Durante tres meses a fines del año pasado, la actriz y bailarina Catalina Briski vivió en París, donde se dedicó a estudiar y trabajó en una escuela de danza. Además, escribió su segunda obra, El refugio de los invisibles. En diálogo con PáginaI12, Briski explica la razón de ser de este espectáculo de danza-teatro con música en vivo: “Está inspirada en la situación de los refugiados sirios. La podría haber escrito acá, porque creo que hay otros refugiados: toda la gente que escondemos; lo que no queremos ver de la sociedad. Pero allá se me volvió más tangible y extremo el tema de la otredad”. Luego de las funciones en Espacio Sísmico, quedan dos en el Centro Cultural Borges (hoy y el próximo viernes a las 21, en Viamonte 525).
“¿Cuál es el tiempo de los que viven esperando? ¿Cómo se vive en un refugio? ¿Hay libertad? ¿Hay vida en él?”, son algunos de los interrogantes que despliega la pieza, de tono “absurdo, beckettiano”, según su autora y directora, hija de Norman. La música es de Tomás Melillo. Los intérpretes –Manuel Fanego, María Kuhmichel, Ramiro Cortez y Mariela Bonilla– recrean en las escenas distintos episodios de la vida del refugiado. No se inspiró solo en la desesperación con la que empatizó en la capital de Francia; en la xenofobia o los obstáculos burocráticos de los que fue testigo. “Mi viejo siempre me habló del exilio como algo muy trágico en su vida, que lo endureció. Y a todos mis tíos abuelos los asesinaron en el Holocausto. Todo esto se me volvió obra”, puntualiza.
Siendo una preadolescente ya leía a Gilles Deleuze: apenas un detalle de la atmósfera en la que creció y por la cual lleva a la política “en las entrañas”. “No sé si puedo desligarme de eso. Es muy heredado, pero lo reelijo todos los días”, manifiesta. “Todas mis creaciones están ligadas a lo social. Las crisis existenciales, de clase media, antes eran más protagónicas, y ahora me estarían chupando un huevo porque (Mauricio) Macri es presidente”, analiza. Da a entender que la coyuntura nacional fue otro factor que se filtró en este material. Su primera obra como directora se llamó Embiste (2014), y abordaba el tópico de la identidad. El refugio… es un intento por acercarse, desde la danza, a un tema “bien concreto y político”. “Ahí es donde estaba lo complejo. Me ocupé de ver muchas referencias: videos, documentales, testimonios. Hice un trabajo de campo breve: fui un par de veces a un restaurante de refugiados y me quedé charlando con los dueños. Vi que fuman. Un montón. Creo que tiene que ver con la espera. También hablé con un embajador de refugiados: el pucho y la espalda encorvada son dos gestos característicos. Creo que en el gesto se reúne todo”, resume la coreógrafa. El espectáculo reestrenará en 2018.