Las deudas y desafíos globales de las policrisis no sólo no desaparecerán en el 2025, sino que la inacción y en ocasiones los retrocesos de algunos gobiernos harán que aumenten en su magnitud. Este es el caso, entre otros, de la transición energética, cuyos contornos y dinámicas siguen siendo un proceso abierto, lo cual amerita tener en cuenta al menos 5 aspectos claves de esta agenda para el año que comienza.
El cambio climático se mantendrá en la cima de la agenda de la transición energética. De acuerdo con el Programa Ambiental de Naciones Unidas, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI) batieron un nuevo récord en 2023, llegando a 57,1 GtCO2e (un incremento del 1,3% superior al 2022).
Pero este aumento no se presenta en modo homogéneo, sino que el 77% de estas emisiones provino de un grupo reducido de países, que son los que integran el G20. Y solo 6 actores -China, Estados Unidos, India, la Unión Europea, Rusia y Brasil- concentran el 63% de todas las emisiones realizadas en 2023.
Entonces, si bien es necesario que todos los países aumenten su ambición climática y reduzcan un 42% sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y un 57% para 2035 -si es que aún se pretende aún limitar el calentamiento global a 1,5 ºC-, esto es aún más urgente en aquellos países que hoy lideran los ránkings de emisiones.
No es solo el cambio climático el que actúa como un factor determinante, sino también la degradación ambiental. De hecho, el Instituto para la Economía y la Paz señala que son al menos 50 los países del mundo -que albergan a 1,4 mil millones de personas- que enfrentan amenazas ecológicas severas, como escasez de agua o inseguridad alimentaria. Y es en el solapamiento de estas crisis y amenazas que las tensiones y conflictos encuentran terreno fértil.
Actualmente hay 56 guerras activas alrededor del mundo, que involucran a más de 90 países. En su informe último informe sobre el Índice de la Paz Global, el mencionado centro de investigación sostiene que tanto el conflicto en Gaza como la guerra entre Rusia y Ucrania “son ejemplos de guerras eternas, en las que la violencia prolongada se vuelve aparentemente interminable sin resoluciones claras, exacerbada por el apoyo militar externo, la guerra asimétrica y las rivalidades geopolíticas”.
Desafío energético
En términos estrictamente energéticos, los conflictos armados inciden en la falta de estabilidad del suministro energético y de la capacidad de un país -o grupo de países- para satisfacer sus necesidades energéticas, así como también en el aumento exponencial de la incertidumbre -un factor clave para las inversiones-, provocando una mayor volatilidad en los precios de los bienes energéticos y, en ocasiones, escasez de suministro.
A esto se agregan los megaproyectos energéticos que, junto a buscar una mayor garantía en el suministro, tienen por objeto también mantener el pulso de enfrentamientos geopolíticos. Este es el caso de la competencia que se está llevando, principalmente por mar, para transportar energía entre centros de producción y centros de consumo, a la vez que sentar posiciones entre “aliados” y “rivales”.
Ejemplo de ello es el proyecto de interconexión transatlántica (NATO-L), que busca transportar bidireccionalmente 6 GW de electricidad entre Europa y Norteamérica a la vez que marcar límites y distancias -según el caso- respecto a Rusia y China. Todo esto lleva a que la seguridad energética ocupe un rol preponderante en la actual transición, en ocasiones en desmedro de las necesidades de la agenda climática o de las mejoras en términos de sostenibilidad.
La velocidad de la innovación en nuevas tecnologías y vectores energéticos limpios debe aumentar para poder lograr los escenarios de descarbonización hacia 2050, especialmente en aquellos sectores -como la industria pesada o el transporte de larga distancia- donde esto se está demorando más.
Pese a las mejoras en la disponibilidad de nuevas tecnologías, la adopción de políticas que fomenten su avance y el crecimiento de las inversiones en innovación, la Agencia Internacional de la Energía sostiene que es necesaria una “aceleración para pasar pronto al despliegue de nuevas tecnologías de bajas emisiones”, lo cual implica también aumentar el caudal de inversiones y profundizar las alianzas público-privadas y transnacionales.
