Esos 170 centímetros podrían ser una genial normalidad en la existencia de Lionel Messi, el mejor jugador de fútbol del mundo. O incluso darían ventaja ante los 165 que desde Villa Fiorito catapultaron a Diego Armando Maradona al pináculo histórico de la pelota. Si hasta se quedarían apenas a tres del magnánimo brasileño Pelé. Sin embargo, entre esos 170 centímetros y los 20 mejores tenistas del planeta, hay un abismo. Ninguno de ellos baja del metro y ochenta y alcanza con hacer un repaso rápido para darse cuenta que hay varios que superan los dos metros. Es por eso que, a pesar de tener la misma altura de Messi, Diego Schwartzman, el 26 en la lista de los tipos que mejor juegan al tenis en la galaxia, es toda una rareza.
El Peque, un volante central de alma futbole ra y raqueta en mano, relata su camino como el abanderado de los chiquitos. Del fútbol, su gran pasión, viaja hacia el tenis y cuenta cómo es ser un pequeño gigante en la liga de los rascacielos. Como aquel Messi incipiente, analizaba su altura en un consultorio y recibía las piadosas mentiras de su padre, que le auguraba números mayores para que no perdiera la motivación. A continuación, el relato de un pibe risueño, que con solo 170 centímetros hizo altos a sus sueños. Y se sabe, cuando alguien lleva tan arriba las banderas de sus ilusiones y trabaja sin descanso por ellas, no hay medida que frene a la encendida pasión.
-¿Te cambió la vida este año, que fue el mejor de tu carrera?
-Bastante. Pasa que con 25 años, siendo todavía un deportista joven, empezás a ver las cosas de otra manera. Tal vez pasás a ser el ejemplo para los que son chiquitos o los que no son tan altos. Hoy me pasa eso. Ese sería un cambio significativo, más importante que una foto o que te inviten a tal o cual lugar. Siento que ocupo un lugar distinto para cierta gente con ilusiones de vencer a las propias limitaciones de su cuerpo.
-¿Tan así es? ¿Te sentís un abanderado de los bajitos?
-Yo lo veo como una referencia porque me lo preguntan tantas veces, que terminé por hacerlo propio. Siempre fui de los bajitos, aunque para la media argentina soy normal. Sí es cierto que para el deporte soy bajito y que, de chico, muchos entrenadores me decían que no iba a llegar a ser profesional por eso. Que no me veían mucho futuro. Tal vez no me lo decían directamente, pero me lo daban a entender. Con todo eso, hoy los padres de los chicos que son bajitos en el tenis o en el deporte me mandan mensajes por Instagram y por Twitter o me consultan cuando me ven y me piden consejos. Quedé en ese lugar. Y el único consejo que puedo darles es que tengas la altura que tengas o seas como seas físicamente, hagas lo que hagas, tenés que trabajar duro y entrenar. Eso te hace buen competidor y buen deportista.
-¿Cómo fue convivir con el tema de la altura desde chico?
-Era duro, porque al principio mis viejos hacían un esfuerzo tremendo para que yo jugara y los entrenadores les decían que por mi físico no iba a llegar. Todos los años me iba a hacer los estudios de los músculos y de la altura y veía los resultados. Años después me enteré que mi viejo me mentía y me decía que iba a ser más alto de lo que soy. En el momento me hubiera pegado saberlo. Es que sentís que tenés un defecto, lo cual luego me di cuenta que no era así, porque no se trata de eso la vida. Es imposible que no te afecte el tema de la altura cuando tenés un sueño así. Con el tiempo te das cuenta que son puras palabras y que con el apoyo de los que tenés al lado, se puede.
-¿Y en el circuito?
-Soy de los más chicos. Hace poco, en un partido con John Isner (mide 2,08 metros y le lleva 38 centímetros) nos reíamos, porque hicimos una foto marcando la diferencia de altura. Muchos de los tenistas con los que tengo más confianza me dicen que me tengo que subir a un banquito para saludar en la red después de los partidos. Me cargan bastante.
-¿Que vos juegues de igual a igual con un tipo como Isner es parte de la magia del deporte?
-Es superar barreras. Creo que con el talento solo no te alcanza. Podés estar, pero no vas a llegar tan lejos como podrías. Lo que nos han demostrado los mejores de la historia en cada deporte, todos se rompieron el alma para poder ser lo que fueron. Todos tuvieron que pelear contra cosas y dejar situaciones de lado. Mirá el caso de Leo Messi, que se fue solo de Rosario a Barcelona e hizo un sacrificio enorme para llegar lejos y ser el mejor del mundo.
-Lo nombraste a Messi y da la impresión que tu infancia no fue todo tenis.
-No, estaba el fútbol. Lo primero en mi vida es el fútbol y después el tenis. El problema es que le pego mucho mejor a la pelotita de tenis que a la pelota de fútbol. Me gusta jugar al fútbol y de hecho estuve un año en Parque, en la escuela de fútbol de donde salieron un montón de cracks. Después, en el tenis me iba mucho mejor y no hubo mucha opción.
-¿Ahí la altura te perjudicaba?
-No, ahí estaba bárbaro con ese tema. Si en el fútbol son todos de mi altura, más o menos. El promedio no me pasa por mucho. Igual depende de la posición.
-¿Qué estilo tenías?
