A veces la física no se puede explicar. Es imposible que tenga lógica. Cómo puede ser que ese cuerpo, que tiene muchas similitudes al de un jockey y que no llega a 70 kilos, pueda tener semejante corazón. Porque dentro de esos 174 centímetros llenos de talento, y de una ropa de entrenamiento que lo cubre del frío otoñal de Madrid, Ángel Correa es puro corazón. Un corazón que bombea a pesar de todo lo que el destino se empeñó en hacerle vivir. Ni la muerte de su padre a los 10 años, ni la presión de saber que desde chico sus pies y su talento serían los encargados de llevar a su casa el pan para que su mamá y sus hermanos coman. Nada paró al corazón de ese niño por el que se pelearon los entrenadores de su primer club y que terminó en uno de los equipos más grandes del mundo. Solo. Con su corazón y sus gambetas.
¿Imaginabas este presente cuando vivías en Las Flores?
-La verdad que no. Cuando iba creciendo, cada vez tenía más claro que quería ser futbolista porque no me gustaba mucho el colegio y era malo estudiando. Así que desde los seis años, que fue cuando empecé en baby, soñaba con jugar a la pelota pero nunca imaginé llegar a Europa, y encima a un grande, tan joven.
-Cuando te mencioné tu barrio la sonrisa aparece sola. ¿Qué se te cruza por la cabeza cada vez que escuchás Las Flores?
-Es que son muchos recuerdos de la infancia. Es la calle, mis amigos, la pelota y yo. Tengo las iniciales del barrio tatuadas porque el potrero lo saqué de ahí y mis amigos son de ahí. Siempre que voy a Rosario voy a visitarlos y recordamos las mismas anécdotas cada vez que nos vemos.
-¿Te acordás de la primera vez que jugaste al fútbol?
-El primer recuerdo que tengo es cuando fui a 6 de Mayo, el club de baby en el que jugué siempre. Me acuerdo que el técnico de la categoría 94 se peleaba con el de la 95 porque mi mamá no llevó el DNI y los dos querían que juegue para ellos. El de la 94 decía que yo era 94 y el de la 95 que era 95. Hasta que en la semana mi mamá llevó el documento y supieron que era 95. Siempre que me acuerdo de eso me río.
-¿Qué queda del Angelito por el que se peleaban esos DT? ¿O se pierde todo cuando uno es profesional?
-Yo trato de seguir entrenando y jugando con las mismas ganas que cuando tenía 6 años. Si hay algo que no cambia nunca es la alegría que me produce jugar a la pelota. Tengo la misma sensación que cuando me cambiaba para jugar al baby. Cambió el lugar y los compañeros, pero el sentimiento es el mismo. Yo soy ese Angelito.
-¿Seguís teniendo pasión por jugar o ya es un trabajo?
-¡Siempre! Me apasiona jugar al fútbol. Quiero jugar todo el día a la pelota. No lo tomo como un trabajo.
-¿Cuándo sos chico el fútbol te da un status cuando jugás bien?
-Claramente. Los que juegan bien siempre tienen un plus en el resto de las cosas. No solo porque los eligen primero a la hora del pan y queso, y los equipos se pelean por uno, sino porque también te facilitan algunas cosas en el día a día.
-Hace un par de números en Enganche hablamos con Dani Osvaldo y nos decía que había perdido toda la ilusión de jugar al fútbol, porque era demasiado tóxico y que no le encontraba sentido. Más allá de que es tu trabajo, ¿qué te alegra de ser futbolista?
-Para mí, en lo personal siempre fue un faro de alegría el fútbol. Desde los 10 años, cuando perdí a mi papá se convirtió en algo que me sacaba de todo lo que me hacía mal. Después perdí a dos hermanos y el fútbol es lo que me hace olvidar de eso. Cada vez que entro a la cancha a jugar me olvido de las pérdidas que tuve y lo único que quiero es divertirme con mis compañeros en el Atleti o con amigos en Rosario.
-La pérdida de tu padre siendo tan joven hizo que la única fuente de ingreso en la casa de los Correa sea el ‘sueldo’ que te daba tu representante. ¿Eras consciente de las responsabilidad que tenías en tus pies?
