Hasta el fin del mundo 8 puntos
The Dead Don’t Hurt; EE.UU., 2023.
Dirección y guion: Viggo Mortensen.
Fotografía: Marcel Zyskind.
Música: Viggo Mortensen.
Intérpretes: Vicky Krieps, Viggo Mortensen, Solly McLeod, Danny Huston, Lance Henriksen, Garret Dillahunt, Ray Mckinnon, W. Earl Brown.
Él llegó a los Estados Unidos algunos años antes de la Guerra de Secesión (1861-1865), pero si no fuera porque algo de su inglés delata su acento extranjero nadie diría que Holger Olsen (Viggo Mortensen) es un inmigrante danés. En las praderas al norte de Nevada parece casi imposible distinguirlo de otros cowboys, tan diestro es con los caballos y las armas. Ella en cambio nació en el salvaje Oeste, pero todavía habla y piensa en francés, la lengua que sus padres legaron a Vivienne Le Coudy (Vicky Krieps), una mujer que no está dispuesta a resignar su independencia, ni siquiera allí donde se supone que no debería tenerla. Entre ambos construyen la sobria, sentida historia de amor que está en el centro de este western no por atípico menos clásico.
Hasta el fin del mundo es el segundo largometraje como guionista y director de Viggo Mortensen, un actor que ha sabido encarnar el espíritu del western aun en aquellos films que no lo eran en su superficie, como Una historia violenta (2005), de David Cronenberg; La carretera (2009), de John Hillcoat, basado en la novela de Cormac McCarthy; y Jauja (2014), de Lisandro Alonso. No por nada Alonso lo volvió a convocar para el fragmento inicial de Eureka (2023), donde ambos abrazan una idea esencial del western que el nuevo film de Mortensen no desmiente.
The Dead Don’t Hurt (Los muertos no hacen daño) contradice deliberadamente la sentencia que contiene su título original. Hay un dolor punzante que se instala en el tiempo presente de Holger Olsen, cuando sale cabalgando –con un hijo a cuestas- detrás del hombre del que no busca tanto venganza como justicia. A partir de entonces, la película recurrirá a una estructura narrativa no lineal, que se permite trabajar con algunos flashbacks tan profundos que van hasta la niñez de Vivienne, cuando ella soñaba con convertirse en una guerrera como Juana de Arco. Y a partir de entonces será más Vivienne que Holger la protagonista del film de Mortensen, que no tiene que traicionar nada del western para hacer una película donde la mujer –esa mujer, al menos- es tanto o más importante que el hombre.
Hasta el fin del mundo no podría alcanzar todos sus sentidos si no fuera por una actriz del talento y la personalidad de Vicky Krieps, que se compenetra de tal modo con su papel que uno no puede ver sino al personaje, como ya sucedía en El hilo fantasma (2017), junto a Daniel Day Lewis, y en su protagónico absoluto en Corsage: la emperatriz rebelde (2022), donde encarnaba a una Sissi en las antípodas del cliché perpetuado por Romy Schneider. Krieps es Vivienne. Y Vivienne es la conciencia, encarna el eje moral del film de modo tal que todo gira en torno suyo, incluso cuando la cámara la abandona para ocuparse de otros personajes.
Además de Holger Olsen, que Mortensen compone sin esfuerzo, con una naturalidad y un carisma propio del período clásico del western, hay otras figuras arquetípicas que van dando forma al relato: el banquero que por ser también alcalde se cree dueño del pueblo (excelente Danny Huston), el verdadero dueño de ese vertedero al que se supone van a llegar los primeros mineros atraídos por la fiebre del oro (Garret Dillahunt), y su violento hijo de gatillo fácil (Solly McLeod), además del viejo médico, encarnado por Lance Henriksen, protagonista de Falling (2020), el primer largo de Mortensen como director. Cada uno en su medida, todos contribuyen para hacer de Hasta el fin del mundo un western noble, cabal, de los que ya van quedando pocos.