El cuento por su autor

Se trata al escribir, como se ha dicho tantas veces, de “tirar de un hilito”; algo que escuchamos en el espacio público, de refilón, y lo tomamos con la alegría de quien palpita el retorno de una esencia, un modo de ver diferente o un decir insólito, acaso un hecho contrastante: el sentido que se muestra para luego evadirse, después es el trabajo en las palabras para condensar lo que se pueda. El hilito vino de escuchar, hace no menos de quince años, a una chica que le contaba a otra que un dogo le había mordido la rodilla; con el paso del tiempo, el relato fue ganando espesura, incorporando los modos del amor y el desamor en simultáneo, la fuerza del destino en el colmillo que se incrusta en la carne. Así, la escena de la mordida fue cubriéndose de otras escenas, capas de escritura disolviéndose unas en otras, todo mezcla, derrumbe y transformación en una historia sostenida por un tendal de voces que entreveran dos amigas entrañables. Ojalá puedan reconocerse en estas vidas que se cuentan.

El dogo del amor

–Boluda, ¡no fuiste al parcial! Te esperé para repasar ayer en la biblio y ni apareciste. Y estuvo refácil, parece que la profe había tenido un buen fin de semana y nos dejó hacerlo a carpeta abierta. ¡Eso, así como lo escuchás! A carpeta abierta, nadie lo podía creer…

–No sabés lo que me pasó.

–¡Sí sé! Siempre me hacés lo mismo. Estás todo el día meta porro, así te va. Cada vez rendís menos, ¿te diste cuenta? Ponete las pilas, boluda, vas a perder el año si seguís así. Me da lástima no tanto porque sos mi amiga, es que sos reinteligente para los cálculos, tenés una facilidad… a mí todo me cuesta el triple. En cambio vos…

–¡Pará de sermonearme, boluda! Escuchá bien lo que te voy a contar. Es todo posta. Todavía lo estoy procesando. Decime, ¿cómo estuvo el parcial?

–¡Uh, ya te dije! Refácil, ¡carpeta abierta! Igual la profe dijo que para el recuperatorio va a cambiar algunas preguntas.

–Ya fue.

–Jodete.

–Hacete ver, forra.

–¿Qué querés que te diga? Es que me hacés enojar…

–¿Te cuento o no te cuento lo que me pasó?

–Bueno, contame rápido que tengo que pasar por lo de mi abuela, me va a regalar ropa de cuando ella tenía mi edad. ¿Me acompañás? Dale, venite y vamos, en el camino vamos charlando y de paso nos quedamos a almorzar con ella. Hasta podés elegir algún vestido…

–Paso. Me quedo, mejor. A mí la ropa de viejos me da cosita, es rezombi usar ropa de gente muerta.

–Mi abuela está bárbara, forra. Qué decís.

–Sí, ponele, pero esa ropa que te va a dar es como si fuera de otra mujer, ¿entendés? Aunque sea de ella es como que pasó tanto tiempo que ya no le pertenece.

–Es cualquiera lo que estás diciendo.

–No, boluda, es lo que me parece. La ropa es siempre para una misma persona.

–¿Ese pulóver que siempre tenés puesto y lo usás hasta para dormir no es de Tomi?

–Sí.

–¿Entonces?

–No es lo mismo. Bah, no sé. Capaz que sí. El martes, antes del parcial, fui a devolvérselo para siempre, pero no estaba. Ya fue.

–¿Qué fue? ¿El pulóver?

–Con Tomi.

–Ay, boluda, contame. Venían rebién.

–Es que tiene que ver con eso que te quiero contar… que también tiene que ver con lo que me pasó, todo eso que hizo que no fuera a rendir.

–Es que lo del parcial…

–¡Y dale con eso! Qué pesada, amiga.

-Tenés razón. Me quedo callada. Contame, dale.

–Yo iba en la bici para lo de Tomi, a decirle que ya no daba para más. ¿Te acordás del recital de Buenos Vampiros al que te invité y me dijiste que no ibas porque tenías que estudiar para electromecánica? Bueno, estuvo increíble, con Tomi salimos del reci y nos fuimos a comer un sánguche de bondiola, nos sentamos en la plaza, comimos tranquis pero sin hablar, de repente sentí que habíamos salido de un recital diferente… bah, yo sentía eso en ese momento, no sé si él estaba sintiendo lo mismo que yo. Cada vez estoy más convencida de que nunca sabemos lo que le pasa al resto de la gente, como dice mi abuela “cada persona es un mundo”. Tiene razón. Bah, no sé si un mundo, pero cada persona es como un pozo en medio de la oscuridad, me cuesta ver si ese pozo es muy profundo o te llega a los tobillos…

–Si te llega a los tobillos no es un pozo.

