Un dúo de danza de quince minutos. Esa fue la semilla a partir de la cual germinó Un Poyo Rojo, espectáculo de teatro físico que combina danza, deporte, acrobacia y artes escénicas para contar una historia atravesada por el amor, el deseo sexual, la comicidad y la seducción. La obra giró por todo el mundo: se presentó en numerosos festivales y formó parte de las programaciones de algunos de los teatros más prestigiosos del mundo. En los últimos tres años hizo funciones en Francia, Suecia, Noruega, España, Italia, Estados Unidos, Serbia, Argentina, Alemania, Canadá, Colombia, Bélgica, Portugal, México y Luxemburgo, entre otros países. Ahora regresa a la Argentina con siete únicas funciones: Luciano Rosso y Alfonso Barón, dirigidos por Hermes Gaido, se presentarán los martes y miércoles de enero a las 20 en el Metropolitan.

La idea inicial era montar una obra fácil de transportar y sin lenguaje articulado para poder presentarla en todo el mundo. En 2008 Luciano y Hermes tenían un centro cultural en San Fernando donde hacían pequeñas creaciones y números de varieté que tenían el destino de lo efímero; Un Poyo Rojo, sin embargo, fue mucho más allá. "Con Nicolás [Poggi, intérprete original] nos estábamos conociendo y queríamos armar algo entonces le propusimos a Hermes hacer algo entre los tres. Además, vivíamos juntos así que crear y convivir era una misma cosa", recuerda Rosso.

Imagen: Gentileza Ishka Michocka

Alfonso fue espectador de la versión original y le encantó porque combinaba varias disciplinas de su interés. En aquel momento Poggi se había ido a vivir a México y, entonces, Barón entró en escena. "Cuando Hermes y Lu me convocaron para hacerlo yo había visto la versión original y me había encantado, tenía un montón de elementos que me gustan como el deporte, la danza, la acrobacia, un atisbo de algo teatral. Después, cuando la reversionamos, hicimos mucho hincapié en la interpretación", dice. Rosso y Barón compartían el territorio de la danza pero, además, los dos habían hecho deporte en otro momento de sus vidas: Luciano natación y Alfonso, rugby.

El desafío de contar sin palabras

Un Poyo Rojo se caracteriza por contar una historia sin texto, solo con gestos y movimientos. Un lenguaje universal. ¿Cómo piensan el teatro físico?

Alfonso Barón: –Al comienzo la obra estaba mucho más cargada de material de danza, era un poco más abstracta. Había un hilo conductor y una dramaturgia, pero con el tiempo fue tomando otro rumbo y naturalmente la fuimos cargando de interpretación, se volvió más teatral y empezó a aparecer la actuación. Creo que el género de teatro físico en Argentina tiene que ver con nuestra formación. Por lo general, los artistas hacemos cosas muy distintas: música, danza, deporte. Pusimos arriba de la mesa esa formación sin reducirla a algo específico. En la creación de Un Poyo Rojo, sin embargo, hubo cosas escritas; después se sacó el texto y quedaron gestos. Se puede escribir una escena en la que se desata una pelea y, en lugar de ejecutarla desde el texto, buscar acciones corporales que permitan contar eso. Esta obra no tiene palabras y eso nos permitió viajar por el mundo, creo que tiene mucho que ver con la prosperidad del espectáculo en estos años. Yo vivo en Francia, acabo de estrenar otra obra y la gente no está acostumbrada al lenguaje del teatro físico; cuando hay algo un poco más abstracto no lo entienden. En Argentina estamos más acostumbrados a cosas distintas, me parece que es algo cultural.

Un Poyo Rojo es, en esencia, una criaturita híbrida y allí reside su mayor riqueza. Los creadores evitan las etiquetas y las banderas, pero como se trata de dos hombres en escena compitiendo, motivándose, seduciéndose, peleándose, repeliéndose y atrayéndose, muchas lecturas ponen el foco en lo queer. Para Alfonso, la particularidad que tiene la obra es que "no se encasilla con una bandera LGBT o un abordaje de la homosexualidad". Él señala que la obra perdura en el tiempo y las lecturas son tan diversas como los públicos (muchas veces asisten niños que ven a los intérpretes como caricaturas). "Hay dos cuerpos, dos instrumentos que encarnan la relación entre dos seres; pueden ser un perro y un gato, dos árboles. Es algo más universal y por eso llega a muchos públicos. No nos encasillamos en un abordaje político de ese tópico pero, claro, al mismo tiempo lo es porque son dos hombres en escena y no es un dato menor", dice Barón.

