“Aunque son mundos y comunidades muy diferentes, las protagonistas de Starlet y Tangerine se dedican al trabajo sexual. Y aunque trato de no hacer demasiado autoanálisis de mi obra, obviamente el tema me interesa. Creo que el trabajo sexual debe descriminalizarse y una de las maneras, como director de cine, de aproximarme a esos temas es presentarlos de manera tal que el espectador pueda identificarse o, al menos, conectar, con esos personajes. Las dos películas retratan comunidades de las cuales no formo parte pero que, sin embargo, me interesa retratar desde un lugar de no alienación”. Esto le decía Sean Baker a Radar hace casi nueve años, cuando su cuarto largometraje en solitario, Tangerine -el retrato de dos chicas trans en la ciudad de Los Ángeles filmado con varios IPhone, a la manera del cine de guerrilla-, se estrenaba en nuestro país. Algo muy parecido, sino idéntico, podría afirmarse respecto de Anora, su película más reciente. El director nacido en Nueva Jersey, que está a punto de cumplir 54 años y que, durante muchos años, permaneció en las regiones más indie de la producción de cine en su país, está ahora en la cresta de una ola que comenzó a formarse en mayo del año pasado, cuando Anora tuvo su lanzamiento mundial en la Competencia Oficial del Festival de Cannes y se llevó a casa nada más y nada menos que la Palma de Oro, el premio mayor del encuentro cinematográfico. A pesar de no haber ganado ninguno de los cinco Globos de Oro a los cuales estaba nominada, la nueva película del director de Proyecto Florida sigue siendo una firma candidata a integrar el pelotón de títulos más relevantes de los premios Oscar, que serán entregados en su tradicional ceremonia anual dentro de poco menos de dos meses.

No han sido pocos los espectadores que relacionaron la trama de Anora, la historia de una stripper y “bailarina exótica” que termina casándose con el hijo de un matrimonio de empresarios multimillonarios rusos, como una suerte de mezcla entre Cenicienta y Mujer bonita, aunque viniendo de quien viene los resultados distan mucho de la comedia romántica al uso o el cuento de hadas de tonalidades rosa pastel. Nada de eso y, sin embargo, Anora, que llega a las salas de cine locales este jueves 16, probablemente sea el film más universalmente accesible de Baker. Una comedia con bastante de alocado que recorre las zonas neoyorquinas de Brighton Beach y Coney Island en compañía de la protagonista, construida a partir de un notable e intenso trabajo de la actriz Mikey Madison, a quienes se le suma un trío de matones y empleados dispuestos a todo con tal de anular el matrimonio de la chica con el adinerado joven. En el camino (y en paralelo) es la descripción de la vida de una trabajadora sexual que parece haber pescado su gran ballena en la figura de Ivan (el ruso Mark Eydelshteyn), un chico bastante inmaduro a quien le gusta que lo llamen Vanya y que le propone, primero, ser su escort exclusiva durante una semana a cambio de una buena suma de dinero y, poco tiempo después, formalizar el lazo y contraer matrimonio. Desde luego, en secreto y sin la anuencia de sus ricos padres.

BAILARINA PRIVADA

Se habla en inglés y se habla en ruso en Anora, pero no son los únicos idiomas de la película, ya que el sexo y el dinero (y su cualidad de aparente intercambiabilidad) son también lenguajes de gran significancia. Sin embargo, en el comienzo existieron dos cosas. Por un lado, la amistad de Sean Baker con el actor Karren Karagulian, que viene colaborando con el realizador desde su ópera prima Four Letter Words, estrenada hace ya un cuarto de siglo. En la conferencia de prensa que se llevó a cabo en el Festival de Cannes, Baker destacó que el hecho de que Karagulian estuviese casado con una mujer ruso-americana fue el puntapié inicial para investigar un poco sobre la comunidad de inmigrantes rusos en Nueva York. Por otro lado, como lo consigna el propio cineasta en las notas de producción del film compartidas con la prensa, el centro de irradiación del guion, lo primero que fue escrito, el germen a partir del cual todo se acomodó en su lugar, fue la escena que parte la película en dos. “El eje de la película siempre fue la llegada a la casa de Ivan de Toros, el personaje que interpreta Karagulian y que actúa siguiendo las órdenes de su jefe, un poderoso oligarca ruso. Pero la operación se sale de control de forma impresionante y caótica para Toros y sus dos hombres. Yo sabía que quería mostrar esa suerte de allanamiento a la casa en tiempo real en la mitad de la película, así que el guion se estructuró en torno a eso”.

