Esto se apoya en un recuerdo, y como todo recuerdo puede, y seguro lo es, mentiroso. Como bien lo intuían las parcas: recordar es hilar. Y bien podría decirse que este es el hilo de una mudanza. Hay muchas clases de mudanzas. De lugar. De lugar de uno mismo a otro mismo. De casa. De ciudad, país, piel, trabajo. Tantas mudanzas por las que uno pasa. Uno, dije, no todos, claro, no todos. Y eso no está ni bien ni mal. Solo Es.

Sigamos.

Cuando se trata de una mudanza de casa, la vida se transforma en objetos. Objetos que deben desaparecer. Que tuvieron una historia y que a partir del movimiento, posiblemente, pasen a tener otra historia que no tiene nada que ver con la de uno.

Ya conté que este escrito se apoya en un recuerdo: la última mudanza. Y cuando la vida ha estado agrietada por varias mudanzas ya no tienen la misma importancia que cuando son escasas. Casi pasa a ser como un trámite, escribí casi porque no lo es. Nunca un cambio es un trámite. Puede ser que sirva para tramitar, pero nunca es un trámite.

Y me pierdo, me vuelvo a perder, y abro y cierro paréntesis y no voy al grano. El grano sería el objeto.

Recuerdo. Recuerdo que miro a mí alrededor y me pregunto qué hacer con todas estas cosas. No pasó tanto tiempo desde mi anterior mudanza, y esa vez, debido al desapego propio de un contagio repentino de new age, hice una mudanza, podríamos decir despojada. Y entonces... cómo en pocos años pude rodearme otra vez de objetos que hoy tendré que hacer desaparecer sin que me importe demasiado. La pregunta cae certera: ¿Esos objetos tienen vida propia? ¿Yo los poseo o ellos me poseen a mí? Y descubro, no sin algo de temor, que ellos me poseen a mí. Qué hace que hoy en el recuerdo, o sea ayer, yo me siente desesperanzada al mirarlos, imaginando una selección que deje a más de la mitad afuera. Y es como si lloraran, si me manipularan para que los elija y los lleve conmigo. Hay, había, dos filas: esto se va, esto se queda. Y muchos de ellos saltaron de una fila a otra varias veces.

¿Qué es un objeto si no caen sobre él las palabras? Pura materia sin sentido. Y las palabras salen de mí. ¿O no es así? Salen de mí. ¿O de otro? ¿Otra boca que me inventa necesidades que no tengo pero que se hacen inapelables ni bien otro las pronuncia?

Y miro, miraba a mi alrededor encontrando dos alfombritas, una lámpara, un adorno de no sé dónde, ya no me acuerdo, y un florero regalo de alguien que me dejó como a un florero pero sin color y muchos platos, vasos y copas de diferentes mundos, varias sillas, muchas, si se piensa que tengo un solo culo para apoyar, mesas mesitas sillones silloncitos libros libritos y librazos, cuadros, muchos, para olvidar la tristeza de una pared desnuda, lápices lapiceras cajas cajitas botellas máquinas maquinitas frasquitos con moñitos como los del tango. Y claro, por supuesto, la bombachita colgada de la canilla del baño. ¿Qué hacer con todo esto? Qué hice. Qué haré cuando acomode mi nuevo lugar, cuando decida que todo esto debe pasar por el segundo filtro.

Cuántos litros de lágrimas verterán estos objetos cuando los deje, los regale, los venda, los tire, los preste si es que no pude soportar el miedo de arrepentirme. Miedo infame que acecha sin piedad (y a veces también con la gente): ¿Y si después lo necesito?

Impotencia, desesperanza, tristeza, agobio. Sentir que las fuerzas se desvanecen cuando uno imagina lo titánico de esa misión.

Nada, casi nada -tampoco hay que ser fundamentalista- de lo que me rodea lo necesito. Sin embargo todos estos objetos que me circundan claman por mi presencia, saben que no soportarían la orfandad. Ellos son mis dueños aunque precisan de mí para que los nombre. Ellos me poseen y me han hecho creer que yo los poseo a ellos.

Y hoy que el hilo me trae hasta el presente miro alrededor y veo: alfombras alfombritas mesas mesitas libros libritos y librazos sillas sillas copas vasos platos adornos, no floreros, máquinas maquinitas cajas cajitas cajones. Tal vez sea eso: almacenar con la idea, ilusoria como toda idea, de haber encontrado el antídoto contra el final. Final de encierro en un cajón. Final sin nada. Nada.

No importa si es eso, por ahora ellos van ganando la batalla. Los objetos me rodean y me hacen creer que decido por ellos. No hay peor esclavo que aquel que no sabe que lo es. Eso lo leí en algún libro librito o librazo de esos que tengo por ahí, no sé.

[email protected]