-Estilo Pichi Erbes, que encima es un pibe con el que tengo relación y siempre me dice: “Comparate con uno bueno al menos”. Pero a mí me gusta cómo juega él y yo soy un guerrero ahí en el medio. Juego al fútbol como juego al tenis. Tengo buen pie, eh, pero me gusta meter y correr.
-¿Cambiarías tu carrera en el tenis por jugar en la Primera de Boca?
-Firmo, sin dudas. Cambiaría mi carrera por jugar en la Primera de Boca. Es que el fútbol me divierte, me encanta. El tenis es lo que me gusta y lo que amo, pero yo tengo muchos amigos futboleros. Cuando veo que los domingos juegan el intercountry entre ellos y juegan esto y lo otro, me mata. Voy, los veo y no puedo jugar y eso, creo, me hace tener más amor por el fútbol, porque es algo que no puedo tener. Es verlo, tocarlo, pensarlo. No tengo gente cercana vinculada al tenis. Es todo fútbol.
-¿Hay un “se juega como se vive” entre el tenis y el fútbol?
-Creo que uno juega como es. Creo que hay muchas similitudes, sobre todo en el futbolista está arrancando. Ahí el que va avanzando quiere seguir y llegar y que no lo dejen libre. Y es un individualismo parecido al del tenis. Después, cuando ya están en Primera, seguro piensan más en el equipo, claro.
-¿Cómo se construye la cabeza de un tenista?
-No es fácil. Somos bastante locos. Muchos lo trabajan con un psicólogo deportivo y otros simplemente lo van llevando. Lo cierto es que el deporte te vuelve un poco más egoísta. Tal vez la palabra correcta no sea egoísta, sea solitario. Los tenistas somos solitarios. Necesitamos tener nuestros momentos solos, porque así vivimos. Te pasa cuando te vas de vacaciones con amigos, que estás todo el tiempo con mucha gente y te cuesta, porque 7 meses del año yo llego a mi habitación y estoy solo. Y mi entrenador en la habitación de al lado. Que por más que tengas una muy buena relación, tu entrenador no es tu amigo. Muchas veces pasás mucho tiempo solo.
-¿Cuál es tu momento de soledad?
-El mate. Es volver del club a las seis o a las siete de la tarde, tomarme dos o tres mates y bajar. Ahí me acomodo. Encima, a los familiares o a los amigos les cuesta entender esa esencia. Chocás por eso. Llegás de un viaje y les decís: “Basta de preguntarme, quiero estar solo”. Y no lo pueden entender. Los tenistas no buscamos la soledad, sólo nos acostumbramos a ella.
-¿Qué extraña un tenista?
-Hay un tema con los viajes, porque lo más lindo del deporte es viajar y conocer nuevas culturas y descubrir cosas. Pero lo malo, a su vez, también son los viajes. Porque no es fácil subirte a un avión cada cinco días. A muchos les cuento que al principio de mi carrera, no le tenía ningún miedo a los aviones y con el tiempo le tengo cada vez más. Y suele pasar, porque te ponés a pensar y decís: “Hoy me va a pasar algo. Algo le va a pasar al avión”. Porque te tomás tantos que te vas a la estadística. A más aviones, más riesgo de un accidente. Y te ponés paranoico.
-¿A qué se debe ese miedo? ¿Es sólo probabilidad?
-Creo que es porque dejás de lado tantas cosas de chico, que uno termina teniendo miedo a no poder volver y poder disfrutar esas cosas un poco más. Te planteás si querés esa vida o no para vos. El miedo va rondando y por algún lado salta. Y te decís: “¿Qué me faltó hacer antes de este vuelo?”. Y se vuelve duro. Cada día le tengo más miedo. Al perderte tantas cosas, te ponés a pensar si todo esto lo amerita. Yo creo que sí. Pero la cabeza te maquina y te agarra el miedo de haber perdido años.
-¿El peor enemigo del tenista es el enemigo interno?
-Sí, es el que se te aparece por sobre el hombro como un diablito y te hace dudar. Después está el otro tipo, del otro hombro, que te dice que vale la pena, que sigas. Y, si te va bien, ese termina ganando siempre.
-¿Cómo luchás contra eso?
-Tratando de que me vaya bien y sin darle espacio. Con mi equipo de trabajo lo laburamos y ellos saben que tengo que tener mis momentos de disfrute. Entienden que entreno a full todo el tiempo y no dejo nada al azar, pero, a su vez, si me quiero comer un brownie con helado, saben que es porque lo necesito. Lo tengo que hacer. O que si quiero ir a jugar una vez al fútbol con mis amigos y eso me alimenta la cabeza, voy a jugar. No todos los domingos, no todos los brownies, pero es fundamental disfrutar.
-Pareciera que necesitás un escape del tenis...
-Es que cualquier tenista lo tiene. El mío es con amigos, viéndolos jugar a la pelota. Guido Pella te dirá que es ir a Disney, a las montañas rusas, que va cuatro veces por año, solo o con amigos. Parece una locura, pero es su escape.
-¿Qué escape vas a necesitar de acá al 26 de diciembre, cuando partas al primer torneo de la próxima temporada?
-Jugar al fútbol en la Bombonera, que ya lo tenemos planeado y nos invitó el club. Es eso y disfrutar. Nunca quiero dejar de disfrutar.
-Si viniera un mago y te diera a elegir entre ser Messi o Federer...
-Le pediría ser Riquelme. Un Román Federer, ja.