 

La escena es extensa y notable y, en algún punto, cumple una función narrativa y formal semejante a la famosa secuencia de la metacualona en El lobo de Wall Street: una explosión de caos que escinde el relato y lo prepara para otra fracción atravesada por novedades e incluso cambios de reglas de juego. Pero antes de todo eso, antes de la llegada de Toros, de profesión sacerdote ortodoxo y el padrino de Ivan, está la vida de Ani (a ella no le gusta que la llamen por su nombre de nacimiento, Anora) y de cómo el encuentro en plena faena erótica en un local de strippers de Nueva York enciende la llama del relato. Para Baker, según puede leerse en una entrevista de la publicación Vanity Fair, la investigación previa al rodaje incluyó interconsultas con Andrea Werhun, una ex trabajadora sexual que escribió “un libro de memorias increíble llamado Modern Whore, una mirada sobre su vida a los veintipico como escort y bailarina. Muchos datos de su vida podían aplicarse a la de Ani. Estudiamos todos esos detalles, hasta los más mínimos, que aparecen esparcidos en la película, como el descanso en el cuarto de lockers mientras come la cena directamente de su túper. Es realmente estupendo escuchar de la boca de bailarinas y trabajadoras sexuales que han visto la película que lograste dar en el clavo”.

Baker continúa diciendo que quedó “muy contento con Red Rocket, mi película anterior, en el sentido de construir un relato con algo de montaña rusa. Y empecé a ver que era interesante y todo un desafío jugar con los cambios de tono. Así que con Anora me lancé realmente a hacer eso. Sabía que podía llegar a zonas que podían ser humorísticamente más amplias, llegando casi a los niveles de una sitcom, mientras el público pudiera mantenerse atado a cierta realidad, conectada a tierra, sobre todo en el final de la película. Mucho de eso terminó ocurriendo en la post producción, por lo que no es posible saber si hay un buen relato en tus manos hasta el último día de edición. Es un camino muy estresante el que decidí tomar”. Las palabras de Baker tienen su correlato en la pantalla. Los primeros cuarenta y cinco minutos de Anora, antes del “allanamiento” en cuestión, circulan a velocidad crucero y, luego del primer encuentro entre Ivan y Ani –quien entiende el idioma ruso por ascendencia familiar, aunque no puede hablarlo del todo bien– los hechos y circunstancias avanzan a un ritmo frenético. Hay fiestas a todo trapo en el penthouse de Ivan, que Ani observa extasiada, cenas y baile en los locales más sofisticados de la ciudad, viajes en limusina y una escapada a Las Vegas, con todos sus oropeles y atractivos más superficiales a flor de piel.

ADORABLES REVOLTOSOS

El montaje acompaña y refuerza la rapidez de lo que ocurre en cuadro y Baker, de manera sin duda muy consciente, construye un primer acto que ofrece todas las características del retrato generacional indirecto. Las superficies de placer son también las superficies del lujo, del intercambio transaccional y, en el caso de Ani, son las que habilitan la posibilidad de acceder a aquello que siempre soñó pero parecía absolutamente alejado de sus manos y bolsillos. Y entonces, entre partidas de videojuegos y tragos, de sexo urgente y demasiado veloz, pero también de tedio, llega el pedido de Ivan de casarse, que el viaje a esa extraña y luminosa ciudad en medio del desierto habilita sin problemas ni demoras. ¿Cuál es el vínculo real entre los jóvenes? ¿Existe algo parecido a la atracción y el deseo, incluso el amor? Baker cree que sí. En la entrevista ya mencionada, hace hincapié en el hecho de que “Ivan tiene 21 años y Ani 23. Los dos son jóvenes. Creo que ella lo encuentra encantador, divertido, con una vida que ella desea. Con Mikey conversamos bastante respecto de dónde está parado su personaje, y si está o no enamorada de Ivan cuando se casan de manera imprevista en Las Vegas. Ambos llegamos a la conclusión de que tal vez no estén enamorados en ese momento, pero que ella ve el potencial de que eso ocurra”.

