Dice la leyenda, confirmada en múltiples entrevistas por miembros del reparto y el equipo técnico-artístico, que la idea básica para erigir el universo de Severance fue una ocurrencia de Dan Erickson, su creador, mientras trabajaba de 9 a 5 en una fábrica de puertas y marcaba la tarjeta de empleado al entrar y al salir todos los días de la semana, en un sinfín de ingresos y egresos monótonamente idénticos. Tal vez haya sido un intento de sublimar un deseo básico y universal: llegar a casa y olvidar por completo todo lo ocurrido bajo el yugo laboral. Como fuere, el concepto de las identidades escindidas o la del mundo conocido como simulación o existencia alternativa no es nuevo, y tanto la ciencia ficción como la fantasía de cuña audiovisual han arañado u horadado sus posibilidades en relatos a priori tan disímiles como los de la saga Matrix, The Truman Show y Possesor o las series Westworld y The Doll House, por nombrar apenas cinco ejemplos de una extensísima lista. Y, sin embargo, cuando la primera temporada de Severance desembarcó en la plataforma Apple TV+ a comienzos de 2022 resultó evidente para muchos espectadores que allí había algo novedoso. O, al menos, algo cuyos ingredientes resultaban familiares pero cocinado con métodos novedosos y condimentos que aportaban otros sabores a los ya conocidos.

Hace tres años se presentaba en sociedad la historia de Mark (Adam Scott), Dylan (Zach Cherry), Irving (John Turturro) y Helly (Britt Lower), y de cómo a lo largo de nueve episodios iban descubriendo que, en realidad, ellos eran los innies de otras personas, los outies. En otras palabras, que cuando cada día abandonaban las instalaciones de la misteriosa compañía Lumon, todavía en pleno viaje en ascensor hacia la superficie y el mundo exterior, Mark, Dylan, Irving y Helly dejaban literalmente de existir y, en su lugar, los seres humanos originales que los cobijaban, personas con otras vidas y personalidad, volvían a tomar el control de la mente, el espíritu y el cuerpo. De allí también la literalidad del título, Severance, un término que suele utilizarse en el mundo laboral cuando un empleado es separado o escindido de su puesto. En la creación de Erickson esa separación o ruptura toma una dimensión mucho más profunda: los empleados que trabajan diariamente a la caza de unos enigmáticos números en la pantalla de su computadora (o bien en otros roles, ya que Lumon parece tener varios intereses empresariales) abandonan el mundo conocido al dejar las instalaciones de la compañía. Se “apagan” hasta el día siguiente, sin recuerdo de ningún tipo de lo que ocurre allí abajo; su contraparte en el mundo exterior, por otro lado, desconoce por completo los sucesos de la jornada de trabajo. Tomando como punto de largada el preciso instante de cierre de la primera temporada, los nuevos capítulos de la saga creada por Erickson y dirigidos en una porción generosa por el comediante y realizador Ben Stiller comenzaron a desplegarse en Apple TV+ hace un par de días, a un ritmo de uno por semana de aquí en más. Nada de consumo bulímico de episodios, a esperar la siguiente entrega con paciencia.

BEN STILLER EN EL SET DE FILMACIÓN DE SEVERANCE SEGUNDA TEMPORADA
 

LOS DE ARRIBA Y LOS DE ABAJO

Sin saber probablemente que la interrupción sería tan extensa, más de mil días, la primera temporada de Severance no se clausuraba con un suave gemido sino con una explosión: tres de los innies principales de la historia (existen otros, por supuesto, y también hay personajes que no están separados y viven completos en todo sentido) accedían por primera vez a un atisbo de quienes eran en el exterior. Un momento incómodo para todos y cada uno de ellos, ya que al stress de tener que simular ser otra persona se le sumaban una serie de descubrimientos desconcertantes que, en más de un caso, adquirían la forma del shock. Vaya cliffhanger para una historia que, en su mayor parte, no adhería a los trucos recurrentes de las series para mantener al espectador en estado de adicción permanente. De hecho, si algo caracteriza a los primeros nueve episodios de Severance es su ritmo pausado, consecuente con la negativa a incluir un plot point o punto de interés narrativo cada quince minutos para mantener la atención. Y, sin embargo, ahí está ese estallido mental que dejaba con ganas de más. La temporada dos retoma ese instante climático y vuelve a fojas cero. Mark llega nuevamente a la oficina, aunque ahora con el recuerdo vívido de haber estado arriba poco menos de una hora, en el cuerpo de su yo o el de su otro yo, para descubrir que sus tres compañeros no lo están esperando ahí abajo. Poco antes de eso, como una suerte de reseteo con algo de torbellino visual, un tour de force técnico en el cual el actor Adam Scott corretea delante de una pantalla de chroma, aunque sin que el espectador la vea, ya que ha sido reemplaza por imágenes de blancos e interminables pasillos. Los mismos pasillos y las mismas luces de neón que son la vida entera de los innies de Lumon.

