El pasado 8 de enero, el legislador libertario Ramiro Marra intentó borrar una pintada que homenajeaba al nieto restituido número 138, tapando con pintura blanca un mural que hizo Juan Grabois en el Jockey Club de San Isidro. La acción de Marra, lejos de eliminar el mensaje, se convirtió en el desencadenante de una ola de pintadas que se multiplicaron por todo el país, reivindicando la memoria, la verdad y la justicia.

El grafiti original, que celebraba la restitución de un nieto recuperado y rendía homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, fue cubierto por el legislador en un video que rápidamente se viralizó. 

En la grabación, Marra aparecía pintando sobre el mural con un gesto que buscaba, según él, dejar atrás un "gesto político" de Grabois. Sin embargo, al intentar borrar la memoria de los 30.000 desaparecidos, Marra no hizo más que avivar la llama del recuerdo en las calles.

Quiso borrar la memoria y terminó multiplicando las pintadas

Como respuesta, activistas y ciudadanos comunes se organizaron para plasmar nuevos grafitis en muros de diversas ciudades del país. En ellos, el mensaje era claro: "Marra sorete, son 30 mil presentes". 

Además, los pañuelos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo volvieron a aparecer en las paredes, reafirmando la lucha por los derechos humanos y la memoria histórica.

Las imágenes comenzaron a multiplicarse en redes sociales, mostrando nuevos murales en diferentes puntos del país que rinden homenaje a los 30.000 desaparecidos. Estos grafitis no solo recuerdan a las víctimas de la dictadura, sino que también reafirman un mensaje claro: la memoria no se borra. 

A pesar de los intentos del presidente y la vicepresidenta de minimizar la cifra de desaparecidos, al negar la magnitud de la tragedia, los argentinos siguen recordando aquellos años oscuros y exigiendo justicia por las miles de vidas arrebatadas.

La acción de Marra, que parecía una simple manifestación de negacionismo, terminó siendo una muestra del poder de la memoria colectiva. Lo que pretendía ser un acto de censura se transformó en una reafirmación pública de que la historia no se borra, se honra. 

Las paredes, que para algunos se ven como un espacio para borrar recuerdos, hoy son testigos de una lucha que sigue viva: la de quienes defienden la memoria histórica como un derecho inalienable.

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