–Es un decir, boluda. Vos me entendés. Bueno, eso, estábamos comiendo, cada quien en su película… ¿viste cuando sentís que ya no hay nada para decirle a alguien que está al lado tuyo, como que ya se fue la novedad? Es raro eso, porque cuando recién te enamorás tampoco hay mucho para decir, las palabras sobran. Y cuando la cosa ya no está como antes, también hay menos palabras.

–¿Y entonces?

–Bueno, que de la nada y con voz de sargento me dice “¡alcanzame la mayonesa!”. Al toque me puse a la defensiva porque pensé que me estaba dando una orden. No me gustó el tono, vos sabés bien que a mí no me mandonea nadie. Ni mi viejo pudo conmigo, imaginate. Entonces paré de masticar, lo miré seria. Él también eh. Duró un segundo el cruce de miradas, a mí me pareció un siglo. Casi aflojo. Y estuve a punto de alcanzársela, sabés. Pero no. Le dije “alargá el brazo y alcanzátela vos”, y seguí comiendo como si nada.

–Uh.

–Se pudrió todo, mal. ¿Podés creer que se levantó y se fue?

–Recaliente.

–Me dejó sola, el muy forro. Y pensar que así nos habíamos conocido en la playa, en un recital en Santa Teresita… él me había invitado a comer unas papas, a tomar una cerveza que fueron más de seis, así fue el arranque, comíamos y no parábamos de mirarnos y de reírnos, risa va, risa viene hasta que llegaron los besos, no me lo olvido más. Bueno, mejor sigo con lo que te estaba contando. La cuestión es que la plaza estaba repleta de borrachos, él se había dado cuenta antes que yo porque haciéndose el distraído me dijo que busquemos un lugar más iluminado para comer. Bueno, nada, fui al garaje donde había dejado la bici y me vine para acá al toque. Al día siguiente nada, no me mandó ni un mensaje. Esperé hasta el segundo día y fui a llevarle el pulóver que era lo único que yo tenía de él en mi departamento, era la excusa para decirle que ya no quería estar más con él, en realidad no quería cortar así, como una boluda, ¿entendés? Cuando llegué a su depto y apoyé la bici en el pasillo, más o menos a la altura de la ventana de su pieza, escuché que estaba riéndose con alguien… no sé, a mí me pareció que le estaba haciendo cosquillas a alguien, a una mina, porque era una voz de mujer, una voz que me resultaba por momentos familiar, le decía “pará, estúpido, pará que me hacés mal”, le decía “estúpido” sin agredirlo, con gracia, entendés, y Tomi se ve que estaba disfrutándolo a full porque no paraba y ella le decía que no podía más hasta que se callaron y nada, seguro ahí empezaron a darse… agarré la bici, retrocedí y me clavé un pedal en la pierna, por suerte el ruido de una motito que un chabón estaba arreglando en la vereda de repente tapó todo.

–Uh, qué mal. Horrible, amiga. ¿Y qué hiciste?

–Nada, ¿qué iba a hacer? Me vine para casa. Me vine llorando todo el camino, qué estúpida. Yo quería cortar con él, pero no de esa manera, quería encararlo y decirle que lo quería pero que ya no daba para más. No quería terminar así, de golpe y porrazo. Me sentí un reemplazo, entendés. Un trapo de piso. Es una mierda eso. Que te cambien de una. Es muy feo.

–Y sí.

–Bueno, nada, la cuestión es que venía para acá, llorando a moco tendido. A cinco, seis cuadras de llegar, antes de cruzar Rivarola, ¿viste casi en la esquina donde está la inmobiliaria a la que fuimos el otro día? Ahí, ahí mismo salió de atrás de un auto un dogo tremendo. Un perrazo de este porte, boluda, que ni me alcanzó a ladrar y se me tiró encima. Qué perro más enfermo de la mente… me puse en posición de defensa, los brazos pegados al pecho y las manos en la cara ¿pero sabés qué hizo el conchudo? ¡Me mordió la rodilla! Como si supiera por dónde atacar. Bah, seguro que le habían enseñado, así les cagan la vida a los animales. Ahora tengo la rodilla vendada, no sabés lo que me duele. Estoy hecha una momia, un desastre, no se puede creer. La mandíbula del perro se había incrustado en la tapita de la rodilla, imaginate el grito que di porque que el perro medio que se asustó, aunque no paraba de ladrar me soltó, y eso que dicen que cuando muerden los dogos no sueltan, o sueltan cuando tienen un pedazo en la boca, un pedazo asegurado.

–Ay, qué horrible todo. ¿Querés que vaya? Decime y suspendo con mi abuela y me voy para allá.

–No, tranquila. Está todo bajo control.

–Contame, seguí contándome. ¿Entonces?

–De al lado de la inmobiliaria salió un flaco que resultó ser el dueño del perro de mierda ese. Lo cagó a pedos mal pero sin insultarlo y lo metió en la casa, volvió al toque y me preguntó cómo estaba, yo estaba a punto de desmayarme del dolor y ni sé qué le dije, creo que me hice la que no me pasaba nada. El chabón me trajo una silla y un vaso con agua, sin sacarme la vista de encima agarró la bici y la guardó en el mismo patio donde había quedado el dogo. Animal del orto, te juro que si tenía un cuchillo se lo clavaba en el corazón.