Según datos de la agencia, el creciente despliegue de tecnologías limpias -especialmente de vehículos eléctricos, la generación de energía solar fotovoltaica y de energía eólica- fue posible por el aumento del 50% (2023) en la inversión mundial en fabricación de tecnologías limpias, alcanzando los 235.000 millones de dólares.
Sin embargo, casi el 95% de las ventas de autos eléctricos durante el 2022 se concentraron en China, Estados Unidos y la Unión Europea, y alrededor del 75% de las instalaciones operativas y planificadas de captura del carbono se encuentran en Norteamérica y Europa. Así, no sólo resulta importante profundizar el despliegue de estas tecnologías -como es el caso del hidrógeno verde, entre otros-, sino también que dicho despliegue sea progresivamente cada vez más homogéneo.
Para lograr la necesaria desaceleración y disminución de la inversión y el consumo de fuentes fósiles, los foros multilaterales de diálogo y cooperación se mantienen como un espacio clave. Pese a los avances en innovación, inversión y generación energética limpia, el 81,5% de toda la energía primaria consumida en 2023 se basó en el petróleo, el carbón y el gas natural (apenas un 0,4% menos que el año precedente). Si lo que se pretende alcanzar es una transición rápida, justa y equitativa que deje atrás el tiempo de estos combustibles, como quedó plasmado en la declaración final de la COP 28 en Abu Dabi, los esfuerzos conjuntos son más necesarios que nunca para evitar resultados decepcionantes (como la COP 29) o a mitad de camino (como la declaración final del G20).
Y en este sentido, el 2025 puede ser un año clave, dado que en la COP 30 de Belén se deberán realizar la tercer tanda de Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, en inglés), en la que los países harán explícitos sus planes y acciones hacia la descarbonización -con especial énfasis en la producción y consumo de combustibles fósiles en el corto y mediano plazo-. El liderazgo brasilero de la próxima COP -que también tendrá la presidencia de los BRICS-, así como la presidencia sudafricana del G20 tienen la posibilidad de constituir espacios importantes para generar nuevos consensos en este sentido, fortaleciendo el rol del Sur Global en estas agendas.
Tensión
En quinto lugar, nos encontramos con el desafío que implica el necesario aumento exponencial de las energías renovables en la transición energética. Estas fuentes siguen aumentando su participación en la generación de electricidad, en gran parte gracias a la disminución de los costos y de las mejoras tecnológicas. De hecho, en 2023 hubo un aumento de más de 560 gigavatios (GW) en nueva capacidad de generación renovable, aunque este crecimiento no se distribuyó en forma homogénea.
Sin embargo, esto implica entre otras cosas, aumentar la actividad en uno de los sectores más contaminantes de la economía: la minería. La necesidad de aumentar la extracción de minerales críticos -como el cobre, el litio, el níquel, el cobalto y los elementos raros de la tierra- está poniendo en cuán sostenible es la transición energética.
Es por ello que el Secretario General de la ONU convocó en 2024 un panel de expertos para generar recomendaciones y así evitar que se reproduzcan y amplifiquen “las desigualdades del pasado, relegando a los países en desarrollo al final de las cadenas de valor para ver cómo otros se enriquecen explotando a su gente y poniendo en peligro su medio ambiente”. El modo en que se identifique un equilibrio justo y equilibrado será clave para la generación de consenso acerca del camino a seguir.
Los desafíos de la agenda energética para el año que comienza no se agotan en estos cinco macro-temas, dado que también se deben incluir, por ejemplo, cuestiones como el rol de la inteligencia artificial o las barreras al financiamiento internacional para que todos los países -y no solo un reducido grupo- pueda avanzar en el abordaje integral que supone el tratamiento conjunto de la agenda energética y climática.
Sin embargo, el 2025 será clave para demostrar hasta dónde la colaboración y la coordinación entre actores -y no sólo entre gobiernos- para acordar una hoja de ruta que incluya los intereses y necesidades de cada parte pueda revertir la imagen desalentadora que el 2024 nos deja.
*Doctor en Ciencias Políticas, especializado en transición energética y democracia ambiental, Project Manager en Asuntos del Sur y docente de la Alta Escuela de Economía y Relaciones Internacionales (ASERI, Italia).