El Desertor                                 7 puntos
The Vanishing Soldier; Israel, 2023

Dirección: Dani Rosenberg
Guion: Dani Rosenberg y Amir Kliger
Duración: 96 minutos
Intérpretes: Ido Tako, Mika Reiss, Efrat Ben Zur, Tiki Dayan y Shmulik Cohen

Estreno: en salas desde el jueves 9

Shlomi tiene 18 años, está haciendo el servicio militar y cumple una misión en uno de los tantos frentes de conflicto que tiene abiertos Israel. Vive una situación tensa, pero luego todo se calma. De repente, el muchacho se esconde y, ante un llamado de su jefe para volver a la acción, sale eyectado hacia una corrida a campo traviesa cuyo destino, en principio, es incierto. Recién se sabrá lo que ocurre cuando, ya abordo de un auto robado, atraviese la frontera con su país tratando de que nadie lo vea: es, pues, el desertor del título de esta producción israelí dirigida por Dani Rosenberg y basada en una experiencia personal en la que el realizador, también a sus 18, intentó escapar del servicio militar. Pero Rosemberg, a diferencia de Shlomi, a la hora volvió sobre sus pasos y ocupó el mismo puesto del que había huido.

El desertor se filmó en 2023 y tuvo sus primeras proyecciones públicas en el Festival de Locarno, meses antes de que el eterno conflicto entre Israel y Palestina entrara en la etapa de recrudecimiento que continúa hasta hoy, lo que convierte al solapado humor con que muchas veces sigue las vicisitudes de su protagonista en un aspecto extemporáneo. Porque Shlomi actúa como si nada durante un escape que continúa con un viaje en bicicleta rumbo a una visita sorpresa al trabajo de su novia, que está a punto de mudarse a otro país.

Pero cuando suenen las sirenas que alertan sobre bombardeos, señal inequívoca de que todos los peatones y automovilistas deben tirarse al piso para resguardarse, él sigue pedaleando lo más campante. Misma actitud de indiferencia muestra cuando, sumergido en el mar, las alarmas obligan a una huida masiva de bañistas. ¿Inconsciencia? ¿Un gesto político en favor de la paz? ¿Locura? ¿Normalización de situaciones que no lo son? ¿O sólo es un adolescente enamorado intentando evitar que su chica cruce el Atlántico?

Durante su tramo inicial, El desertor se mueve alrededor de esa ambigüedad y transmite muy bien la sensación de que la guerra es algo dado, natural, que siempre estuvo ahí. Un telón de fondo –que hoy ocupa el centro de la escena– de la vida cotidiana. Lo que para los civiles es una irrupción en medio de la rutina, para él es, básicamente, la rutina en sí. Si las explosiones de bombas y misiles han sido la banda sonora de sus últimos meses, ¿por qué debería alterarse ante una alarmita? Ese estado de flotación, de extraña serenidad, irá mutando hacia esferas más emotivas y, después, más tensas y nerviosas.

Lo primero sucede cuando visita a su abuela, una secuencia coronada por un baile al ritmo de Canción de las simples cosas, de Mercedes Sosa, que suena en el televisor. Lo otro, después de que un llamado le avise que su padre está internado. Al encontrarse con ambos en el hospital, la madre reciba el llamado de un superior de su hijo avisándole que tiene algo muy importante para decirle.

Lo otro que se escucha en los televisores son locutores de noticieros anunciando los resultados de los operativos de las fuerzas israelíes. Uno de ellos, aseguran, salió mal y terminó con varios soldados secuestrados. Dado que las cúpulas militares piensan que Shlomi es parte de ese grupo –de allí el título original, El soldado desaparecido–, el muchacho queda atrapado en una encerrona: o reconoce su huida y paga los costos o intenta reparar el daño retrocediendo sobre sus pasos. A partir de ahí, y mientras crece el runrún por los soldados perdidos, El desertor deja de lado las situaciones más bien absurdas para recorrer un camino más (in)tenso centrado en los dilemas éticos y morales que invaden a Shlomi, un chico que, haga lo que haga, dejará de ser el que fue.