Algo permanece ignorado cuando uno se hipnotiza con la relación madre-hijo concebida bajo una modalidad dual, recíproca, como si madre e hijo estuvieran encerrados en una esfera: y lo que permanece ignorado no es sólo la función del padre. Sin duda, la incidencia de la función del padre sobre el deseo de la madre es necesaria para permitirle al sujeto un acceso normalizado a su posición sexuada.

Se puede hacer, entonces, una distinción muy fácil: el niño, o colma o divide. Las consecuencias clínicas de esta distinción son patentes. Lacan establece una división en la sintomatología infantil, según que esté relacionada con la pareja o se inscriba de manera prevalente en la relación dual madre-hijo. Hay dos grandes clases de síntomas, tal como los presenta Lacan: los que están verdaderamente relacionados con la pareja y los que, ante todo, están en la relación dual del niño y la madre.

En primer lugar, el síntoma del niño es más complejo si se debe a la pareja, si traduce la articulación sintomática de dicha pareja. Pero también, por el mismo motivo, es más sensible a la dialéctica que puede introducir la intervención del analista. Cuando el síntoma del niño proviene de la articulación de la pareja padre-madre, está ya plenamente articulado con la metáfora paterna, plenamente atrapado en una serie de sustituciones y, por consiguiente, las intervenciones del analista pueden alargar el circuito y hacer que esas sustituciones se desarrollen. 

En el segundo caso, por el contrario, el síntoma del niño es mucho más simple si esencialmente se deriva del fantasma de la madre, pero entonces, además es un síntoma que bloquea, y en el límite se presenta como un real indiferente al esfuerzo por movilizarlo mediante lo simbólico, precisamente porque no existe la articulación presente en el caso anterior. Lacan toma como ejemplo el síntoma somático.

*Psicoanalista. Creadora digital. Buenos Aires, 4 de enero 2025. Facebook.