“Una voz que dice pertenecer a un hipopótamo. Una voz que no entiende de percepción del tiempo. Una voz que narra un acontecimiento histórico como si estuviera en trance. ‘¿Estoy haciendo ese sonido que sale de mi boca? ¿Y qué es una boca?’. Lo único que el animal sabe con certeza es que está muerto. El primer y único hipopótamo matado en América. La prensa colombiana lo llamó Pepe. Entre encuentros y desencuentros, epifanías y tristezas, nos adentramos en un mundo lleno de historias repleto de más historias. De manera seria y lúdica, a la vez auténtica y engañosa, imágenes y sonidos narran la oralidad abrumadora de lugares llenos de seres que, como Pepe, murieron sin saber nunca dónde estaban realmente”.

La sinopsis precedente, publicada en el catálogo del 74° Festival Internacional de Cine de Berlín, ofrece una idea cabal de las intenciones de Pepe, el cuarto largometraje del dominicano Nelson Carlo de Los Santos Arias, uno de los realizadores más singulares, formalmente atrevidos y talentosos del cine latinoamericano contemporáneo. El texto es preciso por razones distintas, opuestas incluso, a las que suelen atribuírseles a los textos sinópticos oficiales: en lugar de plantar las bases de una trama, de un relato con sus personajes y circunstancias, para ofrecerle información básica al posible espectador, el breve texto se afirma desde sus propias frases en un terreno equiparable a la poética del film, que terminó ganando el Oso de Plata a la Mejor Dirección en la Berlinale.

Porque, ¿qué es Pepe? ¿Un documental puro y duro sobre un hipopótamo que el zar de las drogas Pablo Escobar Gaviria mandó llevar a Colombia desde África, junto a un puñado de sus congéneres, para habitar su propio y privadísimo zoológico? Imposible, ya que el narrador no es otro que el mismo animal, un relato oral que entremezcla idiomas como el afrikáans de su tierra natal, el alemán y el español adoptivo. ¿Acaso se trata de una biopic del famoso narco que utiliza herramientas típicas del género pero en escorzo? Tampoco. ¿Tal vez un film de ficción hecho y derecho que utiliza el destino del animal como punto de partida para inventar mil y un historias? Si, pero no del todo, ya que el realizador echa mano a material de archivo de hace décadas, registros de realidades incontestables. En más de un sentido Pepe –que desde el viernes 10 está disponible en la plataforma MUBI– es una película inclasificable, que tiene como origen una historia real. La de esos animales que Escobar trasplantó de su hábitat natural a tierras extrañas y que, tres décadas más tarde, como consigna la crítica de Luciano Monteagudo en estas mismas páginas, se hizo conocida luego de que varios hipopótamos, Pepe incluido, fueran cazados y eliminados por poner en riesgo diversos cultivos e incluso la vida de los habitantes del lugar.

 

“La historia de Pepe y los demás hipopótamos la descubrí hace relativamente poco, unos cinco o seis años, en la casa de un amigo colombiano, que fue quien me la contó”, recuerda de Los Santos Arias en comunicación con Página/12 desde República Dominicana, cuya frontera con Colombia existe únicamente sobre la plataforma marítima. “Es una historia que se puede encontrar en cualquier lado, en Internet, pero lo que me llamó la atención fue que este amigo cometió un error. Un error biológico ligado a cómo se comportan las manadas de hipopótamos: él me había dicho que cuando un hipopótamo se pelea con un macho alfa y no muere pero pierde, entonces es desterrado y se va solo a buscar otra manada, donde intenta entrar pero de manera sumisa. Era una imagen muy fuerte, la idea de este hipopótamo yéndose río abajo para encontrar una manada. Hay algo ahí de humanizar al animal. Eso me hizo pensar un montón”.

Pepe está dividida claramente en dos mitades bastante disímiles en fondo y forma, pero incluso dentro de esa división el director de Cocote, otro notable largometraje que tuvo su estreno en la Sala Leopoldo Lugones en 2018, la narración se abre a docenas de derivas que sobrevuelan cuestiones colonialistas, ambientales, históricas y humanas, de los reportes periodísticos de época a un concurso de belleza actual y de allí a un fragmento de El show de Peter Potamus, la serie de animación de los años '60 producida por Hanna-Barbera. Si algo derrochan la pantalla y los parlantes durante las dos horas de metraje es invención y sorpresa. Para el realizador, que conoció la historia al viajar a Colombia como turista, “cuando uno está en Sudamérica, y también en República Dominicana, a pesar de que es una isla, hay algo de la vegetación indomable que te habla de un pasado". "De algo que sucedió allí, pero que realmente no podemos abarcar en su totalidad. Hay una gran opacidad en esos pensamiento y a mí se me aparecieron muchas ideas”.

