El canal de Panamá es una de las obras de ingeniería más impresionantes del Siglo XX. Su historia es la de la búsqueda de un paso interoceánico entre el Atlántico y el Pacífico para facilitar el comercio mundial y no depender del estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos, de dificilísima navegación. En el medio, un departamento (provincia) de Colombia se independizó y cedió los derechos a perpetuidad del flamante canal a los Estados Unidos.

Una opción a Magallanes y Cabo de Hornos

Tras el descubrimiento del paso interoceánico en el extremo Sur de América por parte de Hernando de Magallanes, se sucedieron infinidad de expediciones en busca de otro paso con mejores condiciones de navegabilidad. En el siglo XIX, los geógrafos coincidieron en que la única manera era construir un canal en el extremo más angosto de un continente longitudinal.

Así fue como los ingenieros empezaron a analizar la posibilidad de hacer una obra en el istmo de Panamá. Otra opción era hacer el canal más al norte, en territorio de Nicaragua, para lo cual habría que hacer una gran excavación en ambos extremos para llegar, por el este y el oeste, al Gran Lago Nicaragua.

Décadas después de la propuesta del naturalista alemán Alexander von Humboldt, entró en escena Ferdinand de Lesseps, el responsable de la construcción del canal de Suez, que conecta el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Inaugurado en 1869 tras diez años de trabajo, era la carta de presentación del empresario francés para hacer el canal de Panamá.

El proyecto francés

El desarrollo del capitalismo, en fase expansiva, con un volumen de comercio internacional que comprometía a prácticamente todas las naciones, volvió impostergable la construcción. Francia inició las obras en base al proyecto de Lesseps tras un acuerdo con el gobierno de Colombia. Se trataba de una obra ambiciosa, con un sistema de esclusas para compensar la diferencia de altura, dado que el Atlántico y el Pacífico no están al mismo nivel. Esa idea la aportó el ingeniero Gustave Eiffel, el constructor de la célebre torre que lleva su nombre

La obra se vio retrasada por los casos de fiebre amarilla y malaria. Ante la escasez de fondos, Lesseps emitió un bono para financiar la obra. Con parte de ese dinero, a través de sobornos, se consiguieron fondos públicos y además se sobornó a políticos y periodistas para que apoyaran la iniciativa. Cuando se descubrió todo, la justicia francesa ordenó la liquidación de la Compañía Universal del Canal Interoceánico de Panamá, la empresa creada por Lesseps. Miles de personas que habían comprado bonos fueron estafadas y el barón Jacques de Reinach, apareció muerto.

La obra quedó paralizada a partir de 1889. Entonces entró a jugar el gobierno de Estados Unidos. El ingeniero Philippe Bunau-Varilla había continuado a duras penas según el proyecto de esclusas de Eiffel, pero sin fondos, fue a pedir auxilio a Washington.

El Tío Sam y un nuevo país

En enero de 1903, Colombia y Estados Unidos firmaron el Tratado Herrán-Hay, por el cual ambos países se comprometían a terminar la obra del canal. En agosto, el Congreso de Colombia rechazó los términos del tratado, que planteaba la cesión de soberanía para el arrendamiento por parte de los estadounidenses. Los derechos de explotación se cedían por un siglo. Un mes más tarde, una ley abolió el tratado. 

En noviembre de 1902 había terminado la llamada Guerra de los Mil Días, un conflicto civil que había desangrado a Colombia desde 1899. El país salió muy maltrecho de esa guerra. La alta burguesía del departamento de Panamá, en la zona de construcción del canal, aprovechó para intentar la escisión del resto del país ante los beneficios que podría acarrearle una obra que en Bogotá había quedado frenada.

En noviembre de 1903, los separatistas panameños declararon la independencia. Detrás de ellos, en nombre de la libertad de los pueblos, estaba Estados Unidos. El presidente Thedore Roosevelt dio inicio a la turbulenta relación con lo que se conocería como "patio trasero". Atrás quedaban las incursiones militares que despojaron a México de la mitad de su territorio y las andanzas del filibustero William Walker en Nicaragua, símbolos de algo que en el Siglo XX se conocería como "imperialismo". El control del canal abría un nueva etapa.

Las obras culminaron en 1913 y el 15 de agosto de 1914 quedó oficialmente abierta la circulación, en un momento muy especial: hacía apenas un mes y medio que había estallado la Primera Guerra Mundial. Una semana antes de la apertura del canal, Alemania había invadido Bélgica, cuyo garante era el Reino Unido. La entrada de los británicos en la guerra le dio otra escala. Panamá servía para oxigenar el comercio en medio de un conflicto de una magnitud nunca antes vista.