-Me fui dando cuenta desde el día en que me pagaba mi representante y yo le daba el sueldo entero a mi mamá para que tengamos para comer. Eran mil o mil doscientos pesos. Después siempre tuve a mi padrino que estuvo encima mío. Él era el que me compraba los botines, la ropa, el que me obligaba a que estudie. Por eso siempre le voy a estar agradecido.
-¿Qué sentís cuando te emparentan la palabra responsabilidad a tu carrera como futbolista?
-Que esto es un juego. Hay que tratar de divertirse y disfrutarlo al máximo. Ahí está la clave de que te vaya bien o no. Más allá de que uno está defendiendo una camiseta y tiene que hacerlo lo mejor posible para ese equipo. Pero si uno no pierde la ilusión y las ganas de cuando era chico se le va a hacer mucho más fácil que le vaya bien.
-¿Qué es lo que más te sorprende de este fútbol europeo al que pertenecés?
-Más que nada la manera como se juega. Cuando llegué al club me di cuenta de que esto es a otra velocidad. Nada que ver con lo que estamos acostumbrados en Argentina. Pero por suerte me adapte rápido. El haber venido joven me ayudó a que el cambio entre una cosa y otra no sea tan brusco. Sé que tengo mucho por aprender, pero en este club, que es muy grande, se aprende algo nuevo.
-¿Cómo es el Cholo como entrenador?
-Es ganador. Nos habla mucho. Sabe muchísimo. A mi desde que llegué me enseñó mucho y me sigue enseñando.
La vida se empeñó en ponerle piedras en el camino. Cuando estaba por firmar con el Atlético de Madrid descubrieron que un quiste en un ventrículo lo obligaba a operarse. El destino quiso que en el mismo momento en que le descubrieron su afección, en Madrid se estaba llevando a cabo un congreso que tenía reunidos a los mejores especialistas del mundo. Angelito dio el permiso paa que su caso fuera examinado por los asistentes al congreso y solo dos médicos estadounidenses se atrevían a realizar una operación tan riesgosa. Es que si la extirpación o la extracción del quiste afectaban mínimamente a una de las paredes del corazón, su carrera como deportista de élite estaba finiquitada. El club español se hizo cargo de la operación, a pesar de que su vínculo no estaba sellado y lo mandó a Manhattan. Ahí se encuentra el mejor centro cardiológico del mundo: el hospital Monte Sinaí de NY. La operación fue un éxito. La situación inolvidable.
-¿Qué te acordás de aquel día en que te dijeron que había que operarte?
-Estaba acá con mi representante para hacerme la revisación médica y ya firmar el contrato con el Atlético, pero los médicos notaron que había algo raro y me dijeron que me tenía que operar del corazón. En lo primero que pensé en ese momento fue que no quería porque quería jugar la semifinal de la Libertadores con San Lorenzo. Es que nos había costado tanto llegar ahí que me hacía mucha ilusión jugarla. Pero después en frío decidimos que lo mejor era operarme, porque era chico y la recuperación iba a ser buena y así fue. Pero me dolió mucho no haber jugado la semi y la final con San Lorenzo.
-¿Te lo dijeron en el mismo momento que te estaban haciendo los chequeos?
-Si. Porque de acá me mandaron a Nueva York a hacerme estudios más complejos. Pensaba en lo que te dije de San Lorenzo y en los meses que iba a tener que estar afuera. Pero con el apoyo del club y de mi familia pude salir adelante de a poco y recuperarme muy bien.
-¿Se te cruzó por la cabeza la posibilidad de que no ibas a poder jugar más?
-Nunca se me pasó. Es más, fue lo primero que pregunté cuando me dijeron que me tenía que operar. Los médicos me habían dicho que iba a estar todo bien y que no había ningún riesgo de no poder volver a jugar pero era todo mentira. Me habían mentido.
-¿Cómo que te habían mentido?
-Si. No me dijeron nada antes de que me opere para que lo haga. Pero después de que salió todo bien me dijeron que existía la posibilidad de que si salía algo mal no iba poder volver a jugar. Por suerte salió todo bien y pude seguir. Después llegó el Sudamericano y me preparé con unas ganas terribles porque además de llevar seis meses sin jugar la Sub 20 no salía campeona hace mucho. Teníamos un lindo equipo y cuando fui se dio todo: el Centenario lleno, Uruguay enfrente, empezar perdiendo y darlo vuelta. Fue perfecto.
-Hiciste el gol que le dio el título. En el Centenario. No pudo ser mejor.