-¿Cómo se fueron sumando a la historia básica del hipopótamo Pepe el resto de los personajes y elementos de la historia? Aunque sería mejor hablar de las historias, en plural?

-La verdad es que llego al rodaje y al montaje con un guion que no va a modificarse mucho; a esas instancias llego con un guion terminado que es el resultado de un desarrollo multidisciplinario. El proceso en sí mismo es parte estructural de la obra terminada, pero no puedo improvisar en el rodaje, por ejemplo. Sobre todo porque los actores pertenecen a comunidades vulnerables y la improvisación podría intimidarlos, generar una situación de inferioridad impuesta. Entiendo cómo mucha gente puede llegar a pensar que el rodaje incluye mucha improvisación, pero en realidad se llega a la filmación con un guion firme. Así también fue en Cocote y en Santa Teresa y otras historias, aunque allí hubo un poquito de improvisación. En el caso de mi primera película, Pareces una carreta de esas que no la para ni lo' bueye, se trató de un ejercicio de montaje. En el fondo, todo se reduce a un proceso de desarrollo en el cual yo escribo, filmo, busco estéticas, y también entran en juego las ciencias sociales. Un montón de cosas, una organización semiótica en donde el cine, definitivamente, por el proyecto en sí mismo, no ocupa un lugar central en las decisiones de cómo resolver los elementos de la puesta en escena. Todo se abre al mundo, y allí se articulan la imagen y el sonido, aparecen las historias y los sujetos filmados que van a demandar una ética de su representación. En ese meollo todo se vuelve complicado, el cine metido en la selva y observando a los personajes.

 

-Son tantos los elementos que forman parte de Pepe que es posible imaginar a los festivales de cine especializados intentando catalogar al film como ambientalista o anti colonialista, entre otros ismos. Es cierto que todos esos discursos forman parte del film, pero nunca se subrayan ni toman la delantera como parte de una agenda específica.

-Es cierto que Pepe abarca todos esos temas. Claro que hay una cuestión ecológica, claro que es también un film político. Político en su literalidad, como la denuncia de la incompetencia de las autoridades, pero también en lo político inmediato. La verdad es que vivimos en la idea de un mundo mayormente occidental y después está la dualidad latinoamericana, independientemente de que tus bisabuelos sean italianos. Hay un mundo que se ha constituido como único y, evidentemente, a medida que uno va trazando una crítica colonial a la ecología, a las subjetividades, a la idea de estado-nación, obviamente que van a terminar confluyendo. Esos son los temas propios de Pepe, literal y narrativamente, nada filosóficos. Nuestras historias son pluri vocales y llevan desde la raíz todas esas historias. No tuve que forzar el discurso en lo más mínimo.

-Hay elementos de humor, incluso pases de comedia, sobre todo en la segunda parte de la película. ¿Eso fue algo buscado o simplemente surgió espontáneamente durante el rodaje?

 

-Hay algo sobre la comedia que es complejo. Parece existir una idea muy clara respecto de cómo se hace cine; si uno asume eso como una verdad, surgen ese tipo de preguntas. Pero debo decir que no hay ningún momento en el cual, desde la escritura de una escena, la haya pensado dentro de un género como la comedia. Ni cerca de eso estuvo. Lo que ocurre es que las idiosincrasias del trópico, la forma en la cual se articula la oralidad en estos pueblos, hacen aparecer el humor. El humor se convierte en una característica idiosincrática de los personajes, más allá de la construcción de una criatura cómica. Ahora bien, se trata de incidentes cómicos cómo puede serlo cualquier situación. La vida es tragicómica, con la excepción de un genocidio; ahí no hay nada cómico. Ya el hecho de que un animal se escape de un zoológico… hay algo de humor allí porque es absurdo. Y ante lo absurdo nos reímos, es algo muy normal. Ser caribeño, además, es una condición particular. Es una relación de mezclas, como un proceso de significaciones que yo puedo intelectualizar, aunque hay cosas que son totalmente inconscientes.