Mario Filgueira era fanático de Mina Mazzini. Había practicado una y mil veces - en los espejos multiplicadores de camarines- muchas canciones de Mina y, en especial, esos dos videos únicos en que "la tigra di Cremona" no solamente canta las palabras en L'importante è finire y Ancora Ancora Ancora, sino también las pausas que pueden hacer de un tema un "número" insuperable. La "gracia" no está tanto en lo que se dice o en lo que un artista vocal "hace pasar" por garganta y labios, sino en esos momentos intersticiales en que Mina -o un artista tan fuoriserie como Mario- interviene los silencios. Filgueira sabía que, en escena y en las artes del varieté, cada segundo cuenta: hay que "actuar" con la velocidad de un rayo para que en la corta eternidad de un "cuadro" alzar los ojos, dejar caer la cabeza hacia atrás o abrir la boca con ligera lascivia dé sus frutos. 

Con su muerte sorpresivaen la noche del 23 de noviembre, el arte del transformismo pierde a uno de sus mejores y más delirantes exponentes. Maestro ejemplar del absurdo y de lo desopilante: sus intervenciones aportaban, con carnalidad de walkyria, una plusvalía de locura.

Formado en el Taller de Danza Contemporánea del TMG San Martín (donde es fama que fue expulsado por ser sorprendido emulando el "Jazz Hot" de Víctor Victoria haciendo suyas las míticas escaleras que conducen a las salas del teatro re-contra-oficial), Mario supo emprender el camino de la vanguardia siempre a modo de guerra (o revancha) como iniciador de los recordados Los Peinados Yoli hasta toparse (¡para gloria nuestra!) con su verdadero maestro yoda. Jean-François Casanova, genio supremo de la galaxia del music-hall argento de los 80', supo darle a su artesanal oficio -ganado a fuerza de clases (y de espejos)- el consumado arte del varieté en los años dorados del grupo Caviar y su dream team: Claudio Armesto, Marcelo Iglesias, Roxana Bonetto y Walter Soares. Entre muchos "números" clásicos de ese repertorio "cavieresco" Mario Filgueira fue, entre muchos otros avatares, una bombástica mujerona de verde, Don José en Carmen, una cumbianchera boricua en la Cokaleka, una pletórica Berta Singerman en la recordada Lo que el Tiempo se llevó, la más culona y monumental de las Andrew Sisters imaginables y -en uno de los momentos más queer de la televisión argentina- una Tina Turner ("We are the world") que dejó a la mismísima Xuxa, a las Paquitas y a cientos de infans azorados.

 A modo de jalón, en el ya lejano 1996, como un verdadero militante más allá de la escena -más platinado que Annie Lennox y pronunciando cada palabra como quien escupe contra el escarnio- leyó por vez primera el artículo 11 de la Constitución de la ciudad de Buenos Aires, cláusula pionera y antidiscriminatoria redactada por otro "puto inolvidable". 

Mario Filgueira será por algunos otros momentos augurales de su trayectoria: esa hipnótica performance que fue Dulce amargura en el viejo C.C. Recoleta, su divagada participación en María de Buenos Aires en tournée por todo el mundo, la versión teatral de Boquitas pintadas poniéndole cuerpo a una doña Leonor inigualable, y, por haber sido el alma mater de un batallón de gente nueva en los jueves interminables de Club 69.

Antes de que se posase sobre él, de manera más definitiva, la Oh melancolía de la canción de Silvio Rodríguez que amaba y tarareaba ("Hoy viene a mí la damisela soledad/con pamela, impertinentes y botón/ de amapola en el oleaje de sus vuelos"), Mario Filgueira actuó el año pasado como artista del gesto en la última versión de Parsifal, donde aseguran, quienes compartieron esa "experiencia" que, como en sus inicios en el San Martín, interpretó otra ópera en camarines, entre cajas y en el escenario monumental del Colón para asombro de técnicos y figurantes. "No hay papeles chicos para un artista de raza" se suele decir, y, si hasta los cantantes solistas e integrantes del Coro del Colón, al principio, miraron espantados sus yeites, luego se acercaron para entender cómo se hace "escena" (y, sobre todo, "contra escena") con el noble arte de quien brilla con duende y oficio propios: seguramente no sabían que Mario Filgueira fue, de todos nuestros artistas transformistas, el más operístico.

"Marito" -que, junto a Facundo Ramírez, supo cantar con yibré y taco aguja el tango queer como ninguna- se habrá repetido a sí mismo (y  muy tangamente) estos versos que, a modo de categórico mutis, nos privan de un artista irrepetible y total -bailarín, actor, cantante, payaso y mimo- de una noche porteña que extrañarán por siempre su brillantina: "Moriré en Buenos Aires/ será de madrugada/ que es la hora en que mueren los que saben morir". ¡Aplausos!