Rosso, por su parte, agrega: "Es una historia de amor y habla del amor. El amor no pasa de moda, no caduca, es un terreno bastante firme para trabajar porque todos nos sentimos identificados con alguna forma del amor. Nosotros contamos esta historia de una manera bastante particular y muy cómica, con un lenguaje muy físico, muy histriónico, entonces la gente no se vincula tan sólo con el tópico de la obra sino también con el cómo". Alfonso destaca, además, otra potencia del teatro físico: la de otorgarle al espectador una mayor responsabilidad a la hora de hacer una lectura.


El accidente y el azar 

El espectáculo no siempre se llamó Un Poyo Rojo. Hermes recuerda que solían identificarse como "Dúo Poggi-Rosso". Un día, el presentador de una ronda de varieté en el Konex se confundió y los presentó como "Poyo Rojo". El director estaba en Bariloche y, cuando lo llamaron para contarle la anécdota, los tres decidieron que a partir de ese momento ese sería el nombre del espectáculo. "A raíz de eso empezamos a buscar material sobre la corporalidad de las aves y toda esta cuestión de la riña, lo que se juega casi a nivel evolutivo en esa lucha por ser el gallo alfa para procrear. Hubo muchas cosas azarosas que supimos aprovechar", confiesa Gaido, quien además de dirigirlos se ocupa de la técnica de las luces y el sonido en cada función.

"Es rarísimo que el director vea la obra cada noche, desde su inicio hasta hoy –señala Barón–. En Europa el director monta un espectáculo, va al estreno, ve dos o tres funciones y, si la obra perdura en cartel, quizás manda un asistente o vuelve después de varios meses. Tener ese coacheo insistente hace que la cosa no afloje y te va poniendo en tu lugar. Al hacerla tantas veces fue mutando, entonces es un lujo tener a un director que nos corrija cuando nos estamos yendo al carajo (risas)". Cuando se le pregunta por los desafíos en el terreno de la dirección, Hermes dice: "Siempre fue un placer trabajar con Luciano, Nicolás y Alfonso. No cualquiera tiene la posibilidad de trabajar con gente tan talentosa. En aquel momento, el desafío era hacer una obra. Fue la primera vez que sentí tan propia una creación, entonces fue muy lindo, y era una época en la que económicamente estábamos sobreviviendo".

Otro elemento azaroso es la radio, que aporta una dosis de vértigo a la escena. Mientras los bailarines narran la historia a través del cuerpo, cambian el dial y aparece el hechizo del aquí y ahora. Rosso lo define como "el factor mágico" que propone "un cruce entre la ficción y la realidad, el encuentro entre esta farsa atemporal que contamos con algo del presente". La radio permite que cada función sea diferente y genera distintos climas en función de los acontecimientos públicos: por el éter desfilan las principales noticias del día, el partido de fútbol que se emite en vivo o la realidad política de cada país. "Para el público es un impacto muy fuerte porque los descoloca; no saben si está en vivo o no. Y para nosotros implica lanzarnos al vacío, la necesidad de estar presentes todo el tiempo. La idea fue de Hermes porque en el lugar donde ensayábamos había una radio y un día se le ocurrió unir dos escenas y probar cosas mientras cambiábamos el dial", dice Luciano. Y el director agrega que "también solucionaba el tema de copyright".

En términos de producción, la obra cuenta con unos pocos elementos que en estos años marcaron su identidad. La acción transcurre en un vestuario, así que hay dos hombres con shorcitos y rodilleras, un banco, una radio, varios cigarrillos y, al fondo, un locker. Hermes recuerda que en las primeras versiones el locker era distinto: un artefacto muy pesado, difícil de armar y transportar, con varias puertas y trampas donde ellos entraban, salían y se escondían. Al final el dúo terminaba adentro y, justo cuando se iban a besar, cerraban las puertitas. "Cuando salió el primer viaje a España era imposible llevarlo, así que conseguimos un locker allá (todavía lo tenemos) y cambiamos el final de la obra: el beso se empezó a ver in situ. La precariedad siempre estuvo. Si la radio no funciona, vamos a poner un teléfono o algo pero nos la vamos a rebuscar", asegura el director.

