A Carlos y a Roberto.
Después de extenuarse en el partido de fútbol, en el torneo de los médicos en Arrroyo Seco, Carlos y Roberto con Enrico decidieron, antes de volver, extender el resto del día en las costas del Paraná bajo el amparo de los sauces y el aroma que desprende la gramilla en los albores de la primavera.
Pese a sus distintas especialidades, Carlos y Roberto eran físicos, los tres eran docentes y siempre estaban dispuestos a extraer una conversación que excediera las habituales. El enigma de la naturaleza tan presente en la soledad del lugar les era propicia. Enrico por un momento, cediendo a su habitual divagación interior, imaginó que eran como los presocráticos que intentaban entender el misterio del mundo. Lo dijo y Carlos con su habitual rapidez intelectiva, le dijo a Roberto, nos está cargando con Demócrito y Leucipo. ¡Ha!, no preguntó riendo, Roberto: Que aclare quien es uno y quien el otro. Y luego agregó irónicamente, dirigiéndose a Carlos: Yo quiero ser Leucipo, tu maestro.
Si se dejan de boludeces, podríamos hablar en serio de este mundo que no entiendo, expresó livianamente Enrico.
¿Y qué creés, expresó Carlos, que a nosotros no nos pasa lo mismo? Avanzamos a paso de hormiga y a cada paso le sigue otro que modifica o desplaza el anterior conocimiento, la física mecánica o la cuántica apasionan pero me basta advertir la complejidad del mundo que hemos creado para asombrarme de cómo es posible de que todo funcione. Roberto agregó un comentario: Leucipo opinaba que el Universo es infinito y que consta de una parte llena y otra vacía. La parte llena está constituida por los átomos que son muy numerosos y giran en forma de torbellino; los más ligeros se colocan en la superficie y los más pesados en el centro, pero no por azar sino siguiendo la razón y la necesidad. Lo real es algo lleno y no único sino múltiple, un número infinito de elementos produciendo las cosas por unión en el vacío y destruyéndose por separación dentro del mismo.
Carlos y Enrico se miraron con cierta perplejidad porque no sabían del saber de Roberto acerca de Leucipo, lo cual no era extraño. En realidad, tanto Carlos como Roberto sabían mucho más acerca de la ciencia y del complejo entramado del universo como de la naturaleza humana, a diferencia de Enrico que sólo sabía acerca de algunas cuestiones pertinentes a la lingüística y a la filosofía, que le daban una visión restringida del mundo, por más que le permitieran explayarse acerca de la percepción de la naturaleza allí presente, digamos, el misterio de estar los tres como presencia inquietante y misteriosa en el lugar y la unánime decisión de los tres de extender el conocimiento, para tratar de entender la complejidad inextricable de lo que los rodeaba.
Carlos recordó que el tema fundamental de la literatura de Poe, creador del género policial y de terror consistía, quizá a influencia de Aristóteles, aclaró, en que creía que clave del secreto del universo estaba en la mente humana. Enrico recordó que lo había leído en una de sus obras, probablemente en La caída de la casa Usher…y que el tema fundamental de su obra consistía en el poder de la mente y el razonamiento, pero decidió no decirlo para no entorpecer la conversación que llevaban a cabo. En realidad, no quería desviarse de su argumento para introducir su presunción de que la secreta operación de la semilla, había elaborado un signo lingüístico para designarla. Semeion un término griego para designar semilla, semen, insustituible para alumbrar la aparición de un ser que ha promovido en el laberinto de las lenguas, su doble condición, es decir su aparición y su apariencia.
Después de una pausa, agregó: quizá nuestra complicación consista en la evolución de la palabra ser como esencia definitoria de las cosas y del hombre, que ha envuelto su expansión ontológicamente, para desgracia de los sentidos que perciben en correlato con la conciencia. Un grupo de sabios, como se llamaban a sí mismos los presocráticos, cuyo punto de partida para lo que fue la especulación filosófica, al menos en Occidente, está ya caracterizado por la palabra ser. En el impreciso momento en que el concepto se constituye como tal, frente a la multiplicidad y diversidad de los entes, convoca a la conciencia de la unidad del ser y dirige la dirección filosófica de la contemplación del mundo, hacia un sentido predeterminado…
Digamos, dijo Carlos, que el fundamento de esta apreciación, lo que se señala como esencia del mundo, no lo trasciende sino que es algo que comienza con el hombre, extraído de su peculiar condición de hablante. Un ente particular es entresacado y a partir de su aparición tardía, explicar todo lo demás…
Es verdad dijo Roberto, lo que nos asombra es que nuestras explicaciones acerca de ciertos elementos, ciertas leyes o regularidades se correspondan a los hechos…
Bueno, respondió Enrico, esto puede corresponderse con lo que Platón buscaba con el nombre de Ideas, que se prefiguraban como principios inmanentes en los eleatas, los pitagóricos y en Demócrito, que lo consideraban el punto de partida. Platón lo reconoce como problema. Ese lugar no lugar, el paradigma, donde se encuentran todas las palabras que conocemos y que utilizamos, no es solamente el lugar donde se ubicaría la facultad orgánica del lenguaje, sino una facultad más enigmática de producir signos, lo que implica el pensamiento… Platón no se pregunta solamente por la disposición y constitución del ser, sino por la facultad anterior, que nos permite elaborar un concepto y su significación, agregó…
Lo mismo ocurre con los principios de las ciencias particulares, que no solo conducen de los hechos a las leyes o regularidades, que en distintas etapas de su progresión, se vuelven a problematizar, enfatizó Carlos.
Los tres compartían un criterio similar respecto a los temas que los atareaban y a las circunstancias de la existencia y les daba un lugar incesante de inestabilidad e inquietud ante las certezas absolutas…
Sin percatarse, más allá de ellos mismo, había avanzado el resplandor de la tarde hacia la magia del crepúsculo, como si temblara la infinita expansión vocal en sus uniones y entrelazamientos que habían hurgado en el comienzo y acaso, también, en el fin de los tiempos y decidiendo volver, volvieron en silencio, como si el silencio descubriese en un punto de cruce y en la meta de diversos recorridos, el ensueño del conocimiento del universo, el orden de los mundos, la presencia de enigmáticas estrellas y constelaciones que pudiesen resolver la potencia de un destino que conlleva confusamente la desventura, el mal, el azar, la muerte, los afanes de gloria, de embriaguez y de odio. De todo debían despertar, quebrando el límite de lo inalcanzable para conjurar los nuevos peligros, aunque la continuidad de los símbolos vuelva cerrarse, tanto como lo inalcanzable se transforma a sí mismo en lo alcanzable. Enrico alcanzó a pensar que su tremenda afección por Platón se debía a imaginar un mundo ideal, un mundo que limitaba la absurda pretensión de completarse, alcanzando el estado o las vivencias puras de la ideas, pero no quiso expresarlo, no sólo porque sería abusar de su predilección por las letras, sino porque pensó internamente que solo un ideal hace soportable la vida como la muerte.