Corazones en llamas

“Era bastante presión pero eso también hacía que salir de noche fuera un acontecimiento, algo que hoy hace mucha falta en nuestra cultura”, cuenta la fotógrafa Sharon Smith, de 73 años. Claro. Porque ahora basta con pagar la entrada y mostrar un desangelado QR, pero en el momento más creativo y efervescente de los años ‘80 en Nueva York, había que esmerarse con un estilo realmente llamativo y especial para entrar a bares como el Savoy, Red Parrot o Studio 54. Ahí, uno se podía encontrar a celebridades como David Bowie pero también a un increíble catálogo de ciudadanos de a pie que se tuneaban de acuerdo a la vanguardia más extravagante. “Era como si cada noche fuera Halloween”, evoca Smith, cuyo trabajo acaba de ser recopilado en Camera Girl, un libro que reúne las polaroids que sacó por esos años y que sale por la editorial inglesa Idea. El libro parece la cristalización de un mundo ya extinto: pantalones dorados, lentejuelas, peinados extraños, lentes de marcos flúo. Ella dice que apenas se ponía un vestido negro de tirantes finos y guantes de encaje sin dedos, un disfraz lo suficientemente llamativo para entrar a los lugares, pero lo suficientemente bajo perfil como para que todo el mundo se dejara fotografiar. “Cuando entrabas en los clubes se respiraba un ambiente festivo y la gente iba bien vestida como un manifiesto de su individualidad”, destaca. Así fue que con su Polaroid SX-70 pudo recopilar retratos de Debbie Harry, Grace Jones, Madonna o David Bowie, pero también de un montón de anónimos que curtían esa vida nocturna salvaje, y que quedaron inmortalizados como manifiesto de una época. “Eran los años de Reagan. Nueva York era un lugar un poco áspero”, confiesa Smith, que devino profesora de tai chi y que tenía 28 años cuando finalmente decidió poner un puestito de polaroids por tres dólares en las fiestas, un semillero del que sale gran parte de su repertorio reunido.

La venganza de los nerds

Entrañables locales de café quemado, viejas lavanderías familiares o tiendas demasiado extrañas para este siglo son absorbidos todos los días por la gentrificación. Por eso, aunque incluso The New Yorker la coronó como una de sus librerías favoritas, a nadie le sorprendió cuando la pequeña y adorada comiquería Desert Island anunció que debería cerrar sus puertas. Esto, por la suba de alquileres en Williambsburg, uno de los barrios más cool de Nueva York. Aunque la historia se pudo enderezar. Desde  2008, cuando su cuadra era mucho menos apetecida, Desert Island ha sido una parada obligada para los amantes del cómic. Además, la feria de culto que organiza es uno de los pocos lugares donde se dejan ver mitos como Robert Crumb o el ganador del Pulitzer Art Spiegelman. Por eso, los fans le insistieron a su dueño, el entusiasta Gabe Fowler, con que tenía que activar una campaña de donaciones para rescatarla. “¡Ese lugar significa el mundo para mí!”, alentó uno de los vecinos. Y resulta que varios pensaban parecido porque en menos de 48 horas la librería recaudó más de 80 mil dólares. “¿Los negocios indies dejarán de ser algo viable en este barrio?”, se preguntó Fowler en un manifiesto donde anunció que aunque la librería ya no cierra, igual se muda. Porque no va a pagar con dinero de los fans a empresarios inescrupulosos. A unas pocas cuadras, un local le ofreció un contrato razonable que, para tranquilidad de los seguidores, será por diez años.

De la ruina a la gloria

La tabla de piedra con la inscripción más antigua que existe de los Diez Mandamientos acaba de ser subastada en cinco millones de dólares por la mega empresa corredora de bellas artes Sotheby 's. El objeto tiene una vida contemporánea casi tan extraordinaria como misterioso es su origen anciano: fue desenterrado en 1913 en una excavación ferroviaria e ignorado durante los siguientes treinta años, durante los que sirvió como un adoquín totalmente expuesto al tráfico peatonal y las inclemencias del tiempo, hasta ser redescubierto por un historiador. Se trata de una verdadera reliquia de unos 1500 años que data del periodo romano bizantino y es la única tabla completa de los Diez Mandamientos de la que se tiene registro en la actualidad. “Encontrarse con esta pieza es viajar por milenios a través de uno de los códigos morales más antiguos y perdurables de la humanidad”, dijo Richard Austin, director global de libros y manuscritos de Sotheby’s. La tabla fue subastada a un comprador anónimo que, agrega un comunicado de la empresa, planea donarlo para su exhibición pública. Mide 60 centímetros, pesa 52 kilos y otra de sus singularidades es el texto tallado, pues si bien reproduce los Diez Mandamientos tal como aparecen en el libro del Éxodo, esta versión presenta una modificación que lo emparenta con el Samaritanismo, otra religión monoteísta relacionada con el judaísmo. “Es un vínculo tangible con las creencias que ayudaron a dar forma a la civilización occidental”, anotó Austin.

Nos vemos en el pogo

El paso por Argentina de Daniel Johnston, abrumado en el escenario de Niceto junto a Shaman Herrera, o la experiencia de una chica más bien indie que exorciza demonios en un concierto de Megadeth. Filas infinitas en un tumulto adolescente para ver a Ricky Martin o momentos mucho más íntimos musicalizados por Adicta, Rosario Bléfari y Patti Smith. Todo está reunido en Bailarina del dharma, un libro que acaba de salir por el sello Loco Rabia. Así, la periodista y poeta porteña Cecilia Martínez Ruppel devino historietista. Ella cuenta que la idea surgió simplemente como un divertido desafío personal: la música en vivo siempre fue importante para su educación sentimental y en un momento revisionista, se entregó a la titánica tarea de enumerar todos los conciertos a los que había ido en su vida. “Al hacerlo me di cuenta que de muchos ni me acordaba ya: iba a tantos que se me iban olvidando los detalles. Quise hacer algo para guardar esos recuerdos”, dice la autora, que siempre tuvo la escritura como oficio, pero que ya por ese entonces también incursionaba esmeradamente en el arte del dibujo. Lo que hizo entonces fue mezclar naturalmente ambos intereses y, pensando que sería apenas un ejercicio para practicar sus trazos, creó una tira semanal con recuerdos de conciertos que empezó a subir a su instagram personal. “Se empezó a convertir en un homenaje a la música que disfruté tanto”, dice Martínez Ruppel, que además tenía una vida un poco ermitaña en un pueblo medieval al interior de España por esos años. Y que encontró en el acto de la memoria y del dibujo una forma de conexión. La cosa es que, por esa época, un pequeño público cada vez más expansivo empezó a pedir y a esperar atentamente cada entrega, e incluso algunos homenajeados como Bléfari, Pat Pietrafesa o Sergio Pángaro compartieron esos dibujos en sus cuentas personales. “Ni me imaginé que iba a tener esa repercusión”, se entusiasma ella. Para cuando le ofrecieron reunir todo en un libro integral, Martínez Ruppel ya tenía una imponente suma de dibujos y experiencias para elegir. La autora asegura que solo llegó a dibujar la mitad de su lista inicial, pero aun así son casi 200 páginas y más de setenta artistas los que conforman su derrotero personal a través de conciertos, que también hablan de distintas épocas y momentos de la música contemporánea. Y por supuesto, del vínculo con las canciones que se aman y el modo en que su experiencia en vivo impactan en las vidas de las personas.