Con “La balsa”, Litto Nebbia hizo historia: marcó un punto de partida para el rock argentino, la primera aceptación del gran público para el género que asomaba como tal en la escena local. Pasó medio siglo desde entonces. Y en todo este tiempo, Nebbia siguió haciendo canciones. Más de mil doscientas, según lleva la cuenta. Muchas de ellas también alcanzaron eso que se conoce como “éxito” y marcaron, a su vez, hitos personales en la vida de cada oyente; otras se mantuvieron menos rodadas. Pero, en uno y otro caso, siempre fueron portadoras de un decir potente, y en medio de la diversidad que siempre supo contener Nebbia, es posible rastrear una línea clara en ese decir y en el hacer del rosarino. Una marca personal que sonó especialmente en el concierto que dio el miércoles pasado en la sala principal del Centro Cultural Kirchner, con la excusa de celebrar el aniversario redondo de aquel hito fundacional que fue “La balsa”.
Nebbia compuso tantas canciones que no llega a mostrarlas en vivo: para este concierto, cuenta, preparó 68, de las cuales finalmente entraron 38. Es que está al piano todo el día, se levanta temprano y se acuesta tarde, explica. Y compone en todos lados: A “La noche del colibrí”, por ejemplo, la hizo esperando un ascensor. Hizo canciones que sonaban a rock, folklore, tango, música brasilera, jazz, blues. ¿Por qué quedarse encerrado en un solo cuarto, cuando la casa es tan grande?, razona. Las editó casi todas, en un centenar de discos. Creó Melopea, un sello que también hizo historia en la música argentina. Entabló una batalla judicial contra Warner Chapel que busca sentar ejemplo contra los abusos de la industria hacia los músicos. Se fue al exilio, volvió, tocó con Rubén Rada, con Domingo Cura, con Fats Fernández, “rescató” a Cobián y Cadícamo, a Goyeneche en sus últimos años, hizo con sus conciudadanos “El Rosariazo”, otro hito, en este caso de la primavera democrática. Todo eso sonó, de algún modo, en el concierto del Kirchner.
El marco fue el óptimo para realzar sus virtudes como pianista y melodista, en una sala imponente y frente a un piano de cola ídem. Piano solo era la propuesta, y así las melodías que “contaron” este medio siglo aparecieron en primer piano. Y también la clara línea que las une, aun en su diversidad. Así sonaron “El rey lloró”, “El otro cambio, los que se fueron”, “Cuando yo me transforme”, “No importa la razón”, “Solo se trata de vivir”, “Quien quiera oír que oiga” y, claro, aquella balsa. Hubo espacio para pasar al piano eléctrico, cuando las canciones lo demandaron: “Por la evocación” –¡aquel disco con Los Músicos del Centro!–, “Balada del hombre solo” –más cercano en el tiempo, con el grupo La Luz, en el que formaba Ariel Sanzo–. Todas fueron calurosamente celebradas por un público que colmó la sala mayor del Kirchner. Y que hasta obligó a un bis, fuera de programa.
Fue un modo a la vez íntimo y convocante de celebrar una carrera intensa. Y las canciones que nacieron en esto cincuenta años, las que cada un eligió para hacer suyas.