Su destino estaba marcado a fuego: hija de actores y nieta del dueño de la sala Marconi, un teatro de comienzos del siglo pasado, su vida no podía no estar ligada a la actuación. Desde su primer llanto en este plano, respiró arte a diario: a los cuatro años ya acompañaba a su mamá al teatro, cuando hacía Hello, Dolly! con Libertad Lamarque. A los 9 años debutó en la actuación en la telenovela La selva es mujer, con Leonor Manso y Víctor Hugo Vieyra. Sin embargo, su espíritu inquieto, rebelde e inconformista la llevaron a querer ser veterinaria, abogada, escritora, escultora, bailarina clásica y hasta cantante. Pero la pasión pudo más y finalmente se entregó a la actuación con un amor y un compromiso que proyectó tanto arriba del escenario como abajo, entregando buena parte de su vida a la defensa de los derechos de sus colegas y compañeros, ejerciendo la presidencia de la Asociación Argentina de Actores (AAA) desde 2011 hasta este miércoles 15 de enero, cuando Alejandra Darín partió a sus 62 años. La ilusión habilita a pensar que seguirá actuando y luchando en otros escenarios.
Si su vida estaba estrecha e inevitablemente ligada al arte, Alejandra le impregnó a ese vínculo una faceta que le nació naturalmente: la sindical. Mujer de sensibilidad social y convicciones fuertes, la actriz siempre entendió al oficio como mucho más que una simple expresión artística. Nacida el 19 de junio de 1962, Darín se afilió en 1973 a la AAA, un lugar al que siempre valoró y al que se animó a participar activamente, aún siendo consciente de las críticas a las que se iba a exponer por luchar por los derechos de los actores y actrices. Fue así que en 2011 se presentó como candidata a presidenta de la AAA, donde fue reelegida por sus pares en cuatro oportunidades, la última el 25 de noviembre del año pasado.
“Por siempre, sus compañeros y compañeras del Consejo Integral agradecemos su lucha, su compromiso inquebrantable y su entereza frente a cada adversidad", la despidieron desde la AAA al momento de comunicar su muerte. "Alejandra fue un ejemplo de entrega, compañerismo, y amor por nuestra profesión y por las y los trabajadores de la cultura. En los momentos más complejos, supo defender con enorme valentía los valores de nuestro gremio. Su legado nos inspira y nos fortalece para seguir construyendo un futuro de derechos, paz y dignidad, con memoria. Su lucha y su ética serán nuestra bandera en la tarea gremial”. En cuanto se conoció la noticia, en las redes se multiplicaron los sentidos mensajes de despedida.
Durante la gestión de Darín como presidenta de la AAA se consiguió, entre otras cosas, la aprobación de la Ley del Actor, la legislación que les permitió a los actores y actrices conseguir Seguridad Social y jubilarse. Una conquista importantísima, dado que el trabajo actoral se enmascara en una suerte de relación de dependencia discontinua, según la duración de cada propuesta teatral, televisa y cinematográfica. El proyecto de ley, que se había presentado al Congreso infructuosamente en 2007 y 2009, fue aprobado por unanimidad por ambas cámaras en 2015, tras un trabajo de años encarado personalmente por Alejandra y la AAA. Uno de los logros más importantes conseguidos por la asociación en su más de un siglo de vida.
“Todo lo que tenga que ver con el arte -le explicó la actriz a este diario el año pasado- representa la sensibilidad para captar las emociones y poder expresarlas en alguna actividad artística, sea cantando, actuando, pintando, haciendo esculturas, escribiendo. Actriz es lo que pude desarrollar en mi vida, como trabajo, para mantenerme. Pero no soy solo eso. Con el tiempo me fui dando cuenta de que la vida no es lucha, o no debería ser solo eso. Es una consigna horrible que nos meten en la cabeza desde muy chicos y por eso, me parece, pasan cosas en el mundo que son horribles para todos. A veces pareciera como si no pudiésemos hacer nada. Creo que sí podemos, y en eso está comprometida mi parte sindical. El mundo puede ser de otra manera; tiene que ser de otra manera. Merecemos vivir una vida digna. Sí, claramente, las facetas artística y sindical se retroalimentan en mi vida; no podría ser la actriz que soy si no tuviese convicciones políticas, que no quiere decir afiliaciones partidarias.”
