", me dicen con cierta desazón. Así todo, pregunto con cierta ingenuidad a Ivonne, ansioso le escribo por Facebook a Gabriela Cortés (del taller), de verborrágico e insistidor serial le lleno el whatsapp de preguntas a Cinayini Luna y a Vianeth Rojas, ambas de Odesyr y organizadoras del ENF.
Con distintos niveles de coincidencia, algunas con mayor o menor grado de escepticismo, las compas consultadas remarcan que, si bien en Puebla hay mayor proximidad y acercamiento entre las grupas, las asociaciones civiles y ONG's feministas (suerte de páramo en medio de tanto centralismo chilango), existe una falta de agenda política y una marcada tendencia a la atomización de los feminismos nacionales y de las agrupaciones elegetebé. No obstante, las iniciativas lesbofeministas conservan una creatividad política y una pujanza que vale la pena señalar respecto de cierto activismo gay masculino y de cierta moral-sexual conservadora al interior de algunas grupas. Más aún, muchas compas feministas del ENF han retomado consignas y agendas del lesbofeminismo.
Y volviendo. Parece que el desentendimiento mutuo no le resta potencia política a la marcha, a los cuerpos en alianza y en duelo público, a esos cuerpos que ocupan y producen espacios comunitarios. ¿Acaso no será demasiado optimismo? Franck Hernández me devuelve la pregunta ¿a dónde van los cuerpos después de tanta rabia y cólera impregnada en la ciudad? Y ensayo una pregunta de madrugada, de convidado sin que me inviten. Aunque dure apenas unas horas y luego se disipe, la marcha produce un campo de fuerzas, en una ciudad y en un país teñido de un pulso necropolítico, que no deja de acumular cadáveres y vidas vueltos cuerpos-cosas-objetos.
Y así se dan las cosas en Puebla, en un lugar que pareciera no tener una tradición visible de protesta política y de ocupación del espacio público. Son las lesbianas, tortilleras y lenchas, las manadas feministas y sus aliadxs quienes inauguran una y otra vez, un afecto comunitario, una tradición política de conflicto y disputa por lo común, por la vida de los cuerpos precarizados y de la disidencia