Papá lo apodó “Mondingue” a Justo Antonio, desde chiquito. Creo que quería decir “pichón” o algo parecido… Pero ya de muchachito, cuando empezó a practicar box, dejaron de llamarlo así… Papá era muy afecto a endilgarle apodos a los amigos. Desde chico a Gregorio lo llamó “Tisongo”, que ni idea tengo de lo que quería decir…
Justo Antonio creció alegre. Mamá nunca pudo con todo. Cuidar la casa, las compras, alimentarnos, vestirnos, llevarnos a la escuela de Alberdi 6131… Por eso las hijas mujeres la ayudábamos en todo. Hacíamos de segunda mamá con los más chicos. Y con Justo Antonio, fuimos casi-casi madre e hijo… Pobre mamá, y encima aguantarlo a papá… Era un lío. No digo que lo aguantaba mal, no, para nada, más bien todo lo contrario, por supuesto, por eso fuimos tantos, ja, ja… Creo que fue por eso que todos salimos fuertes y alegres. Porque siempre supimos que debíamos bastarnos nosotros mismos mirando siempre adelante. Inmediatamente del bautizo me hice cargo. De la iglesia me lo llevé yo a upa. Miré su cabecita por si estaba lastimada, pero no. Había nacido fuerte para recibir golpes. Siempre fue fuerte. Quizás por eso decidió agarrar los guantes. Ambos nos elegimos. Pienso que tuvo su primera sonrisa cuando me vio. Suena pedante, pero estoy convencida de que fue así…
A los 5 años Justo Antonio comenzó a ganarse la vida como ayudante del vendedor de diarios. Hace de canillita gritando las noticias de la quinta y la sexta edición. No hacía mucho se había inaugurado el primer subterráneo de toda Sudamérica. Iba de plaza Once a Plaza de Mayo… España todavía no tenía subterráneo; lo hicieron después de nosotros… Lo había inaugurado el presidente Victorino de la Plaza, que hizo lo mismo con el primer ferrocarril eléctrico de Sudamérica, y que además había implementado La Ley Sáenz Peña, de voto universal, secreto y obligatorio. Cuando dejó su presidencia, se fue a su casa en Libertad 1230, caminando tranquilamente por las calles, mientras la gente lo aplaudía…
Como la mayoría de los chicos del barrio, se mete en los mataderos para ganarse unos centavos, haciendo de mucanguero, a los 9 años. Es ayudante del desollador. Éste debía encargarse de arrastrar la grasa liviana de los animales faenados que descendía por las canaletas. Era el resto de las vísceras de las vacas… Esta grasa se llama mucanga, y con ella se llenaban los baldes que se derivarían por último a las fábricas de jabones vendiéndolos a 10 centavos. Lo que no servía para nada se tiraba en las aguas del arroyo Cildáñez… También conseguía, Justo Antonio, traer algún sobrante de carne, gratis. Ufa, tanto palabrerío impersonal, me revienta, pero así ha de ser… Siempre creí que la furia que tenía mi hermanito al atacar a sus rivales arriba del ring, tenía mucho que ver con ese trabajo de matar vacas…, pobrecitas… Una vez me quiso llevar para que yo viera. Yo no quise ir pero tampoco quedar como una miedosa, así que se lo dije a mamá para que se lo dijera a papá. Papi dijo que nos agarraría a patadas en el culo, entonces me salvé de ir. Pero lo mismo Justo Antonio me contaba cosas, lo hacía como para herirme. Él era el hombre, que fuera mi hermano menor no importaba. Yo era la mujer… No sé si ya lo pensaba así en aquel tiempo, o es ahora, que hago estos cálculos y me sale la filósofa, no sé… Aunque debo reconocer que yo lo escuchaba con atención. No sé si era la parte jodida que una tiene o el interés normal de saber cosas… Me explicaba todo, desde que la vaca es embretada con la picana y la matan a martillazos en la cabeza, y de inmediato aún viva le encadenan una pata para izarla y con unas cuchillas especiales la abren en dos desde el cogote para abajo, hasta… Ah, no, creo que primero, allí colgada y mugiendo, le clavan el cuchillo en el corazón para que deje de vivir. Cuando le ensartan el cuchillo salta sobre el hombre un enorme chorro de sangre que lo ducha, me decía que la sangre era lo mismo que una catarata y que la ropa blanca le quedaba toda roja… Pero no sé cómo hacen las vaquitas porque parece que todavía siguen respirando después de muertas, muchas... Justo Antonio se admiraba del vaho que, como nubes, les sale del cuerpo… Lo que lo estremecía era el mugido de las vacas; me decía que era como ir a misa y escuchar la música fuerte del órgano cuando hace temblar a la iglesia… Allí, colgadas de la cadena, mientras las van deslizando por las vigas, las van faenando, es decir, van separando las partes hasta que ya no queda nada de ellas… Bastante tiempo estuve sin comer carne, mama-mía… Justo Antonio era un chico, y los chicos son bravos y malos a veces, les encanta causar temor, impresionar, como que se sienten más grandes; es un modo de buscar que los demás los admiren… Ese era el kerosén que a Justo Antonio lo estimulaba arriba del ring para ganar la pelea y lograr el aplauso y la admiración. Esto era así, sin duda; por ejemplo, una vez me dijo que estuvo al lado del tipo que la mata a martillazos y que, como la vaca se mueve, es normal que un martillazo no dé en el blanco y falle reventándole los ojos, y a él le había saltado un ojo de la vaca en su cara… Se reía el muy ladino, lo hacía para que yo me pusiera mal… Por supuesto, de tanto en tanto se ligaba algún cachetazo, yo era la mayor, qué embromar… Los martillos eran largos y de fierro pesado y en el extremo tenían tallada una punta; esto es para que perforara con efectividad el cráneo del animal. Había matadores buenos y malos. Los buenos eran los que medían bien a la vaca, esperaban el momento justo sosteniendo el martillo en el aire con las dos manos, y con una velocidad pasmosa le clavaban el pico justo en el medio de la cabeza y ahí la vaca cae muerta de una, sin alharacas, con las patas abiertas, a veces con un último temblor. Lo que sí me impresionó, y él no me lo contó con mala onda, fue cuando vio una pila de vaquitas-fetos; había vacas que llegaban embarazadas y los fetos ahí quedaban aparte, amontonados… No-natos se les llama… Se aprovechan, se hacen pieles para ropa fina…