Tres años atrás Dan Erickson, por aquel entonces un guionista debutante cuya creación había estado dando vueltas durante bastante tiempo hasta que llamó la atención de Ben Stiller, recordaba en entrevistas que todo había comenzado “con la historia de Mark, de cómo y por qué escondía ciertas partes de sí mismo. Mientras escribía, me resultaba muy claro que si el proceso de severance existiera en la vida real las corporaciones sacarían ventaja. Hay muchas aplicaciones interesantes pero potencialmente terroríficas para una tecnología semejante, y uno puede tener la sensación de que tal vez eso ya esté ocurriendo de manera silenciosa”. Respecto de la repercusión que habían tenido los dos capítulos seminales, antes de que comenzara a desplegarse el verdadero sentido del relato, afirmaba que “las bromas de oficina que forman parte de la trama dan la sensación de que se trata de una típica comedia en un ámbito laboral, pero pronto comienzan a aparecer aspectos mucho más oscuros”.

Ben Stiller, productor ejecutivo y director de múltiples episodios en ambas temporadas, ofreció hace unas semanas una extensa entrevista con The New York Times. Allí explica las razones por las cuales apadrinó el proyecto cuando el guion original llegó a sus manos y destaca la lejana ligazón de la historia con comedias más populares. “Siento que la serie sostiene sus bases en la comedia de oficina, como The Office, Parks and Recreation u Office Space. En esta nueva temporada vamos a lugares más extraños, pero eso es también parte esencial de nuestra serie, que debe continuar su viaje y no simplemente seguir haciendo lo mismo de antes. El planteo sigue siendo el mismo: un grupo de personas en un ámbito laboral haciendo un trabajo que no comprenden. No saben quiénes son ni por qué están allí. Ese siempre fue el punto de partida”. En cuanto al cierre posible de la historia, el director de Zoolander y Una guerra de película reconoce que “sí, definitivamente tenemos un final. Incluso creo que sabemos exactamente cuántas temporadas habrá, pero no lo voy a decir”. Volviendo al pasado, al momento en el cual este particular relato aterrizó en su regazo con la firma de un guionista ignoto, Stiller afirma que “la escritura de Dan Erickson ofrecía una voz muy específica que me hizo reír y también reflexionar. Era claro que teníamos un montón de posibilidades, una mezcla de diferentes sentimientos, además de una atmósfera que nos parecía que podía ser realmente inquietante por momentos, pero también muy divertida. Lo que me encanta de esta serie son sus posibilidades en términos conceptuales”. A la lógica pregunta de por qué no actuar en Severance, la respuesta es tan atinada como directa: “Por la sencilla razón de que hacía tiempo que no lo hacía, eso de actuar y dirigir al mismo tiempo. La verdad es que no disfruté cuando tuve que hacer ambas cosas al unísono. Cada vez que he hecho un trabajo que no amaba, salió siempre mal. Y renuncié o me echaron. Aquí preferí solamente producir y dirigir”.

ESTADO DE CONFUSIÓN

La oficina es la misma, pero ahora el diseño de las mesas de trabajo ofrece el antipático número 3 como marca geométrica. Los rostros son otros y el único al cual le han permitido continuar con su oficio, por razones desde luego misteriosas, es Mark, el líder de la división de Refinamiento de Macrodatos. Tampoco está por allí, dirigiendo la jornada laboral con mano de hierro, Harmony Cobel, la gerente fría y dura interpretada por Patricia Arquette, aunque el personaje no desaparece de la serie. Tampoco aplica sus saberes el jefe de la División de Óptica y Diseño Burt Goodman, otro personaje inolvidable creado en pantalla por Christopher Walken, aunque su outie sigue disfrutando de una aparentemente calma existencia. Abajo el ex asistente Seth Milchick (Tramell Tillman) ha pasado a ocupar el lugar de su exjefa en el piso, y la aparición de una adolescente con rostro pétreo y circunspecto, celosa celadora del grupo, habilita un nuevo misterio y la posibilidad de un gag recurrente. Rápidamente todo se acomoda y, como lo anticipan los tráilers, el cuarteto de innies vuelve a reunirse bajo el control de Lumon. Es que la empresa ha decidido abrirse a los pedidos de sus empleados cercenados y, en un nuevo protocolo con algo de corrección política, les permitirá tener visitas de alguien cercano a sus outies e incluso alguna fugaz salida al exterior, aunque rigurosamente vigilada.