-Es que teníamos todo en contra de verdad. El estadio explotaba. Yo los miraba a mis compañeros y les decía. “Estamos al horno”. Pero lo empatamos antes de que termine el primer tiempo y al final tuve la suerte de hacer el gol del título. Ahí se me vino todo a la cabeza, la operación, entrenar solo durante meses. Eso me estaba volviendo loco. Pero por suerte tuvo sus frutos.
-¿Cómo eran esos días?
-Muy duros. Caminaba cuatro horas por Manhattan sin hablar una palabra en inglés. Pero acá (en el Atleti) los recuperadores son muy copados y hasta algunos días corrían conmigo para que no me sienta solo. Es que hasta que no tenga el alta médica no me dejaban entrenar con el equipo. Pero por suerte lo pasé y cuando salimos campeones esos
-¿Qué pensás cuándo te sacas la remera y ves la cicatriz que te atraviesa el pecho?
-Ya es parte mía. No estoy todo el tiempo diciendo “mirá por lo que pasé”. No me gusta ese rol. Fue algo que viví y por suerte pude superarlo. Nada más que eso. Ya estoy acostumbrado a que esa cicatriz sea parte mía.
-Los golpes en tu vida fueron muchos pero tu sonrisa sigue siendo la misma que cuando empezaste a jugar el fútbol. ¿Por qué nunca cambiaste?
-Siempre fui así. Es el único Angelito que conozco. No soy de hablar mucho de mis temas personales. Lo que me pasa me lo guardo para mi solo. Pero después siempre trato, y me exijo ser feliz, optimista que es la única manera que creo que se debe vivir.
-Cuando eras chico imagino que viste cientos de partidos de Europa. El sábado jugas contra el Real Madrid (la entrevista se realizó tres días antes de ese encuentro), un equipo al que habrás visto otras cien veces. ¿Caés en el lugar en el que estas?
-Lo tomo como un partido más, a pesar de que sea un Derby. Sé de la importancia que tiene pero trato de que todo sea igual para poder disfrutarlo. Porque la clave está en eso, en disfrutar los momentos que te tocan vivir. Lo mejor es que está mi familia conmigo acá en Madrid. Está mi mamá, mis hermanos, mi hija y por eso quiero disfrutarlo para que ellos lo disfruten conmigo.
-¿Cuánto cambió el Ángel Correa que vivía solo en Madrid al que ahora tiene a toda su familia al lado?
-Mucho. Igual soy un tipo solitario. Me gusta estar mucho tiempo solo. Por ahí cuando llevo mucho tiempo con ellos les digo que vayan a pasar un tiempo a otro lado. Ahora que se puede me gusta que mi mamá y mis hermanos conozcan lo máximo que puedan.
-¿Y qué te dice Marcela? Porque para tu mamá seguís siendo Angelito, no el 11 del Atlético de Madrid…
-Me hace reír mucho mi mamá. Por ahí me dice: “Dale Negro. Más vale que mañana hagas un gol porque sino no vuelvas”. Y capaz que jugamos contra el Bayern, jajaja. A mi esas cosas me hacen morirme de risa porque no entiende nada. No sabe lo difícil que es. Me encantaría hacer goles todos los días, pero no se puede.
-¿Cuánta satisfacción te genera poder darle a tu familia una vida mejor?
-Darle lo que le estoy dando a mi mamá y a mis hermanos es lo que siempre soñé. Es darle esta vida que lleva ahora. Mi mamá sufrió mucho con todo lo que pasó, lo mismo que nosotros pero elevado porque perdió al marido y a sus hijos. No me quiero imaginar lo que es el dolor de perder a un hijo, pero trato de hacer todos los días lo que sea para verla con una sonrisa porque es lo máximo que tenemos mi mamá.
-Hablando de hijos, ¿Cómo es el Ángel padre?
-No sé. Lola tiene dos años y está creciendo muy feliz, que es lo que más me importa. Tengo una hija muy sana. La veo cada vez más parecida a mi. Me vuelve loco que siendo tan chiquita le gusten las mismas cosas que me gusten a mí. Veo como sigue la pelota, como le gusta mirar los partidos, o como cuando yo quiero jugar a la Play ella quiere estar conmigo, eso me encanta.
-A medida que uno va creciendo la palabra amigo va tomando mayor relevancia. ¿Qué significa para vos esa palabra?
