Empezaré esta columna con un hecho inobjetable: el triunfo electoral de Gustavo Petro en el 2022 no se hubiera logrado sin la contribución de Francia Elena Márquez Mina, su fórmula vicepresidencial. Hay suficientes análisis electorales que coinciden en que la presencia de la hoy vicepresidenta fue decisiva en casi todo el país para consolidar la victoria presidencial del Pacto Histórico.
Petro no escogió a Francia como su fórmula vicepresidencial para cumplirle a un sector político, ni para congraciarse con algún partido, ni por presión de las élites de este país como ha ocurrido en casi todas estas definiciones desde 1991 que se restableció la figura del vicepresidente, luego de haberse abolido en 1910. La verdadera razón que tuvo el hoy presidente fue que analizó con certeza y fundadamente, que la única manera que podía ganar la presidencia era acompañado de la mujer afro del Cauca como su vicepresidenta. Otra decisión hubiera sido frontalmente racista y le hubiera arrebatado buena parte de los votos que le sumo Francia, y que fueron definitivos para derrotar estrechamente a la derecha.
En los mentideros políticos se hablaba de que Petro ofreció la vicepresidencia a otras mujeres que declinaron por inconveniente la propuesta. Inclusive, Gustavo Bolívar sugirió a Francia Márquez que declinara su aspiración a ser vicepresidenta para que Petro tuviera libertad de elegir a otra persona. En últimas, Petro seleccionó a Francia no por convicción personal sino como única estrategia política para obtener una victoria.
Esa importancia de la vicepresidenta en la primera victoria presidencial de la izquierda en Colombia no se ha traducido en la asignación de un papel transcendental en el Gobierno. Desde afuera, se percibe que hay acciones internas deliberadamente conducidas a arrebatarle a Francia Márquez el protagonismo en este proyecto progresista, para afincarlo exclusivamente en la figura casi omnipresente de Petro.
La tarea principal de este gobierno en su conjunto era y sigue siendo generar justicia social; pero pareciera, que solo es el recién creado Ministerio de la Igualdad y la Equidad (MIE) el responsable. Y esa idea se posiciona desde adentro y afuera para que la vicepresidenta asuma el desprestigio por las inejecuciones en ese renglón. Acaso, cuando el presidente Petro reclamó públicamente a MIE por la desatención de los habitantes de calle, no tuvo en cuenta que esa cartera está en construcción y que buena parte de sus programas están operando parcialmente, en buena medida, por la falta de coordinación de funcionarios del Gobierno Nacional, que como en el caso de los del Ministerio de Hacienda fueron los responsables –según el fallo de la Corte Constitucional– de que la ley que creó el ministerio haya sido tumbada. ¿Quién distinto a Francia Márquez ha creado una institución pública desde cero y la ha puesto a funcionar a un 100% con todos sus programas y proyectos en un cuatrienio presidencial?
Lo claro hasta aquí, es que el racismo político también está entronizado en la izquierda. Si bien, Petro ha intentado darle un ropaje democrático a la institucionalidad, y ha avanzado significativamente en materializar políticas que garanticen derechos para sectores históricamente excluidos; y en esa línea, ha permitido que posiciones de poder sean ocupadas por afrodescendientes, indígenas, mujeres y representantes de sectores excluidos de la representación política. El problema del racismo no es de cuotas burocráticas, sino de estructuras que impiden que un real proyecto de poder desde las poblaciones afrodescendientes como el que puede representar Francia Márquez prospere, y que ese “Poder Negro” que tanto cacareó el hoy presidente en su campaña, sea una realidad y no solo un discurso para seducir a las comunidades.
Hoy, en medio de la rapiña electoral y burocrática, en donde se destapan las cartas y se caen las caretas de tantos camaleones de derecha agazapados en este proyecto progresista arrecian los ataques a una figura como Francia Márquez, que sigue representando lo que nunca tendrá la derecha, y lo que la izquierda debe profundizar si quiere continuar como proyecto político; esto es, la verdadera legitimidad de representar lo popular, lo comunitario, lo colectivo, a la Colombia profunda, a los territorios excluidos, a los nadie, a los sin tierra; en suma, a las mayorías de la nación.
Si la izquierda no es antirracista, solo será un remedo de una verdadera izquierda.
*Abogado y Magíster en Educación. Coordinador del Equipo de Trabajo de Medellín en el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Colombia.
Publicado originalmente en www.diaspora.com.co