Los dos primeros episodios de la nueva temporada funcionan de manera especular: el primero abajo, el segundo arriba. La vida de los outies comienza a tener casi la misma relevancia narrativa que la de sus hermanos profesionales. Es un cambio distintivo en una serie que pretende reinventarse sin traicionar los orígenes. “Ahora que ya está todo terminado hay mucha menos presión que cuando estábamos en pleno proceso y, muy especialmente, cuando me hallaba escribiendo”, confesó Erickson en una entrevista con el medio virtual Total Film. “Siempre están dando vueltas esas preguntas: ¿Podemos estar a la altura de lo que hicimos antes? ¿Es posible incluso replicarlo? ¿Acaso uno comprende qué es lo que lo hizo tan especial? Hubo mucho ansiedad, pero por suerte tengo un buen terapeuta. Eso ayudó”.

Hay varias cosas que preocupan, molestan y obsesionan a los personajes, en particular a Mark, cuyo innie arranca la temporada con la consciencia de que algo que daba por sentado podría no ser cierto en absoluto, y a Helly, que debe convivir ahora con una insólita lucha de clases en la cabeza. ¿O acaso esto último es un engaño para unos y otros, incluido el espectador? El estilo en términos de diseño de producción y puesta en escena sigue siendo el mismo: planos con encuadres que aprovechan la geometría de los sets, destacando la pulcritud casi clínica de los ambientes y el contraste de colores y tonalidades, y un cambio radical cuando lo que se cuenta es la vida de los de arriba. La secuencia de títulos es completamente nueva, pero mantiene el absurdo con aspecto de pesadilla de la original, con un Mark deforme que a veces se transforma en un globo. Las novedades, sin embargo, son varias: ahora que todo el mundo sabe que ellos saben un poco o demasiado, las reglas de juego han variado y las piezas deben forzosamente reacomodarse. El cuarto capítulo de la nueva temporada ofrece un corte radical con todos los anteriores y se titula, muy convenientemente, “Caballo de Troya”. Es la salida de los innies al espacio exterior, aunque alejados de la vida de sus outies, un paseo por los bosques y los lagos que le dan sustento a la mitología del creador de Lumon –que adquiere así cualidades cercanas a lo religioso– y que además plantea una primera interacción y choque frontal entre personajes cercenados.

 

Si bien en redes sociales y otros submundos digitales los fans analizan hasta el más mínimo detalle las posibles paradojas, conflictos lógicos y errores entrelazados en el relato, lo cierto es que gran parte de la gracia de Severance radica en la confusión, el estado natural de los personajes centrales. El hecho de que Mark atraviese ahora un proceso absolutamente ilegal que podría armar las piezas del rompecabezas –hay algo de Cronenberg dando vueltas por allí, aunque sin el énfasis en la carne, nueva o vieja– es apenas otra ramificación de una trama que trabaja, muy adrede, la idea de la fantasía exacerbada, aunque con un pie en la ciencia especulativa. Tampoco importa demasiado si la metáfora central tiene que ver o no con el trabajo como instancia de esclavitud o alguna otra simbología posible: el placer está en el viaje y sus desvíos. Stiller va incluso un poco más allá al relacionar el universo de los innies y outies con Hollywood: “Hasta cierto punto siempre hay alguien tomando una decisión sin decírtelo en la cara, y ni siquiera uno puede saber quién es esa persona. Esa decisión nunca se le explica a quien está a cargo del proceso creativo. O, si se lo dicen, usualmente no es la verdad. Es un cliché en Hollywood, pero es cierto que todo el mundo dice ‘sí’ y en realidad no significa sí. Significa en realidad no, o ‘dejá que lo piense’. Es un ambiente muy duro hoy en día para poder llevar adelante proyectos. Las huelgas, el post covid... ahora es más caro hacer cosas y creo que aquellos que toman las decisiones están intentando mantener sus trabajos y encontrar la forma de que las cosas funciones para ellos, lo cual implica constricción y que las elecciones vayan más a lo seguro”. Para una serie que evita, al menos hasta cierto punto razonable, la sobre-explicación y la idea de que todo quede bien claro bajo una supuesta lógica férrea, las palabras del realizador parecen al mismo tiempo una toma de posición creativa y, al mismo tiempo, un agradecimiento por las posibilidades disponibles al alcance de su mano.