La primera vez que me dijo “yo estoy a una de irme”, fue hace muchos años. Y se rió. Estábamos sentados en el sillón de tapitas de gaseosas, y al segundo soltó la frase eterna de “¡más respeto con ese sillón, que ahí se sentó el rey de España!”, y sobre el pucho la carcajada con una maldad aniñada en los ojos.

Era una época fácil, suave después de una vida de luchas y sobresaltos. El Pepe venía hacía años capeando los lances de la muerte haciéndole graciosamente la verónica. Y los cuervos estaban lejos. Lo suficiente como para jugar entre guiños a “estoy a una de irme” aun pensando en la posibilidad real, sin que le importara. Sólo no podía decir eso “cuando la vieja está cerca, porque se enoja. Viste como es. No le gusta”. Ella, Lucía, lo reconvenía con la mirada de quien reta de mentira a un hijo.

Sus zapatos eternos los recuerdo eternamente embarrados, quizá porque casi siempre fui en invierno, o porque siempre anda en la tierra. Sería un chiste raro decir que su lugar en la Tierra es la tierra. Raro ahora, donde casi todo lo convirtieron en anticipadas postrimerías citables cuyo destino parecen ser esos sobrecitos de azúcar de mierda donde le hacen decir a cualquiera cualquier cosas que entre en dos renglones cuerpo 8 de tipografía helvética. Pero lo cierto es que él mismo se definió varias veces como un terrón con patas.

El Pepe se ríe mucho y de casi todo. Hasta de la anécdota de la moto en la que llegó al Congreso cuando era diputado y su charla con el guardia de seguridad, porque “eso nunca pasó ¡pero estaba tan bien escrito que no había para qué desmentirlo!” Y quedó la travesura. Al final, cuando tuvo que, se jugó la vida a suerte o verdad en el azar de una noche: “es que había una causa…” Y perdió. Y lo contó años después sin dramatismo: “Fui preso porque corrí despacio. Si hubiera corrido más rápido no me agarraban”. Y listo el pollo.

Cuando debió mandar a alguien a la mierda, fue sin pena. Nunca tuvo, porque no quiso tener, la habilidad para los improperios elegantes. Y sigue igual. incluso sin los ímpetus del guerrero, dispara lo que le llega y el que venga atrás que arree. Cómo dice un amigo (que no lo quiere mucho): “El viejo se comió años de cana jodida y nunca habló, nunca jamás delató. Eso merece respeto. Si ahora tira alguna piedra, hay que bancárselo”.

Hace un tiempo, en un atardecer furtivo y lluvioso, fumando frente a una botella de Espinillar que habíamos rescatado con el Oso, llegó a una conclusión que me inquietó: “Las nuevas sociedades tienen conflictos nuevos. Ahí tenés a los ecologistas, el tema del feminismo, las variedades sexuales, los que luchan con convicción por los derechos de los animales… Hay muchos intereses nuevos que antes no estaban y ahora están, y yo no sé si los partidos representan esa universalidad, porque son causas, lejos de las ideologías tradicionales. Los partidos no están consiguiendo leer bien eso, creo”. Pero cuando supo lo de su cáncer, dijo que si la vida le daba para ver ganar al Frente Amplio de su alma, estaba todo pagado por demás. Y la vida le dio tiempo.

Hace rato había dicho que si se encontraba con la muerte, tenía pensado decirle: “déjeme dar una vueltita más”. No sé si se la encontró por el gallinero o alguna tarde de esas de clarividencias ineluctables. Apenas con la certeza de volver a la cocina a hacerse unos mates con Lucía. Pero el asunto es que contra todos los pronósticos, sigue ahí. Y pide que ya no lo jodan con boludeces.

En estos días pienso más en Lucía que en el Pepe. Le sé la ferocidad a la hora de cuidarlo de cualquiera. Lo supe en carne propia cuando hace unos seis años me invitó a quedarme a cenar y como a la pasada le pregunté a él si tenía pensado ser candidato: “¡vos no vengas acá con esas cosas! Este hombre está viejo y si se mete a la campaña no llega a las elecciones. Así que no vengas con eso”. Temí por mi vida a manos del cuchillo conque ella cortaba la pizza y yo ya no tenía tiempo a disculparme. Pero con el mismo tierno cuidado sabe hacerse la que no ve cuando el viejo fuma casi a escondidas, y entre lucha política y ordenes varias “siempre sabe donde dejé el gorrito o los lentes, así que sin ella mi vida… no, no, dejá…”.

Alguna vez, caminando por la chacra, intenté poner mi brazo de halconero para que él cruzara un charco, pero lo rechazó. “Déjate de joder. Andá vos adelante. ¡Por ahí no, eso es un surco! Vos sí que no sabes un carajo de la tierra. Que bárbaro.” E igual siguió intentando explicarme la diferencia entre un árbol de nueces pecan y un roble. Hasta que lo venció la evidencia. Y fue con una risa de ojos chiquitos: “Hay que saber cuándo rendirse”. Cosa que no le pasó cuando quedó en medio de la pelotera entre las FARC y el expresidente colombiano Santos, “porque la gente después dijo cualquier pelotudez y lo cierto es que hablé primero con Santos, a ver si yo podía ayudar a pacificar Colombia. Si podía servir para eso ¿por qué no? Era una causa justa. Pasó lo mismo cuando traje para acá un par de presos de Guantánamo. Me dijeron de todo, porque la gente que no sabe una mierda, habla. Mirá internet si no, cualquier choto dice lo que se le antoja”.

Cuando decidimos hacer el libro que aún no se publica en Argentina me pidió algo que acepté de buena gana: “No quiero hablar de cuando estuve en la cárcel, de cómo fui preso, de qué pasó después. Hay cosas para decir. Hay que celebrar la vida, hablarle a los jóvenes, a los desapercibidos. Hay cosas como la historia y la educación que son tan importantes y además cosas divertidas, interesantes”. No hizo falta ningún esfuerzo para no pasar por ahí, porque hacía mucho tiempo que charlábamos mucho y casi no había novedades. Apenas el repaso de los hechos del mundo y sus mentideros, que nos divierten entre silencio y silencio, a veces tomando mate y otras algún ron de los que valen la pena. Por eso tampoco aquí hay “citas citables”.

En fin. Vamos otra vuelta, que todavía hay tiempo. Sirva nomás, ¡salú! Y el que venga atrás, que arree.