“Ojalá Michael McDowell estuviese aquí para ver todo esto”, dice Jan Martí, uno de los fundadores y editores de Blackie Books –junto a Alice Incontrada–, la editorial independiente que, desde Barcelona, convirtió a la saga Blackwater en un fenómeno en castellano. Todo esto es que su novela en entregas, Blackwater, que sólo en España lleva 800 mil ejemplares vendidos, fue el libro más exitoso de 2024, por mucho. A fines del año pasado llegó a Argentina, distribuido por Penguin, y la respuesta ya es importantísima. Aunque, claro, en nuestro país hay un antecedente respecto del autor. Y ese antecedente es la editorial La Bestia Equilátera que, bajo el signo de Luis Chitarroni, en 2018 publicó Los elementales –original de 1981– la excelente novela de terror gótico sureño que resultó un éxito inesperado y recuperó a este autor desconocido. Después, la editorial siguió con Agujas doradas y Katie, también increíbles.
¿Quién fue este superventas póstumo? Michael McDowell nació en Alabama en 1950. Su pasión era la ficción popular de calidad: gran amigo de Stephen y Tabitha King, escribió el guión original de Beetlejuice de Tim Burton, y también el de El extraño mundo de Jack. Sus novelas, de diferentes tonos y temas, solían oscilar entre la Gilded Age de la ciudad Nueva York hasta el gótico de Alabama, pero abordaba el policial, el terror, el gótico sureño, el thriller, la parodia. En el libro canónico de Dougles E. Winter Faces of Fear de 1985, con entrevistas a escritores de horror, uno de los elegidos fue McDowell y decía: “Soy un orgullos escritor comercial. Creo que es un error escribir para la posteridad”. Su vida personal era apacible: desde 1969 hasta su muerte vivió con Laurence Senelick, historiador y director de teatro. En 1994 se le diagnosticó sida: siguió trabajando, incluso en una secuela de Beetlejuice. Su última novela la completó, según su pedido, Tabitha King y fue publicada en 2006 como Candles Burning. Murió a los 49, en Massachusets. En la secuela de Beetlejuice recién estrenada por Tim Burton está acreditado como creador de los personajes.
Sin embargo, después de su muerte, McDowell salió de escena. No bastó que King dijera que era el mejor escritor de ficción popular del país ni que afirmara que El pasillo de la muerte fue un folletín insipirado por Blackwater. Cuenta James D. Jenkins, el editor del sello Valancourt en Richmond, Virginia, la casa de McDowell en Estados Unidos: “Sus libros habían sido olvidados por completo cuando empezamos a publicarlos. Blackwater se reimprimió en inglés como e-book en una ya desaparecida editorial llamada Tough Times Publishing. Centipede Press también hizo ediciones muy caras, hoy descatalogadas. Lo firmamos cuando vencieron esas licencias. Blackwater vende bien para nosotros, unos miles por año, pero en Italia vendió un millón. No es comparable”. Valancourt es una editorial independiente especializada en rescates, ficción gay, gótico y horror: acaban de reeditar a Robert Bloch, el autor de Psicosis, por ejemplo.
McDowell es profeta fuera de su tierra. Lanzar Blackwater en Europa fue un trabajo de amor, de confianza en la novela y de empujón comercial agresivo. “Llegué por mi amistad con Dominique Bordes, el editor de Monsieur Toussaint Louverture”, cuenta Martí, “Compartimos a menudo ideas y descubrimientos. Él me habló primero de McDowell y justo cuando lo publicó nos pusimos en serio a leerlo y lo fichamos. En Francia vendió un millón de ejemplares”. Los seis libros de la saga, de formato pequeño, son como joyas. El sello francés, nacido en 2004, se destaca por su cuidadísimo diseño. Cada tapa de Blackwater fue ilustrada por un artista valenciano, Pedro Oyarbide, hoy una estrella que va a las firmas de libros.
Antes de seguir con el fenómeno, es momento de abordar la novela, porque sin este texto ninguna campaña y ninguna edición bella llegaría a tantos lectores. Dividida en seis tomos, La ríada, El dique, La casa, La guerra, La fortuna y Lluvia, son 1500 páginas que se leen con la lengua afuera. La construcción de personajes, el suspenso, el humor, las mesetas y picos de trama, todo es una delicia. Blackwater cuenta la historia de Elinor y la familia Caskey. Hay una inundación brutal en el pueblo de Perdido, Alabama, controlado por familias dueñas de aserraderos. Oscar, el Caskey mayor, sale en bote con su empleado Bray a buscar sobrevivientes. En el hotel Osceola encuentran a una mujer sola en una habitación, dice haber aguantado ahí varios días. Parece muy extraña y al mismo tiempo muy normal. La rescatan. Acaba casada con Oscar y enfrentada con Mary-Love, su poderosa suegra.
La verdadera naturaleza de Elinor se cuenta en gran detalle, entre la fantasía y el horror, pero nunca se explica. Es uno de las muchas inteligencias de la novela, que además –y esto se puede decir sin arruinar las sorpresas que son para saborear– es notable en su franqueza. Hay una pareja de lesbianas felices. Hay un tío gay que no está en el closet sino que es viejo, y ni se le ocurre pensar en esos términos. Las mujeres se encargan de los negocios con ferocidad, les gusta el dinero, son ambiciosas, ¡se roban los hijos!. Los ingredientes de horror son (muy) gráficos: incluyen una de las más brutales narraciones de violencia doméstica escritas en ficción popular, además de fantasmas, desmembramientos y metamorfosis. McDowell no es un hipócrita y conoce bien la vida del Sur: en una saga que comienza en 1919, la población negra de Perdido es subalterna y transita la narración en las sombras. Es una historia de blancos. La segregación es tan evidente que resulta la mejor manera de denunciarla sin bajar línea.
Es, además, innegable la influencia de Cien años de soledad: si el realismo mágico le debía tanto a William Faulkner, en Blackwater y el pueblo de Perdido está la versión folletinesca de Macondo y de Santa María. McDowell, como él lo reconocía, era un escritor comercial. También era doctor en literatura. En esta saga, con gracia, levedad y un pulso de escritor iluminado, une lo mejor de ambos mundos.
En Argentina se publica un tomo por mes, como se hizo en 1983. Blackie Books también ofrece un cofre con los seis tomos y con extras inspirados en el universo de la novela, como pegatinas, postales, carteles y el mapa de Perdido. Blackwater empieza como termina: con las aguas negras del río arrasando con todo en una inundación que coincide con el fin de los años ‘60. Un nuevo mundo. La tristeza que causa dejar ir a este pueblo, y a sus locos habitantes, es la marca de haber estado en las expertas manos de un narrador generoso: nada menos que un regalo tardío e inesperado de la literatura.