LA CHICA DE LA AGUJA 7 puntos

Pigen med nålen, Dinamarca/Polonia/Suecia, 2024

Dirección: Magnus von Horn

Guion: Line Langebek Knudsen y Magnus von Horn

Duración: 123 minutos

Intérpretes: Vic Carmen Sonne, Trine Dyrholm, Besir Zeciri, Ava Knox Martin Ava Knox Martin, Joachim Fjelstrup

Disponible en MUBI.

Las películas de asesinos seriales en su vertiente más realista y dramática, alejada de los resortes del policial y el thriller –con o sin elementos fantásticos o sobrenaturales–, ofrecen un largo historial de relatos que van de lo truculento a lo repulsivo. Algunas se concentran en aspectos psicológicos en tanto que otras, particularmente en tiempos recientes, intentan acercar una reflexión ligada a aspectos sociales. El estreno de La chica de la aguja en el Festival de Cannes partió previsiblemente las aguas y generó dos bandos críticos con apreciaciones diametralmente opuestas: aquellos que destacaron su libertad creativa para narrar circunstancias y hechos tremebundos con inteligencia formal y los que vieron en el nuevo largometraje del sueco Magnus von Horn un nuevo ejemplar del "cine de la crueldad" y, previsiblemente, utilizaron esa muletilla siempre rendidora: el término "abyección".

Ni obra maestra ni desvarío de crueldades gratuitas, La chica de la aguja precandidata a los Oscar en la categoría internacional– intenta y, en gran medida, logra reconstruir con las armas de la ficción uno de los casos criminales más famosos en la historia moderna de Dinamarca. El caso de Dagmar Overbye, de profesión niñera, es particularmente pavoroso, ya que luego de su detención fue encontrada culpable de asesinar entre 10 y 25 niños, en su mayoría bebés de pocos meses de edad, en un raid homicida que comenzó en 1913 y culminó en 1920 con su arresto. A tal punto fue sonado el incidente que la legislación danesa sobre cuidados infantiles sufrió numerosos cambios luego de esa condena, introduciendo asimismo un sistema de identificación numérica ciudadana inexistente hasta ese momento. Von Horn y su coguionista Line Langebek se acercan a la historia desde un lateral, construyendo desde cero una criatura inexistente en la realidad histórica: la protagonista, Karoline, la chica de la aguja del título.

Interpretada por Vic Carmen Sonne (Godland) con dosis iguales de ingenuidad y fiereza, Karoline es una eterna víctima del estado de las cosas. Costurera en una fábrica de vestimenta y probable viuda –no tiene noticias de su marido desde que se fue a la Gran Guerra– la joven entabla una relación sentimental con el gerente de la pequeña factoría y queda embarazada. Al sorpresivo regreso del frente de su esposo, que esconde bajo una máscara profundas deformidades físicas provocadas por una explosión, se le suma el rechazo de la familia de su amante, con el corolario de un embarazo ya no deseado.

Durante los primeros cuarenta minutos la película de Von Horn deja en claro el trasfondo social de la heroína, un mundo oscuro y constantemente agresivo donde los derechos reproductivos son una fantasía, en una historia con algo de dickensiano. La necesaria lucha por la supervivencia, que es salvaje porque no puede serlo de otra manera, es construida con paciente predilección por los claroscuros junto al director de fotografía polaco Michal Dymek, el mismo de Cold War.

Dymek también iluminó el film anterior del sueco, Sweat, pero si allí la paleta de colores emulaba los filtros instagrameables de su protagonista influencer, aquí el blanco y negro en un formato de pantalla apenas más ancho que el académico copa la parada. Karoline conoce finalmente a Dagmar (potente performance de la experimentada Trine Dyrholm) cuando le entrega a su beba recién nacida con la intención de que sea adoptada por una familia acomodada, y la relación entre ambas irá mutando y afianzándose hasta el descubrimiento del horror más inimaginable.

Horror puntual entre horrores generales, ya que a la guerra que acaba de terminar se le suman condiciones laborares cercanas a la explotación; el único solaz de la protagonista parece ser ir al cine a ver la última película de Asta Nielsen, darle de mamar a los bebés que desfilan por el local de caramelos de Dagmar y, eventualmente, caer en las garras de adicciones peligrosas. Cuando La chica de la aguja baja el telón con una tenue luz de esperanza iluminando las tinieblas, queda claro que el film está más cerca de la fábula o cuento de hadas grotesco (hay aires por aquí y por allá de Tod Browning, circo ambulante con freaks incluido) que del cine de Michael Haneke en sus laderas más crueles.