Esas convicciones políticas que no abandonó a lo largo de su carrera, ese interés por mirar más allá de su ombligo y defender los derechos de un gremio tan heterogéneo como el que contiene a actrices y actores, la llevaron a sufrir las consecuencias del cargo que ocupó y las luchas que dio en defensa de sus representados. Una situación por la que nunca se victimizó, pese a los brutales ataques que recibió de empresarios, productores e incluso colegas de la producción cultural argentina por defender derechos y convenios. “Lo que sé es que siempre que pueda, voy a estar; no sé si al frente o al costado, pero participando en las luchas por las causas que considero justas, vengan de donde vengan”, afirmó. Luis Rivera López, que hasta ayer era el secretario general de la AAA, asumirá la presidencia.
La carrera actoral de Alejandra tuvo una formación inicial hogareña, con sus padres actores y su abuelo gestor de una sala de teatro. No fue la única que legó el bichito de la actuación en la familia: su hermano, Ricardo Darín, también tenía el ticket marcado. De hecho, compartieron sus primeros trabajos en la pantalla chica haciendo de… hermanos, justamente. Pero pese a la experiencia que iba sumando y la capacidad que iba demostrando, hacia el comienzo de la vida adulta Alejandro sintió una suerte de crisis vocacional. ¿Actuar era lo que realmente ella quería hacer o se le impuso inevitablemente? Con 23 años a cuestas, esa pregunta rondando en su cabeza y un bolso se fue a vivir a Barcelona, para acomodar sus ideas. Quería manejar las riendas de su vida y no que su vida la manejara a ella. Dos años después, tras intentar ser cantante, escritora, escultura, bailarina clásica y un largo etcétera en España, Alejandra pegó la vuelta con una convicción bajo el brazo. “En ese viaje me di cuenta de que yo era actriz, y que siendo actriz era todas esas cosas. La actuación ensancha el alma”, confesó alguna vez.
Su retorno al país la iba a reencontrar con la tierra, las personas, los olores y el oficio que le eran propios. Así, comenzó una larga trayectoria en TV, cine y teatro. En la pantalla chica trabajó en más de medio centenar de ficciones que marcaron a fuego la cultura argentina en la última década del siglo pasado y la primera del XXI, entre las que se destacan Una voz en el teléfono, La extraña dama, De carne somos, Nosotros y los miedos, Alta comedia, Sin condena, Son amores, Alguien que me quiera, Poliladron, Nueve lunas, Media falta, La leona, Verdad consecuencia, Por ese palpitar, Dulce Ana, Las 24 horas y Rincón de luz entre otras. En cine se la pudo ver en Samy y yo, Un minuto de silencio, Ni Dios, ni patrón, ni marido, Oblivion, Historias breves IV, entre otras producciones.
Sin embargo, fue en el teatro donde Alejandra más placenteramente se sintió con su vocación. Fue arriba del escenario, en ese trabajo conjunto de ensayo y funciones con los otros, donde más aprendió para su transitar el camino profesional y personal. Una dimensión humana y expresiva que, en su opinión, colocaba al teatro en un estadio superior en relación al resto de los medios.
“El teatro enseña para la vida", diferenció. "Es una actividad que tenés que hacer con otros sí o sí, aunque hagas un monólogo. Ahí, una de las cosas más importantes es la escucha. Como actriz, como personaje, podés responder en una escena si sabés escuchar a tu compañero. Después de tantas obras y tantos años de trabajo lo que puedo decir es que el teatro es una escuela de vida, si se lo sabe apreciar y si uno está atento. El teatro es una acción colectiva, nadie podría hacer una obra solo; y tiene muchas guiñadas de ojos: una de las que más me gustan, y que he comprobado, es que la actuación de un personaje se enaltece o se logra mucho más por la escucha del otro que por saberse la letra o haber estudiado las emociones de un personaje determinado. Escuchar y mirar arriba del escenario hace a un actor, y escuchar y mirar en la vida hace a una persona.”
