Cecilia Rikap es profesora asociada de Economía y jefa de Investigación en el Instituto de Innovación y Propósito Público de la University College London, investigadora de carrera del Conicet --en licencia-- e investigadora en el laboratorio Costech de la Université de Technologie de Compiègne de Francia. Esta economista centra sus estudios en las grandes corporaciones tecnológicas como Meta, que esta semana anunció que sus empleados y sistemas verificadores de contenido, serán reemplazados por “notas comunitarias”, un sistema similar al que usa la red social X y mucho más laxo, ya que son los usuarios y no la empresa, los que controlan los contenidos publicados. Es decir que, luego de una reunión entre su dueño –Mark Zuckerberg— y Donald Trump, los controles de publicación de fakes, mensajes de odio y discriminación, recuperarán su difusión en Facebook e Instagram –antes bastante limitadas--, un cambio muy similar al que introdujo Elon Musk en la red X.
--Con las novedades en Meta: ¿qué cambia y qué no, exactamente?
--Lo que este cambio significa es un gesto de alineación entre poderes. La relación entre poder político y corporativo tiene instancias de mutuo apoyo y otras de conflicto. Trump fue “censurado” de redes sociales en el pasado por incitar a la violencia, y se la tiene jurada a las redes sociales que no son sus amigas. El mensaje de Zuckerberg es “ahora yo soy tu amigo”. Lo que está en juego es quién decide qué es la libertad de expresión. Hasta ahora, las plataformas decidían, pero en algunos países como los de la UE, tenían que hacerlo ajustándose a la normativa, que en Europa es el Ley de Servicios Digitales. Igualmente, hay investigaciones en curso sobre cómo la red X pasó por alto esa legislación en materia de promoción de la desinformación, con impactos concretos de incremento de la violencia en Irlanda del Norte y Reino Unido (esta último no es parte de la UE). En última instancia, tanto X como las plataformas de Meta, ahora siguen el estilo de moderación que es afín al proyecto de Trump -y de otros como Milei- que promueve el discurso de odio y violento disfrazado de libertad de expresión, incluyendo la mentira, desinformación y difamación. La libertad de expresión tiene límites y son los impuestos por otros derechos y regulaciones. De fondo, tampoco tenemos que caer en creer que la libertad de expresión es la panacea, sin dar cuenta de que se monta sobre relaciones de poder y económicas. Los medios de comunicación tienen una línea editorial y se alinean con distintos gobiernos. Lo que está haciendo Zuckerberg es decir públicamente que sus medios de comunicación modernos (sus redes sociales), se alinean con el gobierno de Trump.
--¿Qué se posteará que antes era frenado, primero por un algoritmo y luego por una persona que lo revisaba, generando incluso suspensiones?
--Vamos a tener que ver asesinatos y violaciones en las redes hasta que alguien los denuncie y luego se den de baja esos posteos. Y no solo esto: el riesgo es mayor para los menores de edad porque tienen menos herramientas de juicio y la persuasión que se ejerce sobre ellos con posteos que incitan a la radicalización de derecha --incluso a defender ideas fascistas-- cimentadas en información falsa, ya hoy no son moderados adecuadamente. Cuando lo que hace falta es un avance en moderación democrática, no solo para protección frente a contenidos nocivos y engañosos, sino también para prevenir la desinformación que genera que solo ciertos posteos sean promovidos. Como el algoritmo busca maximizar el tiempo del usuario frente a la pantalla para recolectar más datos y vender más publicidad, el efecto es que posteos que desinforman --si reciben atención-- son muy promovidos. Y hoy lo serán mucho más si no hay una moderación de contenido activa, sino solo motivada por denuncias de usuarios
-¿Cómo es la relación entre el ultraderechismo y los popes high tech? ¿Cómo se retroalimentan con el libertarianismo?
--El libertarianismo consume y postea non-stop en redes sociales, genera datos y contenido. Son el usuario perfecto de las redes sociales. Y sus posteos son tan nocivos que captan la atención, también del público que se opone a ellos. Esos discursos son promovidos en sus redes por los algoritmos, no por una decisión política de la empresa -al menos no explícita- sino porque el algoritmo los privilegia mostrando más lo que genera más enganche, aquello que capta más la atención. Para los discursos extremos llenos de mentiras, una plataforma que no chequea ni corrige ni desmiente lo que dicen --como sí sucedería en un medio de comunicación tradicional-- esto es el paraíso. Y como generan atención, esos posteos tienen un lugar de “portada” o “primera plana” que no conseguirían en los medios clásicos. A partir de tener ese espacio privilegiado en redes sociales, luego los medios tradicionales sí les dan más espacio. Entonces, incluso estos medios quedan sometidos a esa lógica. Además, en un juego de largo aliento de Zuckerberg, Musk y otros, buscan que el gobierno de EE.UU. los siga defendiendo frente a los demás estados del mundo en el intento de cobrarles impuestos en cada país y establecer regulaciones.
--Por momentos, daría la impresión de que en ese territorio aparentemente “desespacializado” del mundo digital –regido por lo que Cedric Duran llama tecnofeudalismo— estos empresarios cada vez más, hacen lo que quieren y no se encuentra la forma de limitarlos. Incluso son idolatrados. La ultraderecha busca cambiar a fondo la subjetividad posmoderna tratando de debilitar el racionalismo de las personas para que no puedan relacionar causa efecto en política y economía. Como sus intereses son inconfesables –extremar la lógica Hood Robin— necesitan pulir los mecanismos de búsqueda de chivos expiatorios para eludir los debates. Y han descubierto que para esto, las redes sociales son la “maravilla”: la comunicación está centrada en el odio para despistar. ¿Cómo se sale de esto?
--Me parece que desde la mayor parte del mundo --que no es ni EE.UU. ni China-- el desafío hoy es crear una alternativa al mundo digital que está gobernado por los dos estados más poderosos del mundo y sus empresas. El esfuerzo tiene que estar puesto en avanzar en un proyecto de soberanía digital internacional y ecológico. Y para eso, las piezas claves del ecosistema digital que son la infraestructura material --centros de datos, satélites, cables-- y la producción de tecnología --modelos de IA, motores de búsqueda, una plataforma de comercio electrónico-- tienen que ser ofrecidos como bienes públicos o comunes internacionales, financiados por los estados. Pero con estructuras de gobierno que aseguren que no sea posible la vigilancia estatal que hoy EE.UU. y China consiguen por medio de sus corporaciones de plataformas. Hay un desafío enorme por pensar estas instituciones, tanto de investigación y desarrollo de IA, como empresas públicas regionales para garantizar la materialidad digital con independencia de las empresas y gobiernos más poderosos, pero también limitando su apropiación por los gobiernos de turno que no respeten los derechos humanos. Esta es la única alternativa, un movimiento no alineado ni con Trump ni con China, ni con las empresas de tecnología de esos dos países, que son las que gobiernan el mundo. Lo que vemos es un movimiento en el tablero de un largo juego de ajedrez entre estos poderes. Y solo somos espectadores.
--Meta eliminó sus políticas de contratación de empleados que incluían cuotas de representación de mujeres y minorías étnicas.
--La extrema derecha está en contra de la diversidad en todas sus formas y descree de los privilegios de los varones: osa decir que el avance de políticas que promueven la diversidad, van en contra del varón blanco. Trump y Musk comparten esta forma de pensar. Para Musk, su hije trans fue infectado por el "virus woke". Meta se alinea con los deseos de los nuevos inquilinos de la Casa Blanca, mostrando que sus políticas de diversidad solo eran cosméticas, un lavado de cara y no un compromiso real con terminar toda forma de discriminación