-Yo tengo muy pocos amigos. Mi papá antes de que se fuera me decía que tenga cuidado con quien me juntaba. “Yo no te voy a obligar a juntarte con nadie pero vos tenés que ser vivo en ese sentido”, me decía. Y la verdad es que tengo muchos compañeros muchísimos pero amigos contados con los dedos. A esos pocos amigos los considero familia.
-Hablando de los amigos, ¿cómo te das cuenta que alguien se te acerca por interés?
-No sé. Siempre me dicen que me doy cuenta de eso. El no hablar mucho me permite ser muy observador. A lo largo de mi vida fui perdiendo amigos porque me fui dando cuenta de que no servían para estar al lado mío. Te vas dando cuenta, ellos te demuestran solos que no son para ser parte de tu grupo. Con actitudes o con acciones.
-¿Y vos como amigo como sos?
-Me considero un buen amigo. Es increíble porque encima que tengo pocos amigos siempre tengo que ser yo el que les escribe. Porque están con el cagazo de “no quiero romperle las bolas o estará concentrando” . Por ahí pasan semanas que no hablamos y yo les escribo “¿Qué perdiste mi número que no me escribís?”.
-¿Qué le aconsejarías a un chico que por ahí tiene la misma presión que tuviste vos de mantener a su familia jugando al fútbol?
-Que si va a hacer futbolista no dejen de estudiar. Que no bajen los brazos nunca, que este es un camino muy largo y duro. No soy nadie para dar consejos, pero les digo que disfruten cada momento, porque así se les va a hacer mucho más fácil. No estar pensando todo el tiempo “tengo que hacer eso” porque se va a comer la cabeza el mismo.
-¿Qué haces en tus tiempos libres?
-Yo hace dos años, lo mejor que pude haber hecho, fue empezar a entrenar dos o tres veces por semana por la tarde solo. Es muy difícil que en un club, en un plantel con treinta jugadores, el profe te pueda seguir a vos. Entonces tengo un gimnasio en casa y dos o tres veces por semana entreno. Ahora que tengo a mis hermanos acá juego con ellos a la Play, o los acompaño a comprar o a dar una vuelta.
-¿Quiénes son los mejores en tu puesto?
-No sé, porque antes jugaba de enganche, después empecé a jugar de segunda punta y ahora estoy de extremo. Pero de segunda punta me gusta mucho Grizzie (Antoine Griezmann), que siempre trato de aprender de él, pero después no tengo jugadores favoritos que me guste mirar.
-¿No te mirás jugar?
-No me gusta. Me queda todo en la cabeza lo que hice bien y lo que hice mal. Sé lo que tengo que corregir para el próximo partido. No me hace falta volver a verlo.
-Es imposible no preguntarte por la Selección. ¿Te ves en Rusia?
-Estar en la Selección es lo máximo. Estuve mucho tiempo en la Eliminatoria y lo disfruté al máximo. Cada entrenamiento. Llegar ahí y entrenar al lado de esos monstruos y que te traten como uno más es único. A todos los chicos que llegan los tratan como si jugaran en la Selección hace años. La clase de personas que son es muy lindo. Me muero de ganas de estar de nuevo pero tengo que trabajar muchísimo y seguir en el nivel que estoy mostrando ahora. Argentina tiene un montón de jugadores que quieren lo que quiero yo.
-¿Por qué creés que nos costó tanto clasificar?
-Las otras selecciones juegan también y es muy difícil. Para mí fue la primera pero los más experimentados, como Mascherano y Lavezzi, nos decían que a pesar de ser muy duras íbamos a clasificar. Sea como sea. Sabían que nos estaba costando de más, pero que lo terminaríamos haciendo. Me quedé muy feliz.
-¿La mayor felicidad que te dio el fútbol?
-El Sudamericano Sub-20. La Libertadores con San Lorenzo y debutar en la Mayor. No lo podía creer. Era muy joven. Pensaba en mi viejo y mis hermanos. Que me hubiera gustado que vean hasta donde llegue porque mi hermano mayor y mi papá eran los que más querían que yo fuese futbolista.
-Si en 20 años alguien le pregunta a tu hija quien fue Ángel Correa, ¿qué te gustaría que diga?
-Lo único que me importa es que diga que yo fui un buen tipo. Que esté orgullosa de mi por lo que haga hasta que me muera.