–Al corazón no llegás nunca. Le tenés que cortar el cuello.

–¿De dónde sacaste eso?

–Lo vi en Discovery.

–Dejá de mentir. ¡Mirá que ahí van a explicar cómo degollar a un perro!

–Era un documental sobre ejércitos… eliminaban a un perro buscaminas para comérselo porque no cazaba nada, o cazaba cosas para él. Había perdido el olfato, la orientación. Se había vuelto un inútil. Los soldados hambrientos decidieron hacerlo a la parrilla. Por asamblea, eh, algo así…

–El chabón dijo que me iba a llevar a un hospital y terminamos en una clínica, fuimos a una clínica donde trabaja una prima suya. Me limpiaron la herida, me dieron unos puntos y me dijeron que la rodilla estaba bien. Que era menos grave de lo que parecía a simple vista. Me inyectaron un calmante y me dejaron en observación. Ahora que me acuerdo mejor, en el camino Mariano...

–¿Qué Mariano?

–El chabón ese, boluda. El del dogo. En el camino había hablado con alguien, me parece que con el viejo porque le explicó la situación y a mí me pareció que el tipo que hablaba con él le dijo “no, no, mejor llevala a la clínica”, ahora pienso que lo hizo para no meterse en un quilombo conmigo, capaz que tenían miedo de que les metiera un juicio, porque viste que los dogos siempre están atacando a la gente, dicen que es por genética, la verdad es que no tengo ni idea. En España, si sacás a pasear un dogo sin bozal y sin correa, te multan. No sé quién me lo contó, alguien que es de allá… en fin. El asunto es que yo me quedé en una habitación de la clínica. Estuve a punto de avisarte o llamar a mi vieja pero no quería preocuparlas, viste. Me quedé tranqui cuando entendí el cuadro de situación. A las dos horas, ponele, apareció Tomi. Me quedé helada. Entró, me preguntó qué había pasado, le pregunté qué hacía ahí, que cómo se había enterado de que yo estaba en la clínica. Me dijo que se lo había dicho Antonella, entonces ahí me di cuenta de todo. Seguro que Antonella se había dado cuenta de que yo estaba ahí en la ventana del depto, porque en un momento estornudé y seguro ella reconoció mi manera de estornudar, ¿cómo no la va a conocer si vive conmigo? Hace un par de días que no la veo, vino a buscar algunas cosas mientras yo no estaba. Ya hablaremos. Qué mal todo, ¿no? Que viva con vos y encima se garche a tu novio, en fin, seguro que no era la primera vez. Ahora entiendo: Antonella se había ido rápido para llegar antes que yo a casa, en el camino habrá visto la escena con el dogo y bueno, le avisó a Tomi.

–¿Qué le dijiste?

–Que se fuera, que no quería verlo más en mi vida. “Llevate el pulóver”, le dije. Él agarró el pulóver y antes de meterlo en su mochila lo miró. Estaba lleno de sangre porque Mariano me lo había atado en la rodilla. Me miró, lo miré. Metió el pulóver en la mochila y se fue. Después entró Mariano y me preguntó si estaba bien. Le dije que quería dormir.

–¿Y?

–¿Y qué?

–¿Pasó algo con Mariano?

–Sí, no.

–¡Contame, boluda!

–No sé. No, creo que no pasó nada.

–¿Cómo “creo”? Las cosas pasan o no pasan.

–Sí, no sé. Ahí estamos.

–Ay, ella. Siempre me tengo que imaginar todo lo que te pasa, en cambio yo siempre te cuento todo tal como pasó. Yo soy más transparente que una vidriera, en cambio vos… vos sos una maldita perra traicionera, a ver si tomás nota de una vez. Al final lo criticás a él porque estaba con Antonella, pero vos con el chabón del dogo no te quedaste atrás. Las cosas por su nombre.

–Forra. No es lo mismo. No podés equiparar. Dejame en paz.

–¿Qué te pasa? ¿No ves que estoy ayudándote?

–¿A qué?

–¡Cómo a qué, boluda! Escuchame, escuchame bien.

–Pará… tengo sueño, me caigo de sueño. Hace días que quiero dormir y no me dejan. Todo el mundo quiere que siga despierta. Vos eras la que faltaba. Despertate, estudiá, estudiá. ¿Qué les hice? Vivir así es un espanto, te lo juro. Es una condena.

–Perá. Escuchame. ¿Me oís? ¿Tomaste algo? Respondeme que me da un poco de miedo sentirte así. ¿Estás bien? Voy para allá.

–Nada, no pasa nada. Debe ser el calmante ese que me recetaron para que no me duela tanto la herida.

–¿Te está haciendo efecto?

–Es como el amor… la rodilla del dogo, bo…

–¿Eh?

–…