Y entonces llega Toros, quien debe literalmente abandonar un bautismo a mitad de camino y dejarlo sin efecto para salir a morigerar los daños, poner en caja a su ahijado y anular el vínculo matrimonial. Con más presión de la deseada, ya que los padres del muchacho están embarcando un avión que los llevará desde tierras rusas al corazón de la Costa Este estadounidense. Junto con Toros llegan Garnick, un armenio que hace las veces de matón y a quien le cuesta trabajo refrenar sus impulsos violentos, e Igor (Yura Borisov, el coprotagonista de Compartment No. 6), un joven ruso, tranquilo y callado, que acata las órdenes al tiempo que lo observa todo con atención. Es un verdadero logro del guion de Baker que el desarrollo de este personaje secundario, que a priori sólo forma parte de un trío con bastante de cómico a pesar de las circunstancias y acciones, desemboque en una criatura compleja y empática y, como lo demuestran las últimas escenas, determinante para la clausura de la historia. También, quién sabe, para el futuro de la protagonista.

“Hice ocho películas y siete de ellas se centran en comunidades o subculturas que podríamos llamar marginalizadas”, declaró el realizador. “Me gusta verlos como seres humanos que están persiguiendo el sueño americano, pero no tienen un acceso fácil a él. Pueden ser inmigrantes indocumentados o tal vez tienen un estilo de vida que ha terminado aplicándoles un estigma, por lo que tienen que buscar otras formas de perseguir ese sueño”. La violencia aparece y es, por una vez, muy graciosa. Un verdadero set piece que el realizador construye pacientemente a partir de la dirección de actores y la puesta en escena, sin salir del living del lujoso piso. Media hora de interacciones entre cuatro personajes: Ani y los tres hombres enviados para abortar el casamiento, que transitan del juego de humor verbal al slapstick, pero sin abandonar nunca la cruda realidad de lo que está ocurriendo. Y luego, cuando los ánimos se calman y ya nada puede volver a ser cómo era, comienza el tercer y más extenso acto de la obra, la caza del joven desaparecido que parece haber olvidado por completo sus votos y, con ellos, cualquier posibilidad de redención.

PUSSY CONTROL

Ani, Anora, es Mikey Madison, a tal punto que de aquí en más, al menos por un tiempo, será difícil separar a una de la otra. La actriz californiana de veinticinco años pegó el estirón actoral cuando protagonizó la serie Better Things, pero Baker afirma que la primera vez que su personalidad en pantalla le llamó la atención fue en Érase una vez... en Hollywood, el último largometraje de Quentin Tarantino. “Si bien Mikey aparece en pantalla muy brevemente, me generó un gran impacto”. Cuando el proyecto de Anora comenzó a hacerse realidad Baker y Samantha Quan, su pareja y productora de sus últimos films, fueron al cine a ver la película de terror Scream 5; fue entonces que ambos decidieron que Madison era la persona ideal para encarnar a Ani. “Verla interpretar diferentes papeles, su capacidad para cambiar de emociones en un abrir y cerrar de ojos, su sentido del humor, su capacidad para tomar decisiones valientes y su increíble grito en esa película. Después de reunirnos con Mikey descubrí que era una cinéfila en ciernes, incluso con gustos similares. El personaje fue delineado en el guion con ella en mente”.

 

Si en ciertos momentos el ritmo y las ocurrencias de Anora la convierten en una versión de carne y hueso de algún dibujo animado clásico que parece salido de la factoría Warner Bros. en el pico de su creatividad, en los años 40 y comienzos de los 50, a lo que más recuerda la película es a ciertas reversiones de las comedias screwball de antaño realizadas en los 70. No es casual que Baker haya decidido filmar con cámaras de 35mm y un lente anamórfico adosado a ellas. En sus palabras, “me influyó fundamentalmente el cine de los años setenta. No sólo las películas del Nuevo Hollywood, sino también el cine italiano, español y japonés de la época, tanto en estilo como en sensibilidad. Esa mezcla me resultó inspiradora, una estética formal y controlada, con movimientos de cámara coreografiados y capturados con planos en pantalla ancha. Una combinación de colores muy consciente y una iluminación discreta, pero elegante”. 

Si hay aquí ecos rítmicos del Peter Bogdanovich de ¿Qué pasa, doctor?, como destacaron decenas de reseñas del film desde su estreno en Cannes hace ocho meses, no deja de ser cierto que el bajón de la adrenalina llega con todo su impacto en la última escena. No tanto original como pertinente, el plano de cierre, sostenido en el tiempo hasta las últimas consecuencias, le recuerda al espectador que la fragilidad siempre está cerca de hacer su triunfal aparición detrás de cualquier máscara de robustez. Y que el cariño puede aparecer cuando menos se lo espera, de quien menos se lo espera.