En ese ámbito donde sintió que “los personajes le llegaban para marcarle algo” se recuerdan sus interpretaciones en las puestas de Un informe sobre la banalidad del amor, Tierra del Fuego, Un hombre equivocado, Copenhague, El libro de Ruth, Código de familia, A la izquierda del roble, Scalabrini Ortiz, Las de Barranco, Crimen y castigo, El evangelio de Evita, Moscú, Esquirlas o la más reciente Edipo Rey. “Algunas de las obras más significativas, sin lugar a dudas, Esquirlas, de Mario Diament -el gran protagonista de la bisagra que hubo en mi vida artística-, Un informe sobre la banalidad del amor, Tierra del Fuego, El libro de Ruth y Condolencias”, enumeró hace algunos meses sobre las piezas que fueron un punto de inflexión en su vida.
Amante de cualquier expresión artística, Darín estaba convencida de que parte de la condición humana era la de ser artistas. En su visión, todos nacemos artistas, en tanto necesitamos expresar las emociones desde que nacemos hasta que morimos, más allá del sendero que cada uno le da a su paso por este mundo. “No hay una sola persona que, de niño, no haya hecho un dibujo, no haya cantado, bailado o escrito algo. Es nuestra cultura que después, de alguna manera, nos transforma. Cultura no es arte solamente; el arte es el vaso comunicante de la cultura, el vaso más fino, refinado, de comunicación de la cultura”, señalaba.
Esa mirada amplia y humana sobre la cultura era, tal vez, la que la llevaba a repudiar cada acto que buscaba ponerle algún tipo de límite a la libertad de expresión, entendido como un derecho humano inescindible a la misma vida. “Cuando atacan el arte, lo que tratan es de poner límites a la comunicación entre las personas, o directamente impedir que se dé. Es a través del arte que nos reconocemos y que reconocemos a los demás. La cultura es un bien preciado, quizá más que ninguno. Cultura es, también, cómo nos tratamos”, reflexionaba. Tal vez por eso nunca calló y siempre peleó contra los gobiernos como el de Javier Milei, que colocó a la cultura como un enemigo del desarrollo de las sociedades.
“El ataque a la cultura por parte de los gobiernos siempre obedece a lo mismo", señaló. Lamentablemente, este no es el primer ni el último que va a ir contra la cultura. Como decía recién, la cultura es absolutamente todo. Lo de este gobierno es un ataque a la cultura porque es un ataque a todo, y tiene que ver, me parece a mí, con el dominio. Nos hemos convertido de ciudadanos en víctimas de políticas devastadoras, donde la mentira es la moneda corriente. La única salida es respetarnos y hacer valer nuestros derechos, en un momento en el que muchos quieren armar su arbolito de Navidad sin pensar en el pan dulce que puede haber en otra mesa”.
Actriz por herencia, confirmada por propia elección, Darín eligió vivir como actuaba y actuar como vivía. Nada, nunca, le fue indiferente, lo que le valió críticas desmesuradas y ataques injustos. Eso sí: nunca nadie podrá negar que cada lucha que emprendió la dio por convicción propia y sensibilidad colectiva. Por eso, tal vez, hoy la reconocen hasta aquellos con los que tuvo fuertes discusiones. “La vida te devuelve lo que ponés, a veces más, a veces menos; no nos sirve odiar”, dijo en una de sus últimas entrevistas. Se fue una actriz que entendió que pelear por lo que se cree siempre vale la pena. Que comprendió que nadie se salva solo. Que la vida, en definitiva, está para ser vivida sin medias tintas.