La idiosincrasia argenta y volver

–La mirada artesanal es algo que distingue la producción teatral argentina en el circuito independiente. Ante la falta de recursos, muchas veces surgen atajos creativos con talento e ingenio. ¿Cómo piensan esa idiosincrasia?

A.B.: –Cuando nos presentamos en el Festival de Avignon en 2014 y nos instalamos en Francia, que es un país con mucho dinero para producir y muy culto, donde hay producciones teatrales de todo tipo permanentemente, mucha gente nos decía que les resultaba un poco chocante ver que con tan poco la obra era tan efectiva o tenía un golpe tan potente con dos shorcitos, una radio y un banquito. Esto es lindo porque se trata de lograr potencia con muy poco.

L.R.: –Yo tengo la sensación de que acá hay una cosa muy visceral. El artista no se puede contener ni puede esperar a que otro le dé el dinero o el permiso para hacer. Me parece que acá el que tiene ganas de hacer algo, lo hace. No es por compararlo con los países europeos porque quizás hay mucha gente que lo hace también, pero hay una base mucho más firme: allá sabés que escribís la obra, presentás el proyecto, te dan la plata y la montás. Más allá del contexto que esté atravesando el país, el artista argentino tiene un hambre de crear que es admirable y por eso es tan bien recibido afuera.

H.G.: –Me parece que no todos los países tienen una tradición longeva de teatro. En Europa sí porque son países antiguos, pero Argentina tiene una tradición desde la colonia y hay algo muy propio que con el tiempo se va transformando. En nuestro país el público que va a ver teatro independiente a veces parece muy de nicho, gente que se dedica a eso o está cerca de la disciplina. El público de calle Corrientes quizás es un poco diferente porque va a ver a una estrella y es más heterogéneo. En Francia, en cambio, veo que hay mucha gente que no tiene nada que ver con el teatro pero igual va.

Con respecto al hecho de volver a la tierra que los vio nacer, Rosso dice: "Para mí es como cuando tenés un hijo, te vas a vivir afuera y todos los años venís para que tus padres vean cómo va creciendo. Esa es la sensación". Gaido asegura que "es lindo escuchar la risa del público argentino, con el público hispano hay algo especial, se recibe con más intensidad y Argentina es el top". Barón cuenta que la última vez que vino a hacer funciones tenía muchos nervios y terminó todo contracturado: "Pasa algo muy mágico y es que la obra no se termina nunca, siento que va a perdurar hasta que nosotros digamos 'basta' porque nuestros cuerpos ya no dan más o por cuestiones físicas, quizás se vaya transformando. Creo que por eso me había puesto tan nervioso la última vez. Me preguntaba si me verían más viejo o sin la chispa de antes, me daba miedo. Cuando empezamos con esta obra estábamos en nuestros veintis y ahora tenemos más de cuarenta… En algún momento haremos una retrospectiva en silla de ruedas".

Un Poyo Rojo es una historia de amor. Una comedia romántica. Una riña seductora. Una arenga festiva. Un encuentro eléctrico. Una competencia voraz, furibunda y tierna. Un dueto cómico. Una carrera hacia lo inesperado. Una contienda amorosa. Un abrazo tenso. Un gesto intempestivo. Los cuerpos de Rosso y Barón alojan la memoria de 1500 presentaciones en más de 30 países; funciones distintas, únicas e irrepetibles a lo largo de quince años. Puede que sus cuerpos (y ellos mismos) sean otros, pero la esencia está ahí. Esa chispa de aquellas primeras veces, cuando estaban en sus veintis y no tenían idea de todo lo que vendría con este espectáculo, sigue intacta. Ahora vuelven a la tierra donde todo comenzó y nadie debería perderse la fiesta.

*Un Poyo Rojo se presentará desde el 14 de enero todos los martes y miércoles del mes a las 20 en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Las entradas pueden adquirirse por Plateanet.