Primero fue Bigoudi, un relato feminista para niños, niñas y no tanto, que cuenta la historia de una mujer mayor, bon vivant y económicamente autónoma, a quien un día se le muere su amado perro Alfonso, su compañero de aventuras. Desolada, Bigoudi decide cortar con todas sus relaciones para no volver a sufrir una pérdida. Pero no son los vínculos tradicionales los que están en juego: Bigoudi no tiene marido ni hijxs, no se alimenta a ensaladas magras para estar en forma ero sí lleva a Alfonso a un gimnasio para perros mientras charla con amigxs, se divierte en el bar de al lado de su casa desayunando temprano, juega a las cartas, hace cerámica y va al parque a oxigenarse. Hay un concepto de comunidad en todo el cuento, que finalmente prueba que las relaciones son necesarias para vivir bien, pero no con un novio o marido o con la que se establece con un/a hijx, sin con el vecindario, con la amistad y la camaradería como banderas. “Bigoudi es un personaje fuerte, con una vida llena de cosas y totalmente independiente. No era hablar de la muerte de Alfonso la idea inicial. Hace algunos años tenía la idea que es perfectamente posible que alguien, para protegerse de la tristeza, se aísle teniendo la menor cantidad de relación posibles por miedo a perderlas. Mis libros son una manera de hacer una pregunta y ver a qué respuesta se llega. Una persona que toma esta decisión tan radical y finalmente prueba que no, no es posible aislarse”. Pero sí se puede llorar hasta que se secan las lágrimas y no en ese lugar común de la mujer sollozando porque lo tiene socialmente permitido (a diferencia del varón) sino porque la tristeza es una emoción humana, tan cercana a los momentos felices como cualquier otra. Por suerte, decíamos, no fue un desencuentro amoroso sino la muerte de Alfonso lo que la motiva a encerrarse, proveerse de bienes y servicios mediante Internet y dejar de ver a todo el mundo.
–Sin embargo la muerte del perro es bastante espectacular para los niños.
–Sí, lo es, pero no es el centro sino un detonante.
Delphine nació hace 37 años, cerca de Lyon, donde trabaja y vive.
Primero se interesó en la imagen, hizo la escuela de grafismo en Paris y se copó con el objeto libro: “un diseñador diseña afiches y yo estaba interesada en los libros. Quería crear algo que tuviera un lazo con cada persona que lo reciba de manera material” dice. Tiempo después descubrió la Escuela de Arte Decorativo de Estrasburgo, que tiene una carrera de Ilustración y gira en torno a la narración: “nos empujaban a contar con imágenes. Me interesaba crear una conversación en diferido con alguien. Y a partir de allí quise hacer solo libros. El dibujo me interesa como lenguaje pero en relación al texto. En cambio el texto es una idea y es lo que más me gusta”.
–De hecho Bigoudi es un texto que se sostiene solo…
–Sí. Pero las ilustraciones suman mucho. Yo ilustro muchos de mis textos (de los que no están traducidos al español) y me interesa mucho la relación texto-imagen. Pienso que lo que más me importa es la idea y tener dos herramientas para transmitir una idea es muy rico.
–Tanto Bigoudi como Santa Fruta son relatos donde se narran vínculos no tradicionales.
–Cuando intento escribir algo con una idea de mensaje importante, fallo, no funciona. Con los sobreentendidos funciona mejor. En Santa Fruta algunos ven una crítica a la sociedad de consumo pero yo no lo pensé así ni es el corazón de la historia: me interesaba hablar de las amistades evidentes, gente que una conoce y enseguida se vuelve una amistad muy fuerte. Y también cómo destinos y personas muy alejadas pueden completarse.
–¿Cómo es tu proceso creativo?
–No es el mismo para todos los libros. Para Bigoudi, fue una historia que me dio vuelta muchos años en la cabeza, de una mujer que se aísla. Un día esa historia empieza a tornarse mas evidente, toma forma y la escribo. Es raro que escriba para otros ilustradores pero estas dos están escritas para Sebastián (Mourrain). No podría escribir para un ilustrador que no conozco: esta historia es para esas imágenes. Para Santa Fruta le mostré los textos iniciales a ver si le daba ganas y él le interesó hacerlo. El momento largo es aquel en que una no escribe y después vuelve al texto. Trato de no entrometerme demasiado porque yo también dibujo. Nosotros trabajamos en el mismo taller y por ejemplo la cara de Bigoudi la encontramos juntos. Puede ocurrir que modifiquemos una o dos frases del texto pero no mucho más.
–¿Te sentís una escritora de literatura infantil o escritora a secas?
–Yo escribo. Pero pienso en quién va a leer. Me tiene que interesar a mí y a otros adultos. Cuando escribo para un niño no lo tomo como un tonto, me pongo a su altura, me adapto. Tiene que interesarle, tiene que ser comprensible, pero jamás presto atención por ejemplo a un lenguaje simple o pobre porque es literatura infantil. Puede ser que haya palabras que no entiendan pero está bueno poner un vocabulario intermedio y que vayan aprendiendo palabras nuevas. No hacer libros demasiado simples ni inteligibles.
–¿Qué sentís con las devoluciones de los pequeños fans?
–Tengo muchos encuentros en las aulas. En general los encuentros más interesantes son con quienes entraron a los libros y hablan de los personajes como si fueran sus amigos. Tengo un libro que se llama Björn, que es la historia de un oso. El hijo de una conocida dijo que le gustaría que se hiciese un libro sobre los sueños de ese oso. Me emociona mucho porque significa que ese oso existe. También tuve una experiencia muy linda con El lobo y las galletas de chocolate que habla del lobo malo de los cuentos pero que ya no da miedo. Una madre me escribió para decirme que su hija le tenía miedo a la oscuridad y que a partir de leer el libro escribió su propia versión de la historia y dejó de tener miedo a la noche.
–¿Cuál es el lugar de las mujeres en la literatura infantil?
–Si bien en Francia es una industria principalmente femenina (muchas editoras, ilustradoras, bibliotecarias, libreras), en los dos libros que hice con Sebastián, me pasó varias veces que el librero o el periodista que habían leido el libro, hablaban del autor Sebastián y de la ilustradora Delphine, porque piensan automáticamente que el autor es el hombre. Y en la nota de un crítico muy bueno que escribió un muy buen artículo tiene ese error: me nombran como ilustradora y no como autora. En Francia actualmente hay un debate muy grande sobre cómo nombrarse porque la e final que nombra al género femenino se ve pero no se escucha. Muchas feministas dicen que hay que decir autrisse para nombrarnos. Pero eso está en movimiento, no es algo fijo. Yo sigo el debate y no me parece sensato decir “me suena feo” por ejemplo en relación a autrisse. Y también pienso que se pierda mucha energía en la palabra cuando lo que hay que hacer notar es que detrás de ese trabajo hay una mujer.