En 2013, Telefé recibió una carta documento en la que se pedía que se dejara de emitir "La nena", el sketch en que el personaje de Francella coquetea con el de Julieta Prandi, compañera de escuela de su hija. Era considerado "ofensivo" y un modo de "promover el acoso y el abuso sexual a menores". 

A los 20, Julieta Prandi hacía de una chica de 13. Era llorona y caprichosa, le gustaban las flores, los corazones. Como una Lolita, se mostraba como una preadolescente en ese estado liminal. Pasaba de dormir con peluches, a ir a la matiné y de ahí, a tirar de la cuerda del chiste verde con el padre de su amiga. 

Ojalá todo el problema de trasplantar un programa de ese estilo fuera la pregunta de hasta qué punto atrasa temáticamente, sumado al despliegue de toda su chabacanería. Además de que hoy ese sketch constituye un delito, el punto es todo lo que ese reestreno dice sobre el espíritu de la época que nos toca. 

En el último año, Argentina se convirtió en el único país del mundo que votó contra una declaración de la ONU sobre los derechos de niñas y mujeres. Y eso no es un hecho aislado o un ‘’exceso’’. La misoginia, la restauración neoconservadora y el discurso de odio son el corazón de lo que desde los sectores gobernantes se llama batalla cultural.

Uno de los lineamientos instalados desde la campaña electoral y durante este primer año de gobierno, es el de la negación de la violencia estructural contra mujeres y la comunidad lgbti. Y esa no fue solo una declaración de principios, sino que vino asociada a la destrucción de las políticas que en los últimos años, trabajaron en combatir esas desigualdades. 

No hace falta hacer un trabajo de investigación para intuir cuál es el clima de época que los programadores de Telefé olfatean, cuando piensan en competir con Mirtha Legrand en el prime time de los sábados con un programa como Poné a Francella. Y a juzgar por el rating que tuvo este reestreno el fin de semana pasado, tenían razón. 

La vuelta del ciclo cómico del año 2000 protagonizado por Francella tuvo lugar la misma semana en la que sin que se movieran las pestañas de la conversación pública –más allá de lo publicado por este diario- se dieron de baja cientos de contenidos que conformaban la caja de herramientas para que docentes puedan abordar la Educación Sexual Integral

Entre otros cientos de contenidos que están bajo revisión o que ya fueron censurados, está la canción Hay secretos. Si las autoridades sugieren que la letra adoctrina en lo que llaman "ideología de género", es por que no la escucharon. O es que en verdad no interesa lo que diga. 

Uno de los principales pánicos morales que desde el neoconservadurismo se suelen agitar contra la ESI, es la acusación de que introducir esos lineamientos en el aula colocaría a los niños y niñas ante contenidos para los que no están preparados. Cuando es exactamente al revés. No es un desvarío de feministas. Son datos: según el Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de Buenos Aires, de los niños, niñas y adolescentes de entre 12 y 14 años que fueron abusados, entre el 70 y el 80 por ciento de ellos pudieron comprender lo que padecieron, recién después de recibir clases de ESI. El ejemplo de lo que pasó con la canción del grupo Canticuénticos, Hay secretos, censurada por el Gobierno, es perfecto. 

El mensaje es, literalmente, que hay secretos que se pueden guardar y otros no: los que generan dolor. Ningún adulto puede obligar a un niño a guardar un secreto que le provoque angustia y en ese caso se debe buscar ayuda en, por ejemplo, una maestra. 

La canción ayudó a atrapar a abusadores de niños, no sólo en Argentina. El caso más mediático fue uno de 2021. En una escuela neuquina, en la clase de música escucharon Hay secretos y gracias a eso, una niña muy pequeña pudo reconocer que había sido víctima de abuso y contarlo. Eso desató la investigación que terminó en la condena de su abusador

Lolita, la novela de  Vladimir Nabokov, viene al caso, ya que fue varias veces invocada en estos días en redes sociales en defensa del regreso a la TV de Poné a Francella.  Y así como da la impresión de que nadie escuchó la canción Hay secretos antes de prohibirla, es posible que tampoco se haya leído la novela publicada en 1955 antes de citarla como estandarte libertad de expresión o de libertad sexual. 

Lolita, el objeto de deseo del protagonista en el libro, es varias veces representada como una víctima de secuestro y violación, que siempre está tratando de escapar. El mismo Nabokov describía a Humbert- Humbert como «una persona odiosa», relataba su estadía en distintas instituciones psiquiátricas y el narrador le hablaba tanto a la audiencia como a un hipotético jurado. 

Lo cierto es que los siete hombres que guionaron Poné a Francella no son Nabokov. Y La nena no tiene demasiadas capas de lectura. No le da ninguna vuelta de tuerca o cuestionamiento a la escena típica: un hombre de mediana edad que revolotea alrededor de una colegiala, en una coreografía que se da en este caso con el plus de la coartada de que todo ocurre en una ‘casa de familia’

Algunos de los efectos cómicos surgen de que Don Arturo –Guillermo Francella- finge ante su esposa -Mariana Briski- el rol de un padre presente. Y ante la hija –Florencia Peña-, se muestra interesado en sus cosas. Todo con tal de acercarse a Juli. 

Pasaron nada menos que veinticinco años y de vuelta podemos ver cómo, cada vez que algún intercambio con doble sentido de manual se da entre el señor de la casa y la nena de visitante, Francella hace un gesto de complicidad con su audiencia. Mira hacia ‘abajo’, lanza el latiguillo ‘Es una nenaaaa’. Y se señala la entrepierna, una marcación genital sin el beneficio de la duda, para una tiempo sin metáforas.