“Vivir bajo la influencia de la poesía es buscar siempre algo mágico. Algo que está más allá de lo que uno tiene a mano. Es del orden de la maravilla porque esa voz escrita u oral del poema puede atravesar cuatro siglos o cuarenta mil kilómetros”, reflexiona Sebastián Goyeneche, poeta, editor y distribuidor de poesía que acaba de publicar “Poemas de Familia”, su último poemario, que reúne sus escritos del 2003 al 2023. En el medio publicó más de seis libros, pero este creció fuerte y seguro durante veinte años bajo la sombra refrescante de su computadora.

Goyeneche es oriundo de Junín. “Mi mamá y mi papá también son de Junín. Mi mamá tenía catorce tíos. De esos tíos había uno que es muy famoso en Junín, que es Pancho Melatini, el primer hippie. Era socialista, tenía el pelo y la barba muy largos, caminaba por la calle, vendía cosas, regalaba poemas, flores. Después se instaló en la Laguna de Gómez, que es una laguna muy famosa cerca de Junín, y cuenta la historia que murió en una balsa pescando. Mi madre dice que yo soy Melatini porque tengo sus ojos”, recuerda Goyeneche. Su madre lo alentó mucho a inclinarse por la poesía. Ella hubiera querido ser profesora de literatura, pero tuvo que estudiar geografía porque no existía la formación en Junín. Su padre, ingeniero civil, lo desafiaba a poder vivir de la poesía. 

“Yo creo que mi padre me alentó a la inversa. Desde la ironía. Se burlaba delante de los amigos o en cenas familiares: este es el poeta, este es el loco, este es el raro, decía. Pero creo que eso pasa mucho. Los artistas ocupan un lugar de sorna en lo familiar, sobre todo en una sociedad que pondera la productividad y donde el artista pareciera que no se realiza profesionalmente a menos que se haga famoso”, reflexiona Goyeneche y agrega: “la gente cree que Salvador Dalí o Alejandro Jodorowsky eran tipos que estaban papando moscas y son artistas monumentales, que a edades avanzadas siguieron creando y pensando”.

“Poemas de familia” surgió en el 2003 cuando el autor, aún adolescente, le mostró a sus padres un poema. “Durante todo este tiempo yo fui separando poemas que no iban en los libros que fui publicando. Sentía que brillaban distinto. Están muy asociados a lo que vi en Junín, obviamente, a todos los parientes, a mi padre, mi madre, mis cuatro abuelos, a un abuelo que no conocí que es justamente El Goyeneche, eso es muy irónico, pero mi apellido, es justo el abuelo que nunca conocí porque murió en el 84, José Goyeneche. Mis tías, abuelas, mis primos están presentes en el libro, no necesariamente como poemas, tal vez como dedicatorias”, cuenta.

En el libro flotan grandes conceptos como la sinceridad, la vergüenza, la amistad, el amor, la identidad, la sangre. Aparecen en escenas reconocibles, casi anécdotas, que se van borroneando hasta perder sus límites. “Son parábolas las que intenté escribir”, dice el autor. El sentido de la parábola aparece como si se pisara un pozo. El lector desprevenido cae en el abismo donde pierde el sentido y lo recobra por momentos. Se avanza en la lectura como si se recorriera la memoria. Un laberinto caprichoso.

Uno de los poemas con los que inicia el libro su travesía dice “la vergüenza”/ese espejo propio/ese espejo roto/del cual/uno no tiene ni un pedazo". Goyeneche sumerge al lector en las astillas que fueron quedando en el camino de la formación del hombre que ahora escribe y rearma su propia selección de fotos. Aquel que encuentra en los fragmentos la forma de contar su historia.

El libro fue publicado por Nulú Bonsai y se consigue a través de redes sociales.

Hay en el libro una resonancia cinematográfica. Las partes se anuncian en grandes letras sobre la hoja en blanco, que nos recuerdan los intertextos del cine mudo. Nos preparan para lo que vendrá. Nos hacen creer falsamente que habrá una historia lineal, un orden posible. Pero el poeta construye desde los márgenes y a la vez pareciera decirnos que los recuerdos no tienen un canon.