Al momento de inaugurarse el canal, regían los derechos del tratado que Colombia había rechazado. Tras la separación de Panamá, el parlamento del nuevo país había ratificado el tratado. Washington indemnizó a Colombia con 25 millones de dólares

Con el correr de los años, el nacionalismo colombiano menguó en relación a la posibilidad de una reunificación de ambos países. Gabriel García Márquez apuntó en Vivir para contarla, su libro de memorias, que la separación de 1903 había dejado a Colombia como un país a espaldas del Caribe, que a partir de entonces empezó a pensarse como una nación andina.

Un reclamo de décadas

Lo que fue creciendo en las décadas siguientes a la inauguración fue el anhelo nacionalista de Panamá por tomar el control de un canal por el cual pasaba gran parte del comercio mundial y que por el tratado de 1903 privaba al erario público panameño de recaudar millones de dólares por los derechos de navegación.

Ese anhelo creció a lo largo de un siglo en el que la presencia de Estados Unidos fue muy marcada en América Central, con la lucha contra Augusto César Sandino en Nicaragua y la instauración de la tiranía de la familia Somoza, o el apadrinamiento de la larga dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana, o el entrenamiento de grupos paramilitares en El Salvador y Guatemala, y más  tarde la incursión de los contras nicaragüenses. Además del dolor de cabeza permanente que significó lo ocurrido el 1º de enero de 1959 en Cuba.

Para 1977, en la Casa Blanca había un presidente proclive al diálogo sobre el canal, que podía convertirse en una bomba de tiempo desde que en 1968 Omar Torrijos se había convertido en el hombre fuerte de Panamá. Jimmy Carter tomó debida nota de la retórica del militar, que había tomado el poder por un golpe de Estado y hablaba con una fuerte impronta nacionalista.

Carter y Torrijos firman el acuerdo que ahora Trump pretende desconocer. 

Acuerdo en la Casa Blanca

Carter le dio un sentido americanista a las negociaciones cuando el 7 de septiembre de 1977 se firmó el Tratado Torrijos Carter, que derogó lo acordado en 1903, marcó el fin de la jurisdicción de Estados Unidos, cedió derechos comerciales a Panamá y, más importante, fijó el 31 de diciembre de 1999 como fecha para concretar la devolución. Ese sentido americanista estuvo dado en que, para la firma en la Casa Blanca, se invitó a todos los jefes de Estado de América Latina.

Así, fueron a Washington, por primera y única vez en su vida, los dictadores Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet, que sintieron el rigor de la administración Carter por las sanciones a la Argentina y Chile, símbolos de las violaciones a los derechos humanos en la región. Tanto Videla como Pinochet tuvieron en esas horas las únicas reuniones bilaterales, no muy amables, con un presidente de los Estados Unidos. 

En la delegación de Torrijos estaba un escritor inglés, crítico implacable del expansionismo estadounidense y a quien la CIA había vigilado durante décadas: Graham Greene. El autor de El poder y la gloria se había vuelto cercano a Torrijos. Después de la muerte del general en un sugestivo accidente de aviación en julio de 1981, cuando Carter ya no era presidente, Greene volcó sus impresiones de esos tiempos en Conociendo al general: la historia de una participación. Allí cuenta que, en la Casa Blanca, no pudo acercarse a Pinochet para decirle una frase que tenía bien pensada desde el 11 de septiembre de 1973: "General, creo que usted y yo tenemos un amigo en común: el doctor Allende"

La decisión de Carter causó escozor en la derecha estadounidense. "Pagamos por el canal, es nuestro y no se discute", llegó a decir un ex gobernador de California que se opuso al Tratado, y que más tarde aplacó la moral de Washington contra las dictaduras del Cono Sur cuando arribó a la Casa Blanca, aunque no le dio para sacarse una foto con Pinochet o Videla: Ronald Reagan.

El canal fue devuelto a Panamá en tiempo y forma (gobernaban Bill Clinton y Mireya Moscoso, la viuda de Arnulfo Arias, derrocado 31 años antes por Torrijos), aun cuando en 1989 se produjo la invasión con sentido policial para detener a Manuel Noriega, el sucesor de Torrijos, al que George Bush padre acusaba de narcotraficante.

En dos semanas más, Donald Trump volverá a ser presidente y ya reclama por el canal (¡ y por Groenlandia!), sobre el cual hay derechos adquiridos. Quizás quiera convencer al país centroamericano de dedicarse a explotar como marca el nunca bien ponderado sombrero Panamá. Salvo que se trata de un producto ecuatoriano. Aunque eso se podría arreglar más fácil que lo que ahora propone el líder republicano.