“Cuando empecé a pensar cómo ordenar este libro, se me vino rápidamente la idea del álbum familiar, donde todo estaba mezclado. Un casamiento de una prima, una foto del abuelo, fotos de la infancia de mis padres, un viaje a las cataratas, una foto de una tía en una fiesta. El libro es eso: hay poemas que son series largas y otros que están sueltos. El gran problema fue que con este criterio entraba todo”, confiesa Goyeneche, que resolvió el asunto escribiendo “Poemas de arena”, la serie que cierra el libro. Con ese gesto practica un conjuro: en sus propias palabras, hacer que el tiempo sople y sacuda las fotos que dulcemente pegó. Una voz impersonal habla ahora donde la identidad ya no importa, donde el hombre podría ser cualquier hombre. No parece casual, entonces, que la foto de tapa muestre un árbol sacudido por el viento, pero en pie. Se trata de un cuadro de 1965 de Emilce Birello, artista y escultora de Junín, y esposa de Antonio Latorraca, otro artista reconocido de la zona. Ambos fallecidos y parientes del autor.

“Poemas de familia” es un libro que permite dar cuenta de la exploración de estilos por la que pasa un poeta a lo largo de su vida. Si es cierto que los poetas adoran expandir los usos de la lengua y ver hasta dónde la metáfora puede estirarse, se ve en las lecturas de Goyeneche, que se dedica a estudiar la obra completa de los poetas que le gustan, y a encontrar en sus libros las variaciones de estilo. “Recuerdo el día que me compré una antología poética de Federico García Lorca en el Parque Rivadavia. Con ese libro me enamoré de la poesía, porque Lorca es un poeta que nunca se quedó en un solo estilo. Su voz fue mutando”, explica.

Goyeneche lleva adelante hace 16 años la editorial “Nulú Bonsai”, donde publicó a muchísimos poetas de su ciudad y alrededores. También durante el 2023 fundó la editorial “Pan casa editora”, cuya búsqueda es armar un catálogo con poetas de distintos países y rubros artísticos. Por otro lado, también ocupa sus días en la distribuidora que fundó “Hule.Ar” en la que busca hacerse cargo del gran problema que tienen las editoriales de poesía: llegar a librerías y ferias de todo el país y el continente.

El libro se publicó por su editorial, pero contó con la edición de Florencia Del Castillo. “Suelo dejar que otros me editen, pero no sucede mucho. Es como el dicho: en casa de herrero, cuchillo de palo. El editor de poesía no suele tener editores en general y autoeditarse está muy bien, pero siempre una visión externa te termina de confirmar algunas dudas que tenías para bien o para mal, o te termina de ayudar a resolverlas” ,dice. Para él, la escritura del libro se compone del proceso de guardado. Cada uno de sus libros tiene dos años de escritura (en este caso, veinte) y dos por lo menos de reposo en los que ni siquiera lo edita. Una apuesta por la paciencia. “La maduración es importante para que se termine de completar el sentido o concepto del libro”, aclara.

Goyenche, como editor, cree que la poesía es para todos y trabaja todos los días para sacarle el tufillo a marfil, correr la poesía del hermetismo. “Hay tantos tipos de poesía como lectores. Hay poemas hasta para los que nunca leyeron nada en su vida. El mayor ejemplo es Ioshua, autor de Nulú Bonsai, que generó muchísimos lectores de poesía que no se reconocían como tales. La poesía de Ioshua es gitana, coloquial. Es un ejemplo sobre el poder decir. Cuando uno lee a alguien que puede decir, que se rompe, que se desnuda, que se esfuerza, se da cuenta de que hay un valor ahí. La poesía es para todos: los reprimidos, los alegres, los enamorados, los tristes, los frustrados, los marginales. Para toda la gente hay un poema”, concluye Goyeneche.